EL TRÁFICO ILEGAL DE OBRAS DE ARTE COLONIALES EN COLOMBIA

Jesús Andrés Aponte Pareja (09/07/2015)


 

 

El tráfico ilegal de obras de arte es un flagelo en nuestros días. A pesar de la mayor valoración y vigilancia del patrimonio por parte de las autoridades civiles y religiosas y la puesta en marcha de convenios de colaboración por parte de los países del área, sigue golpeando fuertemente al patrimonio de América Latina.

Colombia es sin duda uno de los estados que más ha visto mermado su patrimonio cultural por esta causa. En gran medida la poca valoración de las obras de arte del periodo colonial ha conllevado su poca o nula vigilancia, haciéndolas vulnerables a los robos por parte de bandas criminales especializadas o, en algunos casos, a la deficiente conservación por parte de las autoridades encargadas de su cuidado, quienes al verlas en estado ruinoso han preferido venderlas o intercambiarlas por obras nuevas.

Cuenta el historiador tunjano Gustavo Matheus Cortez que en los años 60 y 70 encopetadas señoras bogotanas y hábiles anticuarios se paseaban por el altiplano cundiboyacense intercambiando imágenes nuevas de yeso por las deterioradas pero antiguas y valiosas imágenes del periodo colonial. Propuestas muy sugestivas que muchos párrocos ignorantes e ingenuos no pudieron rechazar al tratarse de imágenes mucho más de moda en la feligresía. Si hacemos un recorrido por las poblaciones de este territorio, el más rico del antiguo reino de Nueva Granada en cuanto a patrimonio colonial se refiere, nos encontramos con que gran parte de sus sencillos y austeros templos doctrineros, anteriormente cuajados de retablos manieristas y barrocos, pinturas, esculturas y platería, se encuentran expoliados de sus tesoros artísticos, luciendo actualmente en sus altares imágenes de yeso de advocaciones más acordes con estos tiempos, pero no poseedoras de valor cultural e histórico.

Afortunadamente, como hemos dicho, hoy la preocupación por los bienes patrimoniales, por parte tanto de autoridades religiosas y civiles, ha aumentado trayendo consigo una mayor atención y protección de los mismos. No obstante es mucho lo que falta por hacer. Por ejemplo, justificándose en las pérdidas sufridas por los robos y asaltos, algunas órdenes religiosas y parroquias prohíben tajantemente que se fotografíen sus obras artísticas, obstaculizando en muchos casos la labor de investigadores y estudiantes. Desconocen estas instituciones que la mejor forma de contrarrestar este infame flagelo es la catalogación y, sobre todo, la difusión del acervo patrimonial que poseen, pues el darlo a conocer al gran público desalienta su compra ilegal por parte de los coleccionistas, además de ofrecer a las autoridades competentes una mejor arma en la identificación de las obras ilegalmente sustraídas. Solo se protege lo que se conoce.

Las órdenes religiosas y parroquias son las propietarias de los bienes culturales que custodian, y quienes tienen la autonomía de hacer lo que les plazca con las obras de su propiedad al decir de algunas funcionarias de la sección de Bienes Muebles del ministerio de cultura de Colombia que tuve la oportunidad de entrevistar. Es decir, con excepción de poder sacarlas del país las obras pueden ser vendidas, regaladas, archivadas, alejadas de la contemplación del público, etcétera. Algo que resulta abominablemente peligroso si tenemos en cuenta que cada pieza artística del pasado tiene un espacio significativo en el devenir histórico de la conformación de nuestra nación y de las que todos los colombianos deberíamos tener el derecho de conocer.

Sin embargo, hay miles de obras artísticas que no están expuestas al público en templos y capillas y de las que no se tiene conciencia de su existencia por estar recluidas en el interior de conventos de clausura, casas parroquiales o seminarios. Es precisamente en este gran grupo de obras desconocidas por el gran público, nunca catalogadas ni fotografiadas, donde con más fuerza se cierne el peligro de una desaparición no fortuita.

De la gran mayoría de las obras artísticas que se han perdido en Colombia no se tienen fotografías con las que poder realizar pesquisas, y de las que se tienen fotografías algunas son de tan mala calidad que no revisten pruebas contundentes de su existencia. Las instituciones propietarias de bienes muebles patrimoniales deberían tener el compromiso y el deber moral con el país de catalogar sus obras y darlas a conocer por lo menos a instituciones como el Ministerio de la Cultura.

Mi intención al realizar este escrito es el de demostrar a las instituciones religiosas y civiles que el catalogar y fotografiar su patrimonio mueble por parte de ellas mismas o en caso de no saber hacerlo permitir hacerlo a investigadores, estudiantes o particulares amantes del patrimonio, es el método más efectivo para contrarrestar el tráfico ilícito de obras artísticas. Al fotografiar, catalogar y difundir una obra garantizamos su lugar en la historia, damos cuenta de su existencia no obstante en el futuro desaparezca bien sea porque fue vendida o regalada por sus propios propietarios o víctima de algún fenómeno natural o del crimen organizado.

