TERESA DE JESÚS. LA MUJER MÍSTICA (VII)
JEAN-JACQUES FEUCHÈRE

Clélia Simon


 

 

Tras casi un siglo de construcciones, demoliciones, revoluciones y encargos nunca realizados o rechazados, la iglesia parisina de Santa María Magdalena (La Madeleine, ver enlace) se concluyó en 1856. El edificio se destinó finalmente para el culto católico y no para la armada napoleónica, como en un principio estaba previsto. Su desmesura formal se debe tanto al hecho de tomar como fuente arquitectónica los monumentos grecorromanos de la Antigüedad, como por la profusión decorativa, pintada y esculpida, que presenta.

Por otro lado, la diversidad de temas que podemos observar en La Madeleine es pareja a la multitud de artistas que participaron en su ornamentación. El mejor ejemplo lo encontramos en los pórticos laterales del templo parisino, cuyos nichos albergan 28 estatuas de santos realizadas, al menos, por 27 escultores.

Al desarrollarse a lo largo del Antiguo Régimen, la Revolución y el Imperio, participaron en La Madeleine todo tipo de escultores: Premios de Roma, profesores de Bellas Artes, escultores de Salón... cuya formación y estilo eran raramente comunes, de ahí la heterogeneidad de tendencias que muestra el conjunto. En el caso del Peristilo, iniciado en 1837 y terminado en 1841, su resultado final fue calificado como una antología inigualable de los maestros claves del arte de la escultura durante la Monarquía de Julio.

Uno de los artistas presentes en La Madeleine se ocupó durante buena parte de su carrera de los asuntos sacros. Se trata de Jean-Jacques Feuchère (París, 1807-1852), cuyos inicios como orfebre se manifiestan en la finura que mostró siempre en sus bajorrelieves. Dicha menuda elegancia, obviamente, no se vio representada en la colosal estatua de Santa Teresa que labró para La Madeleine en 1840, cuyo modelo fue presentado en el Salón de dicho año. Pese a ello, no es pieza en absoluto desdeñable y muestra en varios detalles la gran valía del autor.

Con este simulacro de la santa en éxtasis, Feuchère se halla más preocupado por plasmar los pesados ropajes, cosa que lleva a cabo con excelente virtuosismo, que por la expresión de la santa, recreada como una orante con las palmas de las manos y la cara elevadas al cielo, en la tradición de las representaciones de los santos.

Hasta cierto punto, esta obra puede estar relacionada con el busto de María Amelia de Borbón-Dos Sicilias ejecutado en 1832 por Antoine-Marie Moine, contemporáneo de Feuchère. En dicha obra, el escultor, para evitar hacer frente al poco agraciado rostro de la modelo, trabaja con extremo talento las ricas prendas al punto de centrar mayormente en ellas la atención del espectador sobre su trabajo.

La energía dispensada por Feuchère en la efigie de la santa es menor que la de su coetáneo Moine en su busto de la soberana, pero igualmente sorprendente y original. El hábito sirve como un atributo para una creación que, aunque no abandona del todo el estilo neoclásico, refleja ya el prevalente romanticismo de la época.

 

FUENTES: SIMON, Clelia. "Les statues du péristyle de l'église Sainte-Marie-Madeleine à Paris (1837-1841): le premier programme romantique religieux?", artículo publicado en Livraisons d'Histoire de l'Architecture, año 2006, París, volumen 12, número 1, pp. 111 y 115.

 

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