III CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE FRANCISCO SALZILLO (XV)
CRISTO DE LA AGONÍA (MURCIA), OBRA CUMBRE
DEL CRUCIFICADO EN FRANCISCO SALZILLO

Antonio Zambudio Moreno


 

Francisco Salzillo y Alcaraz, como gran intérprete del arte escultórico nacional, creó una serie de tipos iconográficos religiosos que se han perpetuado a lo largo de los siglos.

Al margen de las grandes composiciones procesionales, es de destacar dentro de su producción la serie escultórica del Crucificado, símbolo absoluto de la redención del hombre y elemento sobre el cual ha girado la creación del arte religioso occidental.

Todos los grandes artistas de nuestra plástica escultórica barroca tradicional se han expresado y explayado dentro de este tipo de representación, y Salzillo, como máximo exponente del arte del Siglo XVIII, no podía dejar de mostrar todo su virtuosismo, espiritualidad y capacidad de persuasión dentro de esta temática que, al margen de los preceptos religiosos, viene a configurar una de las más complejas formas de representación dentro del arte escultórico, pues se trata de enmarcar la imagen de un desnudo, paradigma máximo de expresión plástica tridimensional, conjugado con unas características formales que vienen a expresar sufrimiento, torsión y violencia.

Cada uno de los grandes maestros supo impregnar su obra cristífera dentro de una determinada tipología, enmarcada en unas pautas estilísticas propias, personales y concretas, tal y como vino a hacer Francisco Salzillo con la creación de un prototipo determinado, que responde a unas características bastante acusadas, propiedades que vienen a manifestarse en su totalidad en el que quizá sea la mayor creación en cuanto a imagen del Crucificado que realizara este gran artífice, el Cristo de la Agonía, conocido como Cristo del Coro o del Facistol, que actualmente se encuentra en la Catedral de Murcia.

Ante su contemplación, encontramos una talla que viene a conjugar belleza formal y dramatismo, si bien este último aspecto está más contenido que en otros escultores que trataron el tema de la crucifixión. Aún así, esa unión de hermosura y primor, entremezclada con un marcado carácter sufriente, es, como ya hemos comentado en otras ocasiones, uno de los grandes logros de Francisco Salzillo, que durante su vida se vio influido por las grandes obras en cuanto a crucificados que a su alrededor podía contemplar y que se encontraban ubicadas en el marco geográfico en el cual se desenvolvía, pues Murcia posee una amplia serie de este tipo perteneciente a los siglos anteriores, y cuyas características tuvo en cuenta a la hora de desarrollar sus imágenes de Cristo en la Cruz.

Es importante reseñar que en ninguna de estas representaciones, Salzillo se expresó en términos grandilocuentes en lo que a tamaño se refiere, pues llevó a cabo imágenes de tamaño algo menor al natural o también los denominados cristos de celebración, auténticas virguerías repletas de primor y belleza. Por tanto, teniendo en cuenta este aspecto, la imagen de este Cristo de la Agonía que nos ocupa mide aproximadamente unos 80 centímetros, si bien, en ese espacio podemos decir que expresó todo su saber y capacidad técnica, configurando una imagen que tal vez se encuentre entre lo más granado del arte del Siglo XVIII no sólo a nivel local, pues la enjundia y magnificencia de la talla es extraordinaria.

Encargado en torno al año 1755, perteneció a la Inquisición, de la cual Francisco Salzillo fue nombrado Inspector de pinturas y esculturas religiosas del distrito de Murcia. De anatomía clara y diáfana, está representado sobre una cruz arbórea, elemento utilizado siempre por su autor como símbolo del árbol de la vida que expresa la redención y salvación del hombre, por tanto, la cruz, lejos de ser un símbolo de tortura y muerte, pasa a ser un trono para el Mesías, del cual se sirve para rescatar al ser humano del pecado.

La imagen es de una belleza formal aplastante, de mirada penetrante, de imploración al cielo, es un Cristo que delata el momento anterior a la expiración; hace el último esfuerzo para dirigirse al Padre Eterno, solicitando el perdón para el hombre pecador más que ayuda para sí mismo. La cabeza es una demostración de virtuosismo y dominio de la técnica escultórica, plena de expresión, de divinidad, con una resolución de los elementos fisonómicos y del cabello que solo un gran artista podía ejecutar.

La anatomía es excelsa, sin grandes derramamientos de sangre pero de una policromía más que eminente, pues por medio de una superficie cetrina y olivácea, están marcadas las distintas tonalidades que envuelven el tormento sufrido, y como muestra de este último aspecto se puede apreciar el erizamiento de sus dedos, que lamentablemente presentan amputaciones por el devenir del tiempo, el marcado arqueamiento de sus extremidades superiores que forman un ángulo bastante acusado, su torso hinchado por la asfixia y su cuello hacia atrás, elementos y características que dotan a la talla del preciso toque dramático que marca la composición.

Salzillo utilizó el recurso de levantar un poco más el hombro derecho con relación al izquierdo para acentuar ese carácter, lo cual origina un desequilibrio imponente, que se manifiesta sobremanera en la contemplación de perfil o lateral de la talla, al mostrarse una curvatura extraordinaria que viene a separar de forma ostensible la cruz y la espalda de Cristo, lo que origina un gran sentimiento de tensión en el espectador.

Por otra parte, su paño de pureza es escueto, sucinto, dejando entrever gran parte de su anatomía, mostrándose sumamente pegado al cuerpo e introduciendo uno de sus extremos entre sus piernas, característica muy propia de los crucificados de Salzillo.

El maestro también introdujo dos elementos muy a tener en cuenta en el desarrollo de la composición, ubicados en los extremos de la cruz y que son trascendentes para comprender el significado e intención de la imagen. Por un lado, en la parte superior, dos pequeños angelitos que enjugan sus lágrimas con sus propias alas, que vienen a suponer el elemento dulcificador que el autor imprimía a sus tallas más dramáticas y que sirven como preludio de la Resurrección, y en la parte inferior, una calavera, quizá como símbolo del cráneo de Adán, que según la tradición fue enterrado en el Gólgota, y que viene a significar la redención del hombre y la victoria sobre la muerte.

Con todo ello, Francisco Salzillo nos dejó una imagen de bellísima factura, de conjunción perfecta entre la divina idealización y la belleza formal que según los preceptos de la época debía poseer la representación cristífera, con un marcado patetismo y dramatismo que sin duda remueve el espíritu del contemplador que se acerca a ella. Sin duda, una escultura que se encuentra entre lo más granado del arte nacional del siglo XVIII.

 

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