 

 

Por ejemplo, gracias a que a finales de los 60 historiadores de arte fotografiaron y publicaron el magnífico grupo escultórico de Santa Ana Triplex (imagen superior), perteneciente a la iglesia de San Francisco de Tunja, los amantes del arte colonial y la comunidad de franciscanos en Colombia han podido recuperar una joya de su propiedad que había sido robada. La imagen reposaba en la iglesia tunjana desde finales del siglo XVI, proveniente de Sevilla, desde donde fue embarcada en la nao San Pedro con destino a Cartagena de Indias, haciendo parte de un encargo de varias esculturas a nombre del vecino de Tunja Juan de Porras Marquina.

La escultura de la santa donada por María de Onora, quien la dio de limosna, fue robada de la iglesia tunjana en 1985, fecha desde la cual no se supo de su paradero. No obstante, gracias a las publicaciones en donde aparecía su fotografía, pudo ser localizada en el Museo del Banco Central del Ecuador por parte de los investigadores españoles Lázaro Gila y Francisco Herrera García, quienes además fueron los encargados de proporcionar los datos de su envío desde Sevilla junto al resto del lote de esculturas.

Fue gracias a que los españoles citados realizaron un estudio sobre el origen de la escultura neogranadina y lo publicaron, que los frailes de la comunidad franciscana de Colombia pudieron reclamar su preciado tesoro. La imagen llegó a Colombia entregada por las autoridades culturales de Ecuador, siendo presentada a los medios por la comunidad franciscana el pasado 24 de junio para luego ser recluida, lamentablemente, al interior de un recinto de clausura alejada del público, donde está prohibido el acceso a las personas ajenas a la orden.

 

 
 

 

Como ya dijimos, Santa Ana Triplex formó parte de un envío de un grupo de esculturas, entre las que figuraban un San Diego, un San Juan Bautista y dos Ángeles. De este grupo aún se conservan en la iglesia el San Diego y el San Juan, obras que en su momento y en este portal (ver enlaces) he relacionado con el círculo de Jerónimo Hernández. Sin embargo, de los Ángeles hasta ahora no se sabe si alguna vez estuvieron en la iglesia o el convento y el fin que pudiesen haber tenido. Nuevamente gracias a algunas fotografías podemos hacer algunas hipótesis de su probable existencia. En el libro "Tesoros de Tunja" figura una fotografía del retablo de los pelicanos de la iglesia franciscana de Tunja en el que se observan dos grupos de Ángeles que en sus morfologías distan mucho de la estética rococó de fines del XVIII que posee el retablo (imagen superior).

Los dos Ángeles localizados en la parte superior son claramente relacionables con las imágenes de San Diego y San Juan: sus afectadas posturas incurvadas, el magnífico plegado de su vestiduras, las anatomías de sus largos cuellos y la morfología de sus finos cabellos, que caen pegados a la nuca dejando ver el cuello, no dejan duda de que estas obras manieristas sean las del referido envío. Lamentablemente hoy no se encuentran haciendo parte del retablo. Según el fraile Marco Vinicio los Ángeles fueron robados hace unos veinte años; sin embargo, otras fuentes de la misma comunidad me señalan que se encuentran dentro de la casa parroquial de iglesia franciscana de Tunja, algo que sería maravilloso para la historia del arte colombiano y andaluz.

Según he podido constatar al interior de la casa parroquial de la iglesia franciscana de Tunja se guardan un número no determinado de obras de las cuales no se tiene conocimiento ni siquiera en el ministerio de la Cultura de Colombia. He sabido que la comunidad franciscana desde el año 2009 se encuentra catalogando el acervo artístico que posee en sus propiedades en Colombia, habiendo ya realizado el capítulo concerniente a la iglesia tunjana. No obstante al solicitarles me fuese permitido poder contemplar ese catálogo me fue negada la solicitud con el argumento de que ese estudio realizado es exclusivamente dirigido a los miembros de la comunidad, hecho que me ha parecido mezquino y egoísta. Me pregunto, ¿qué contribución hace ese estudio a la historia del arte colombiano si no está disponible al público? ¿Cómo se puede llegar a realizar una completa investigación sobre la historia del arte en Colombia si las órdenes propietarias de las obras tienen el derecho de negar cualquier información sobre las mismas?

