LA IMAGINERÍA RENACENTISTA EN LA PASIÓN MURCIANA (Y III)

José Alberto Fernández Sánchez y Jorge Belmonte Bas


 

 

 

El romanismo de finales de siglo (II)

Todo este panorama que hemos esbozado puede extrapolarse a tierras murcianas. Como ha observado Cristina Gutiérrez-Cortines (21) a partir de la década de 1560 las inversiones económicas que hasta el momento se centraban en las empresas arquitectónicas, tienen una nueva orientación. No deja de construirse, pero una vez concluidos los templos y otros establecimientos religiosos como conventos y colegios, procedía dotarlos de mobiliario y ajuar litúrgico conveniente.

Sin duda, Trento está detrás, pues los encargos afectan a todo lo que contribuye a la exaltación del ceremonial y culto divino (artes suntuarias, órganos), a la atracción del fiel a la iglesia y a su instrucción (retablos, imágenes, púlpitos), así como a las manifestaciones religiosas públicas y exteriores al templo, proclamadoras de los postulados católicos y la verdadera fe (andas procesionales). Por otra parte, las autoridades eclesiásticas no sólo impulsan estas obras sino que establecen un férreo control sobre ellas para que cumplan un estricto "decoro", es decir: una total adecuación a la ortodoxia trentina.

En el campo escultórico (dejando de un lado la labor de los milaneses Juan y Bartolomé de Lugano, dedicados en exclusiva a trabajos en mármol), las figuras que sobresalen en este período son los hermanos Ayala (Francisco, Diego y Juan) y el jesuita Domingo Beltrán, que tal y como indica Navarro Soriano representan en la "Murcia de finales del siglo XVI el único referente de calidad" (22) o al menos, desde luego, son los únicos sobre los que cabe tener un juicio mínimo al haberse conservado obra segura suya. La Semana Santa murciana tiene el privilegio de contar con magníficos ejemplares de estos artífices.

No es casual que el primer documento referido a los hermanos sea el de un Francisco (el más activo de todos ellos) que en 1565 aparece como "estante", es decir, recién llegado y aún no vecino (23). Sin duda la muerte de Quijano en 1563 había dejado en la Diócesis un hueco difícil de llenar, pero planteaba firmes expectativas para el recién llegado y sus hermanos; la demanda era amplia y la competitividad nula. Así lo demuestran los datos hallados o recogidos por Muñoz Barberán, cuyas investigaciones siguen siendo fundamentales a la hora de tratar cualquier aspecto relacionado con los Ayala. En efecto, entre los años 1566 y 1584 se registran trabajos (efectivos o pretendidos) para todo el territorio de la antigua Diócesis cartaginense: Murcia, Yecla, Pliego, Caravaca, Alhama, Villena, Mula, Cartagena, Moratalla y Jumilla; a los que habría que sumar las incursiones en Diócesis vecinas; Andilla (Valencia) y Orihuela, ciudad esta última en la que el padre Agustín Nieto localizó en los archivos destacadas intervenciones de Francisco tanto en madera como en piedra (24).

Tras estas aportaciones, nuevos datos hasta ahora ignorados han sido dados a conocer por los investigadores en los últimos años y no debe descartarse que en un futuro surjan más. Creemos que es interesante al menos mencionarlos aquí a modo de recopilación. Son trabajos para dos órdenes religiosas: franciscanos y dominicos. Francisco se compromete en 1580 a la realización de diez esculturas (es de entender que en piedra) para el claustro del Convento franciscano de Murcia a entregar en 1585 (destruidas, como todo el cenobio en 1931) (25); por estos años, en 1582 concretamente, se obliga a la ejecución del retablo mayor para el Convento de Santa Ana de Orihuela (perteneciente a la Provincia Franciscana de Cartagena) (26). Por otro lado en el Colegio de los dominicos de Orihuela, también Francisco cobra en el año 1580 por la talla (de piedra) que ha hecho para la sacristía. Se trata de una portada en arco de triunfo que incluye en las enjutas una delicada representación de La Encarnación, al modo de la existente en la portada norte de la Catedral oriolana. Al año siguiente se registran nuevos pagos, sin especificar en qué trabajo, pero interesa la incorporación tardía de su hermano Juan, que cobraba aproximadamente la mitad que Francisco (27).

De todo este "corpus" anteriormente descrito, sólo han subsistido, en madera, el Cristo Yacente de Murcia y el Retablo Mayor de la iglesia de Santiago de Jumilla (28).

