EL RETABLO MAYOR DE LA PARROQUIA DE
NUESTRA SEÑORA DE LA ESTRELLA EN CHUCENA (HUELVA)

Martín Sánchez Franco


 

 
 
Vista General del Retablo. De forma excepcional, en el manifestador alto
aparece una imagen de San Pascual Bailón en lugar del tradicional Crucifijo.

 

El retablo, del siglo XVIII, es Barroco y Rococó. Como Barroco se puede decir que pertenece a la plenitud de este estilo: sus columnas son estípites, la línea curva demuestra a los clásicos su valor arquitectónico, escultórico y pictórico, y la profusión de los elementos decorativos nos expresa los sentimientos de una época: la importancia del arrebato místico hacia Dios. El arte Barroco es esencialmente católico y español. Nace como arma ideológica de la Iglesia contra las herejías del Renacimiento. Y dentro de este espíritu combativo se construye en Chucena un magnífico retablo de 10,50 m. de alto y 8,40 m. de ancho, adaptándose por arriba al arco de medio punto que limita la cúpula de templo, al arco de triunfo.

Tiene este retablo cinco calles trazadas por las cuatro columnas o estípites y por la mayor relevancia de la calle central. Verticalmente también se pueden considerar cinco planos: muy superior, superior, medio, inferior y el muy inferior: el del altar y del banco. A las calles vamos a darles los números 1, 2, 3, 4 y 5, siendo la 1 la que queda más a nuestra izquierda, la derecha del retablo y lado del Evangelio en la liturgia tridentina, y la 3 la central.

El plano muy superior, que parece sostenido por las columnas, está separado principalmente por una especie de prolongaciones curvilíneas de las columnas centrales que, formando ángulos de unos 135º, terminan en el medallón de la Asunción de la Virgen que, superado por una estrella de ocho rayos, ocupa lugar en la calle central. Dicho medallón aparece sostenido o elevado por dos ángeles que lo enmarcan por arriba. Este plano, dadas las dimensiones del medallón, no nos presenta ninguna escultura ni bajorrelieve significativo en sus calles 2 y 3, sino sólo sendos ángeles, en actitud reverente ante María Assumpta, y rocallas que destacan entre las muchas que caracterizan a este retablo. En la 1 y 5 tenemos las imágenes de San Joaquín y de Santa Ana.

 

 
 
Camarín Central con la Virgen de la Estrella

 

En el superior ocupa el centro un manifestador alto en el que se habrá colocado el Santísimo Sacramento en ocasiones muy solemnes y que alberga un crucifijo que parece valioso por su estilo y su antigüedad. A ambos lados otros dos ángeles enmarcan por debajo este manifestador. En las calles 2 y 4 tenemos los bajorrelieves de las santas sevillanas Justa y Rufina y sendos ángeles adoradores del Santísimo Sacramento o del Santo Crucifijo. Las calles 1 y 5 corresponden a San Leandro y a San Isidoro (1).

El plano medio se estructura alrededor del bello camarín de la Patrona de Chucena, la Virgen de la Estrella, centro natural del retablo y, sobre todo punto, después del Sagrario, en que está presente en Cuerpo, Alma y Divinidad su Hijo, que recoge nuestras miradas, nuestros corazones, nuestras mentes y nuestros labios que no se resisten a decir un " ¡Madre mía!", en el que expresamos nuestro amor, nuestra fe y la esperanza en que nos consuele en la desgracia. Como María en su Asunción y como el Crucifijo del Manifestador, también la Virgen de la Estrella tiene ángeles; dos que enmarcan el camarín, y otros dos a sus pies que la preceden y la anuncian en escolta honorífica en este camarín y en el paso procesional. El espacio del camarín se cierra por debajo con un bello manifestador, situado en un triángulo isósceles organizado para atraer la atención de los adoradores del Santísimo Sacramento. En las calles 4 y 2, en orden inverso al cronológico, se nos presentan bajorrelieves de la Anunciación y la Visitación a Santa Isabel. En las calles 1 y 5 tenemos a San Pedro y San Pablo.

El plano inferior se estructura alrededor del Sagrario, que queda debajo del manifestador. Su puerta nos muestra la escena celeste y apocalíptica del Cordero Divino sobre el Libro Cerrado con siete sellos. El Cordero, que nos muestra su costado derecho, nos vuelve la cabeza. Con su pata derecha y su cuello sostiene la cruz con bandera de San Juan Bautista. Indica ésta la expresión del Precursor: "Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (2).

