LA CANÍCULA EN PÍLDORAS (III)

Jesús Abades


 

 

Píldora ilusa

Ojalá pudiese decir que desconozco cuanto ha estado ocurriendo en el coso ibérico durante la última semana. Me gustaría haberme largado a Hogwarts, atravesado el andén 9 y 3/4 y estar preparando un examen de pociones que me quedó para septiembre; o bien haberme entregado de pleno al hedonismo, reemplazar los e-mails por la lechucería de toda la vida y ejercer el aprendizaje del encantamiento, por muy mal que pinten fuera las cosas. Pero en el fondo uno es así, y si la sangre gorda nunca me la inocularon, tampoco ayuda mucho que la última entrega de la saga de J.K. Rowling sea un fiasco no apto para incondicionales de la misma. Para reliquias de la muerte, mejor me quedo en Londres viendo las de San Baudimio y sus colegas en el British Museum.

Píldora pedigüeña

Una de las razones que me obligan a quedarme es mi urgente necesidad de que se proclame en este país una ley que condene a los cuentacuentos. Y no hablo por supuesto de cerrar la boca a los entrañables narradores de fábulas infantiles, sino de la promulgación de un texto legal que impida a nuestros mandatarios rematar con finales aún más crueles los bulos que imponen desde hace demasiados años sobre nuestras cabezas. Vivimos tiempos en que experimentamos nuevas sensaciones; yo especialmente alfilerazos de rabia e impotencia pinchándome el cerebro, pues me temo que mi promoción legislativa será inviable; son muchos los intereses en juego del maldito parné contrarios a los parias que creemos en un mundo de camisas más limpias cuyos giros no se ciñan solamente a la manivela del dinero. Pero es que los asuntos de nuestra pobrecita España tienen su gran miga y los arrebatos de exasperación deben, no ya comprenderse, sino incluso justificarse si se contemplan desde el condescendiente punto de vista de quien nos ve como una pluralidad hastiada de tanto ente miserable. Por cierto, una cosa muy parecida manifestaba por escrito un servidor hace ocho años, y no era el único. Los indignados no nacieron ayer.

Píldora mítica

Se expone en Chicago una escultura gigante en memoria de Marilyn Monroe y no sé que me gusta menos, si lo hortera que es el monumento, o ver a las nativas (y no pocos nativos) de Illinois entre las piernazas de la más mítica de nuestras actrices, emulando su inimitable pose con la que aireaba sus interiores en la rejilla del metro gracias a un liviano vestido blanco. Algunas visiones son realmente sobrecogedoras.

Píldora xenófoba

La paranoia xenófoba produce monstruos. En ocasiones, la aversión hacia todo ser humano que no sea parido en unas determinadas veredas o militante de la ideología reinante en las mismas no reside tanto en el odio hacia el extranjero discordante, sino en el nulo conocimiento de sus ideales. Ello suele materializarse en un ejercicio colonialista que podría resumirse así: blanqueando al negro, se acaba el Apartheid. Entre los informes del Observatorio Español de Racismo y Xenofobia y las declaraciones de Raphael Schutz, ex-embajador israelí en España, me parece estar viviendo una regresión a la caza de brujas de McCarthy o una arenga hacia el recién llegado como la que escribió el maestro Gala en uno de sus inolvidables relatos cortos. Quizás los xenófobos, con su sórdida pataleta y la falsa imagen que tienen de lo ajeno, parezcan no percatarse de que La Habana es Cádiz con más negritos, Valencia es Bucarest con más salero; pero también todas son Riad sin una gota de petróleo.

Píldora adulterada

Muy esperada la hasta hace poco impensable caída de ese Grupo News dirigido por un energúmeno que esparce tanta mierda como farolas deberían tumbarse a su paso. Queda mucha tela que cortar, pero por algo se empieza. Ha sido la mejor noticia relacionada con el periodismo en mucho tiempo, quizás desde que la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Málaga dedicara un aula a los periodistas José Couso y Julio Anguita Parrado, fallecidos mientras cubrían conflictos bélicos, no especialmente en las mejores condiciones dentro del riesgo que siempre conlleva la corresponsalía en tiempos de guerra. El acto andaluz, más que satisfactorio, fue muy emotivo.

Píldora aneuronal

La presencia casi perpetua de los Beckham ataca de nuevo en las portadas, y no solo en las rosáceas. Los diarios más importantes del orbe recogen el nacimiento de un nuevo hijo de imposible nombre (Harper Seven, aunque también podría haberse llamado Fashion Victim o Manuel de la Exclusiva), engendrado por una parejita mona que, aunque mantiene sus fans (dan fe todas esas portadas), ya no levantan tantos delirios como antes. Será que quienes miran más allá del fútbol y de la canción (¡uf!) se van dando cuenta que, tras el balón y el micrófono (¡uargh!), solo quedan unos ramplones con la planicie mental elevada al cubo. Y es que la distinción, por mucha asesoría de lujo que ronde, ni se compra ni se vende, simplemente se nace con ella y se lleva en las entrañas de Jeremy Irons o Jacqueline Bisset, por poner dos de los muchos ejemplos del star-system británico. El de verdad.

Píldora fugaz

Un viaje relámpago a Tánger me retrotrae (difícil verbo que necesita un buen sorbo de ginebra seca) a las páginas multiétnicas de El Tiempo entre Costuras, la novela poco ficticia de María Dueñas que desgrana las peripecias de una humilde modistilla madrileña que acaba de alfil en los servicios secretos. Voy a recomendarla aunque con tremendo perezón, pues dudo que sean muchos los que todavía no la hayan leído. Personalmente, lo que más me gustó, además de la certera descripción de la ciudad marroquí como una prolongación del Rick's Café que regentaba Humphrey Bogart en Casablanca, fue la insistencia en subrayar el relevante papel de Alemania e Inglaterra en el conflicto civil español. Cada una de ellas en un bando y, naturalmente, todo por la pasta, para variar.

 

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