En cuanto al Yacente, una impresionante talla de gran tamaño (nueve palmos y medio) fue encargada en 1574 a Diego de Ayala y sometida al parecer y tasación de Domingo Beltrán (29), dato este último que refleja las relaciones profesionales entre estos artistas y que no ha pasado desapercibido. Estilísticamente, se trata de un Cristo de claros rasgos manieristas como puede advertirse en su alargado perfil, muy pronunciado, especialmente en las piernas y en el desequilibrio que se deriva de colocarlas una encima de la otra. Existe un gran interés en la anatomía, que es abultada, con marcada y potente musculatura, de estirpe clasicista; de hecho el desnudo es completo, velados los órganos sexuales por un paño enlienzado. La insistencia en reproducir sobre el cuerpo las huellas propias de la tortura propinada, la gran abertura del costado (que delata un posible uso eucarístico) y el rostro demacrado, confieren a la imagen unas dosis de patetismo destacables. La expresividad, tan cara a la piedad, el gusto y la tradición escultórica española nunca se perdió ni en los momentos de mayor clasicismo (Gaspar Becerra y su Yacente de las Descalzas Reales de Madrid, es un buen ejemplo). El tema, desde luego se prestaba a ello, pero debe tenerse en cuenta además su destino original: el Hospital General; que es la misma procedencia del Cristo de la Salud y el de Zalamea, dos de los Crucificados de mayor intensidad dramática que hay en Murcia. En un ambiente donde reinaba el dolor y la muerte, los enfermos se sentían identificados con estas efigies, que les mostraban a un Cristo, que como ellos padecía y moría; en este trance se amparaban en ellas y eso les reconfortaba, ya que tras el sufrimiento y el óbito, llegaría la gloria del cielo y la Resurrección. 

En diciembre del año 1583, Francisco y Diego contratan el Retablo Mayor de Santiago de Jumilla. Monumental construcción de tres cuerpos, con tres calles separadas por entrecalles. Lo verdaderamente significativo de este retablo es que nos brinda la oportunidad de extraer a través de él, el verdadero origen y formación de los Ayala.

Tradicionalmente se ha tenido a los Ayala por murcianos, aunque jamás se haya encontrado testimonio documental que lo verifique. Por otro lado se les presupone desde Ceán Bermúdez una formación en Toledo junto a Pedro Martínez de Castañeda, un seguidor de Berruguete. Navarro Soriano se ha encargado de cuestionar estos extremos basándose en datos cronológicos y sobre todo en rasgos estilísticos. Ciertamente cuesta apreciar en Jumilla componentes berruguetescos; por el contrario, el romanismo es claro tanto en la traza y la decoración del retablo (dependientes del de Astorga) como en los relieves y los ángeles atlantes, donde se perciben ecos miguelangelescos. Esta autora plantea una interesante hipótesis sobre el posible origen vizcaíno de los hermanos, según la cual, su formación se habría producido en el norte de España, dentro de los círculos de Becerra y los talleres vallisoletanos y vasco-riojanos. Podrían incluso, insiste la investigadora jumillana, pertenecer al clan vitoriano de los Ayala, entre los que los nombres Francisco, Diego y Juan están presentes (30). Lo cierto es que la presencia de artistas vascos en el sureste, por ejemplo los canteros, muy apreciados por su dominio de la estereotomía, esto es, del arte de los cortes de la piedra, no fue para nada extraña. De hecho es muy significativo que Francisco Chavarria, picapedrero vitoriano, pusiera a su hijo a servicio y aprendizaje con Francisco Ayala (31); que María Garibay, esposa de Juan de Ayala, fuese vizcaína (32) y que Domingo Beltrán, con el que se intuye un mayor contacto profesional que el mostrado por los documentos, fuese oriundo de Vitoria. En definitiva, la corriente romanista española, circunscrita tradicionalmente por la historiografía a la mitad norte de España, tendría en los Ayala y Beltrán una importante ramificación meridional.

Fuera de estos ejemplares documentados, pueden detectarse los estilemas propios de los Ayala en dos obras no demasiado conocidas: el Retablo de San Ildefonso de Totana y el Cristo de la Reconciliación de Elche, Crucificado que participa en las procesiones de la Semana Santa de aquella localidad.