Espero que en un futuro tan injustamente resguardadas y desconocidas colecciones se encuentren disponibles para que investigadores, colombianos o extranjeros, puedan estudiar y opinar sobre obras artísticas que forman parte de la historia de Colombia. Parece un tema sin importancia, pero el conocimiento de una sola obra puede arrojar datos sobre algún escultor del que no se tiene constancia, de personas que vivieron en determinada época, de la forma como eran realizadas las transacciones comerciales, del poder adquisitivo de los habitantes del territorio neogranadino y de otros múltiples aspectos de la vida tanto en España como en sus colonias de ultramar. Gracias a dicho grupo de esculturas realizadas en Sevilla, sabemos por ejemplo que existió una mujer llamada María de Onora y un tal Juan de Porras Marquina y que el galeón San Pedro integrante de la flota de Tierra Firme de ese año llego al puerto de Cartagena de Indias con su cargamento intacto, sin sufrir mayores complicaciones en su peligrosa travesía por el océano Atlántico.

 

 

 

Otro gran ejemplo en el que las ventajas de publicar el patrimonio artístico ayudan a develar un caso de robo es el de la Virgen del Rosario de la antigua iglesia de Santa Inés de Bogotá. Aprovecho este portal para dar conocimiento de este caso hasta ahora inédito. La iglesia de Santa Inés de Bogotá fue demolida para construir una avenida a finales de los 50 del pasado siglo, siendo su ajuar artístico trasladado a la nueva iglesia de san Alfonso María de Ligorio, del barrio La Soledad de Bogotá.

En 1970 el político e historiador colombiano Álvaro Gómez Hurtado y el fotógrafo Enrique Álvarez Díaz publican el libro "Herencia colonial en la imaginería religiosa de Santa Fe de Bogotá", en el que dan cuenta de las mejores esculturas conservadas en la capital, entre las que figura la Virgen del Rosario (imagen superior izquierda e imagen de cabecera) fotografiada ya en su nuevo emplazamiento. Años después de haber sido publicada, fue ilegalmente sustraída de su nuevo templo y nunca más se supo de ella según relata monseñor Gabriel Londoño, quien fuese párroco de esa iglesia muchos años después de haber sucedido el robo.

Hace poco pude contemplar en la publicación "La escultura española en la Real Audiencia de Quito", realizada por el historiador español Francisco Manuel Valinas López, una fotografía de la Virgen del Rosario robada en Colombia (imagen superior derecha), haciendo parte de la colección del Banco central del Ecuador, justo el mismo recinto donde fue encontrada la mencionada escultura de la Santa Ana Triplex.

Han bastado las únicas dos fotografías publicadas de la imagen que existen antes del robo para darme cuenta que se trata de la misma a la que solo le falta actualmente la figura del Niño Jesús que portaba mientras estuvo en Colombia. Según me cuenta monseñor Londoño, la escultura fue robada junto a cinco pinturas de las cuales fueron recuperadas cuatro, también en Ecuador, dato que ayuda a corroborar nuestra apreciación.

 

 

De igual forma me resulta curioso que en el mismo museo sea exhibido un simulacro de San Laureano (imagen superior) que coincide en toda su descripción con la imagen de igual iconografía robada en la iglesia homónima de Tunja. Lamentablemente, de esa última imagen no quedan fotografías disponibles con las cuales pudiésemos hacer comparaciones que arrojen alguna luz al respecto por lo que no pasara de ser una simple sospecha.

La ciudad de Quito es, en el continente latinoamericano, la urbe colonial que mejor ha sabido conservar y poner en valor su patrimonio arquitectónico y artístico pese a los fenómenos naturales, incendios fortuitos y robos que han logrado mermarlo. Gracias a su escuela de arte pudo influenciar, mediante las exportaciones, a las demás regiones latinoamericanas durante el periodo colonial. Caminar por su centro histórico es un deleite para los sentidos, da gusto palpar el sentido de pertenencia que de ella sus habitantes profesan y de la forma como difunden y protegen su patrimonio. Siempre me he sentido orgulloso de esa maravillosa ciudad que, entre otras, tiene el abolengo de ser el primer centro histórico declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco, siendo el Museo del Banco Central del Ecuador una representación de la grandeza del patrimonio precolombino, colonial y republicano del pueblo ecuatoriano, por lo que con gran pena doy a conocer este hallazgo.

Espero que este escrito, como ya lo he expresado, sirva para demostrarle a las órdenes religiosas y propietarios de obras artísticas patrimoniales, que la mejor forma de protegerlas es su catalogación y, sobre todo, su difusión, en especial a la orden franciscana de Colombia, quienes se han beneficiado recientemente por los historiadores del arte que, en el pasado, publicaron algunas de sus obras, como hemos podido ver, pero que irónicamente con gran egoísmo insisten en mantener en secreto muchos de sus bienes patrimoniales.

Espero de igual forma que el magnífico grupo escultórico de Santa Ana Triplex, una joya del arte sevillano en América, sea colocado por parte de esta comunidad en algún lugar donde pueda ser estudiado y contemplado por el gran público y no recluida en un recinto donde solo pueda ser admirada por los miembros de la orden, pues de lo contrario no tendría objeto su repatriación, siendo en caso tal preferible que hubiese continuado en el maravilloso museo de Quito, donde podía ser contemplada sin reparos por todo el público.

 

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