IV CENTENARIO DE UNA OBRA SEVILLANA DE FRANCISCO DE OCAMPO

10/01/2012


 

 

Con motivo del IV centenario de la hechura del Cristo del Calvario se inauguró el pasado 8 de enero en el Ayuntamiento de Sevilla una exposición que recoge diversas piezas relacionadas con la popular imagen, entre ellas el documento original donde se especifican los detalles exigidos por su promotor Gaspar Pérez Torquemada, quien lo encargó para ser colocado en la capilla que poseía en la iglesia hispalense de Santa Catalina. La muestra podrá ser visitada hasta el próximo 27 de enero.

El Crucificado fue encargado en 1611 y concluido al año siguiente. Su autor es el escultor e imaginero Francisco de Ocampo y Felguera, nacido en Villacarrillo (Jaén) hacia el año 1579 y afincado en Sevilla, ciudad donde falleció en 1639. Ocampo cobró 1.600 reales de plata por la talla en madera de cedro de un Cristo muerto en la cruz, de 165 centímetros de altura; algo inferior a lo habitual en su entorno debido a no ser concebido como imagen procesional y a las limitaciones de espacio del lugar de culto donde fue en principio destinado.

Desde finales del siglo XVII el Cristo se erigió como titular de la Hermandad de la Presentación, popularmente llamada de los Mulatos, con sede en el templo de San Ildefonso. Extinguida la corporación y derribada su antigua sede en 1794, el Cristo del Calvario pasa a la Escuela de Cristo y de ahí, en 1818, a la nueva iglesia parroquial de San Ildefonso, concluida dos años antes. En 1886 se reorganiza su hermandad, pasando en 1908 a la Iglesia de San Gregorio y, ocho años después, a la Parroquia de la Magdalena, su actual sede.

 

 

Jesús se halla representado asido a un madero cilíndrico y arbóreo por tres clavos. En origen una talla de retablo, su composición sigue el modelo impuesto sólo unos años antes por Juan Martínez Montañés, maestro del autor, con el Crucificado de la Clemencia. La corona de espinas del Cristo del Calvario se halla esculpida en el mismo bloque craneal, y su sudario o perizoma, cordífero, es un lienzo que se anuda en las caderas y se pliega en el hundido vientre del Varón, acusando su concepción barroca.

Es un Cristo de excepcional unción sagrada, con la cabeza desplomada hacia la derecha y la cabellera partida en dos, trabajada esta última a base de menudos y apelmazados rizos, recibiendo la barba bífida idéntico modelado. Una guedeja se desliza sobre el hombro derecho, dejando la oreja izquierda despejada. El semblante presenta una expresión sosegada, reflejando el descanso obtenido tras la crueldad de los tormentos, entregando el espíritu al Padre. Los ojos están tallados y policromados en la madera, mostrando la pupila fija y muy dilatada por efecto de la muerte, la nariz y los pómulos afilados, y los labios entreabiertos que dejan ver en su interior la lengua dirigida hacia delante y los dientes perfectamente tallados.

La anatomía es impecable, otorgando Ocampo esbeltez a los miembros y fortaleza al tronco. Los brazos se alinean con el travesaño de la cruz, hallándose las manos cerradas, con los dedos flexionados a causa de haberse quebrado los nervios. Las piernas se hallan juntas y paralelas, superponiendo el pie derecho sobre el izquierdo.

Moderados regueros de sangre manan de las cinco llagas y corren por el costado derecho, manos, brazos, tórax y pies. Se observan señales de latigazos en la espalda y las piernas, inflamaciones en la frente por las espinas de la corona, y fuertes contusiones en la cadera derecha y ambas rodillas, como consecuencia de las caídas hacia el Calvario. La policromía es pálida, con livideces postmortales que indican una muerte no inmediata.

 

 

El Cristo ha llegado hasta nosotros muy restaurado (ver enlace). Se conocen las intervenciones de Nicolás López (1710), quien lo policromó de nuevo; José Giuli (1890); un artífice anónimo que lo intervino en el año 1907; Agustín Sánchez-Cid Agüero (1940), que halló en su interior el documento de su autoría junto a una reliquia del Lignum Crucis, Francisco José Rivera (1965) y José Rodríguez Rivero-Carrera (1988).

Muy características son sus tres potencias en oro de ley, cinceladas por Cayetano González (1970), y las andas neobarrocas sobre las que desfila cada Madrugada del Viernes Santo sevillano, inspiradas en el paso de Jesús del Gran Poder. Las andas del Cristo del Calvario, alumbradas por cuatro hachones, fueron talladas en caoba por Antonio Domínguez (1909) siguiendo un diseño de Francisco Farfán Ramos, con respiraderos y maniguetas de Antonio Amián (1913). Llevan jarras de plata de ley, también de Cayetano González (1960), apliques de Cabanas y faroles de Jorge Ferrer. Los faldones están bordados en apliques de plata, con medallones pintados al óleo, sobre damasco morado por Sobrinos de Caro (1994), siguiendo el diseño de los primitivos de Farfán.

 

Fotografías de Sergio Cabaco y Santiago Rodríguez López

 

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