Desconocemos el proceso constructivo del Retablo de San Ildefonso, pero es anterior a 1580, año en el que se concierta con el pintor Artús Tizón su policromado. Exceptuando los estudios realizados por Cánovas Mulero (33), sorprende el poco interés que ha despertado este conjunto en la historiografía a pesar de ser el único retablo escultórico de esta época en madera, junto al de Jumilla, que ha llegado hasta nosotros en la Región de Murcia. A ello, que no es poco (teniendo en cuenta los avatares que ha sufrido), hay que sumar un doble motivo que aquilata su importancia: la extraordinaria calidad de sus relieves y la figura que impulsó su realización, el regidor Alonso Ramos, claro ejemplo del destacado papel que cumplieron los miembros de las oligarquías urbanas en la promoción de las artes. Tanto es así, que en el ámbito de Totana su iniciativa significó un incentivo que animó a cofradías y autoridades parroquiales a embarcarse en proyectos similares (34).

En lo que respecta a su estilo e iconografía, es como el de Jumilla: un retablo completamente contrarreformista, con una estructura de gran simplicidad; dedicado además, a un Santo que, como la Iglesia católica, se dedicó a defender a la Virgen. Cobran también protagonismo las representaciones de la Pasión de Cristo, presentes en la predela, centrada por un Llanto ante Cristo muerto, tema muy apropiado para una capilla funeraria y que evoca en cierta manera (aunque evolucionado y con mayor contención expresiva) al de Jerónimo Quijano de la sacristía de la catedral de Murcia. Los relieves poseen un gran equilibrio compositivo, con tipos humanos concebidos con aplomo, de rotundos perfiles y gran serenidad, delatores de un clasicismo de corte romanista, que los vincula con Jumilla, especialmente con el Prendimiento que en aquel retablo talló Francisco de Ayala. De hecho no conocemos a ningún artista en la Diócesis que pudiera haber hecho cosa semejante, salvo Beltrán, pero su vinculación a la orden jesuita en encargos de esta magnitud lo convierte en una opción poco probable.

Por su parte, el Cristo que bajo la advocación de la Reconciliación, se conserva en la sacristía de la Basílica de Santa María de Elche, ciudad cercana a Orihuela, en la que como hemos señalado trabajaron Francisco y Juan; muestra una más que probable relación con el retablo de Jumilla, en concreto con el Crucificado del remate, muy influenciado por los de Beltrán y atribuido por Navarro Soriano a Diego de Ayala por sus similitudes con el Yacente de Murcia (35). El suave contraposto, la marcada anatomía, la disposición de los brazos y las piernas, son similares; aunque en el ejemplar ilicitano quizás la calidad sea un tanto menor y se aprecie un paño de pureza de distinto diseño.

Nos ocupamos ahora de la otra gran figura del momento en las fronteras murcianas: Domingo Beltrán Otazu (36). Cuando este escultor, nacido en Vitoria en 1535, ingresó en la Compañía de Jesús, ya estaba plenamente formado como escultor, aunque desconocemos dónde y bajo qué circunstancias. Las noticias que tenemos de él se reducen a los veintinueve años que permaneció en la Orden, esto es, desde 1561 hasta su fallecimiento en Alcalá de Henares en 1590. Su misión dentro de la Compañía, fue la de prestar sus servicios como artista, valiéndose de ella como trampolín para perfeccionarse, pues no dudó en escribir directamente a San Francisco de Borja para solicitar un viaje a Italia que finalmente le fue concedido. A pesar del largo tiempo que permaneció en esta Orden, el número de obras que ejecutó no fue copiosa; baja productividad que motivó en más de una ocasión quejas por parte de sus superiores y que podría interpretarse en clave positiva por su afán en realizar un trabajo bien acabado y perfecto.

Su presencia en Murcia se documenta en dos etapas: 1570-1576, para contruir el retablo mayor de la iglesia de San Esteban -quizás también las imágenes de Santa Catalina y San Lucas de la portada, atribuidas muy por Gutiérrez-Cortines- (37) y 1581-1584, estancia esta última auspiciada, al parecer, por las autoridades jesuitas con el objeto de alejarle de Madrid, frenando así, presuntas intentonas del artista de abandonar la Orden y trabajar en la Corte. Quizás en este último período fue cuando talló el soberbio Cristo de la Misericordia, hoy venerado en un altar del crucero de la Parroquia de San Miguel. Sin duda es una pieza magistral y justifica la fama que le acarrearon este tipo de obras: serena, majestuosa y elegante, de poderosa musculatura y certero modelado, rico en matices y plasticidad, que genera suaves gradaciones de luces y sombras, potenciadas por la policromía. Supone la culminación de la estética clasicista en esta fase postrera del Renacimiento murciano y tiene su réplica en el Crucificado que ocupó el ático del retablo mayor de San Esteban, hoy conservado en el Museo de Bellas Artes de la capital.

