DEL REALISMO AL SURREALISMO (II)

Loreto López Martínez (19/02/2011)


 

 

 

Finalmente, el propietario del "bodegón" acepto nuestra propuesta y pudimos rescatar la pintura oculta durante años. Ya comentamos que, por desgracia, se encontraba recortada, pero aun así es infinitamente más valiosa que la que hemos tenido que sacrificar, pues se trata de un original y no de un "repristino" con un fin falsificador. De esta imagen, casi surrealista, se consiguió ir levantando toda la capa pictórica superpuesta hasta recuperar la oculta. Al margen del evidente y perjudicial recorte, las pérdidas sobre el original no eran especialmente significativas.

Analizada la obra, a pesar de encontrarnos frente a un recorte de un cuadro de mayores dimensiones, hay ciertos rasgos en la misma que nos inclinan a una datación próxima a los últimos años del siglo XVI y principios del XVII. Sin duda estamos frente a un ejemplo claro de la pintura derivada de la Contrarreforma (1563), época en la que el tema religioso es ya absolutamente predominante en el área de influencia católica. Entre las características que marca este momento se encuentran la contención formal, la imposición del realismo y el decoro tanto en los ademanes como en los atuendos, y la representación fiel de la iconografía, lejos de anécdotas locales, en un intento de atemporalidad de las imágenes representadas, buscando con ello incitar a la oración y la piedad a los fieles.

Sobriedad y contención que lleva a finales del XVI a una cierta mediocridad en la producción pictórica española, aunque no por ello hemos de minusvalorar esta pieza, pues cuenta con todos esos rasgos representativos del momento y una cuidada ejecución formal, aunque por desgracia mermada al haber sido reducido su tamaño real.

 

 

 

La belleza de los rasgos del santo, su dulzura y serenidad, perfectamente transmitida a través de esta imagen, sin aditamentos que distraigan su contemplación, con un fondo de paisaje tan neutro como el sencillo cielo, consiguen la intención del autor de atraer al espectador y promover en él un sentimiento de austeridad, paz y recogimiento.

No es posible hacer una atribución a autor conocido, pero es muy probable que estemos frente a una obra del círculo de alguno de los pintores que en los últimos años del XVI marcan las pautas a seguir en el arte español y más concretamente en el área castellana. Su análisis comparativo con algunos de ellos nos ha llevado a apreciar cierta similitud formal con obras de Juan Correa de Vivar, Diego de Aguilar o Francisco de Comontes, este último con seguidores directos como Blas de Prado (Toledo, hacia 1545-1592).

 

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