Fuera de la ciudad de Murcia, Navarro Soriano ha relacionado con Beltrán el Crucifijo propiedad del Ayuntamiento de Jumilla (38), de tamaño menor al natural y muy buena calidad, aunque mal conservado, clavado en una cruz de gajos (único ejemplo en la Región) y de evidente impronta miguelangelesca.

Por último, no queremos concluir sin citar las obras populares de papelón que reproducirían modelos corpulentos, rotundos, al modo renacentista y cuya aparición se prolongaría hasta bien entrado el siglo XVII. Tal es el caso de una imagen poco conocida, el Cristo de la Buena Muerte de la sacristía de la Parroquia de San Miguel de Murcia o la de su "gemelo", titulado del Consuelo, que se venera en Cieza. A ellas habría que unir otra serie de imágenes como la del famoso Cristo de la Reja de los franciscanos de Jumilla que marcan ya la transición hasta la imaginería local de la nueva centuria Barroca.

 


 

BIBLIOGRAFÍA

(21) GUTIÉRREZ-CORTINES CORRAL, C., "El arte entre la creación y la tradición" en Historia de la Región Murciana, Tomo V, Murcia, Ediciones del Mediterráneo, 1980, p. 390.

(22) NAVARRO SORIANO, I., Escultura de la Pasión, Jumilla, Junta Central de Hermandades de Semana Santa de Jumilla, 2006, p.189.

(23) Salvo que se especifique lo contrario, todos los datos cronológicos referidos en el artículo a los hermanos Ayala están tomados de MUÑOZ BARBERÁN, M., "Escultura del siglo XVI murciano. Nueva documentación de los hermanos Francisco, Diego y Juan de Ayala" en Homenaje al profesor Juan Torres Fontes, Murcia, Universidad de Murcia-Academia Alfonso X el sabio, 1987, pp. 1183-1191.

(24) NIETO FERNÁNDEZ, A., Orihuela en sus documentos, I. La Catedral. Parroquias de Santa Justa y Rufina y Santiago, Murcia, Editorial Espigas, 1984, pp. 68 y 242-243

(25) BELDA NAVARRO, C. y HERNÁNDEZ ALBADALEJO, E., Arte en la Región..., obr. cit., pp. 188-189.

(26) NIETO FERNÁNDEZ, A., Orihuela en sus documentos, III. Los franciscanos en Orihuela y su comarca s. XIV-XX. Murcia, Editorial Espigas, 1992, págs. 115-116.

(27) SÁNCHEZ PORTAS, F. J., El Patriarca Loazes y el Colegio de Santo Domingo de Orihuela, Orihuela, Caja Rural Central, 2003, pp. 114-116.

(28) El retablo mayor de la iglesia vieja de Yecla, de 1566, que alternaba pintura y escultura, se conoce por una antigua fotografía, anterior a la Guerra Civil.

(29) MUÑOZ BARBERÁN, M., Escultura del siglo XVI murciano..., obr. cit.

(30) NAVARRO SORIANO, I., Escultura..., obr. cit. páp. 189-191.

(31) MUÑOZ BARBERÁN, M., Escultura del siglo XVI murciano..., obr. cit.

(32) Ibidem.

(33) CÁNOVAS MULERO, J., El templo parroquial de Santiago el Mayor. Estudio histórico-artístico, Totana, Caja Murcia y Parroquia de Santiago, 1997, pp. 100-119.

(34) Ibidem, p. 104.

(35) NAVARRO SORIANO, I., Escultura..., obr. cit. p. 192.

(36) Sobre Beltrán sigue siendo básico el trabajo de GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A. R., "Nuevos datos documentales sobre el escultor Domingo Beltrán" en Archivo Español de Arte, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto Diego Velázquez, 1959, pp. 281-294.

(37) GUTIÉRREZ-CORTINE S CORRAL, C., La iglesia y el Colegio de San Esteban de Murcia, Murcia, Patronato de Cultura de la Excma. Diputación Provincial, 1976, pp. 33-35.

(38) NAVARRO SORIANO, I., Escultura..., obr. cit. pp. 186-188; ibidem, p. 59.

 

 

 

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