 

 
 
Relieve de la Asunción

 

Las calles laterales inmediatas sólo nos ofrecen rocallas, y las extremas, las partes superiores de las bellas puertas de acceso al templo desde la sacristía, enmarcadas por las exuberantes ménsulas en las que se apoyan los estípites. En el que hemos llamado plano muy inferior se sitúa la mesa de altar, realizada con azulejos de la época y de dimensiones propias de la liturgia tridentina, el banco y las partes inferiores de las puertas.

La Asunción de María a los Cielos que representa el medallón superior ocupa en este retablo el lugar donde en otros está la Santísima Trinidad, el ático, porque el día en que Chucena festeja a su Virgen de la Estrella (los 15 de cada mes de Agosto) la Iglesia celebra el misterio de su subida en Cuerpo y Alma a los Cielos. La importancia de este medallón queda ratificada por esos cuatro ángeles que les dirigen sus miradas señalándonos a la Virgen triunfante que va a quedarse definitivamente con su Hijo.

Cristo en la Cruz, única representación escultórica de la divinidad en este retablo también está rodeado de cuatro ángeles que lo glorifican. La Virgen igualmente aparece acompañada de cuatro ángeles, dos adosados a los esbeltos soportes verticales de ambos lados de su camarín, y otros dos que portan sendas luces (3) en honor de su Reina.

Hemos querido hacer un recorrido ligero por un retablo de gran valor artístico y de impresionante hermosura. Sus medidas no han impedido que su madera esté ricamente sobredorada en todo el conjunto y policromadas sus imágenes. Nos muestra profusión de detalles y armonía, dentro de lo curvilíneo del Barroco y el Rococó. Es un tesoro que guarda Chucena y que debe cuidar con gran celo.

 

 
 
Sagrario

 

Por sus características arquitectónicas y por sus elementos decorativos parece que también el templo parroquial es del siglo XVIII, probablemente de la segunda mitad, después del terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755 que destruyó muchas iglesias. En ese caso, templo y retablo serían de la 2º mitad de la centuria de la Ilustración (4), teniendo actualmente unos dos siglos, Con toda seguridad en el mismo lugar en que hoy está nuestra Parroquia antes ha existido otra de dimensiones más reducidas, que se había quedado pequeña por la inmigración de vecinos de Alcalá de la Alameda que se viene a Chucena sobre todo en el siglo XVII.

Chucena, en el medallón de la Asunción de la Virgen a los Cielos que destaca en su retablo, nos demuestra en él su fe en que la Virgen subió en Cuerpo y Alma junto a su Hijo dos siglos antes de que el Papa Pío XII obligara a creer esta verdad. Es de justicia decir también algo de Alcalá de la Alameda porque es parte de Chucena y una parte que queremos mucho por su importancia histórica de villa hermana de la nuestra y por el amor que nos supo encender el Padre Jacinto. También Alcalá de la Alameda se adelantó en bastantes siglos a la Iglesia que en el XIX, con Pío IX, proclamara el dogma de la Inmaculada Concepción de María, dedicándole su Parroquia, al menos desde el siglo XV. Chucena y Alcalá, Alcalá y Chucena han demostrado a través de los siglos gran devoción a la Virgen, creyendo sus principales misterios. Este caudal no lo quiere desperdiciar tampoco la Hermandad Sacramental de Nuestra Señora de la Estrella, que se propone conservarlo dándole siempre nueva vida.

El retablo es una síntesis histórico-artística de lo que es religiosamente Chucena. La Historia no es sólo una ciencia que sirve para recordar cariñosamente el pasado, ni para expresar nuestro agradecimiento a otros hombres que nos precedieron. Todo esto ya la justifica. Pero es mucho más. Es la ciencia que sirve para comprender al hombre, para definir su ser, que se ha ido manifestando a través del tiempo. Para proyectar el futuro, que es en definitiva lo importante y a lo que estamos obligados, tenemos necesidad de comprendernos, de examinar nuestras limitaciones y posibilidades. Esas las busca la Historia. La Historia, entonces, más que para el pasado, sirve para el futuro.

 

 
 
Crucifijo del manifestador alto

 

Chucena es un pueblo que ama su historia, que le gusta saber qué y cómo ha sido antes. Prueba de este amor al pasado son los Apuntes Históricos de la Villa de Chucena, que con todo cariño redactó nuestro querido y nunca olvidado paisano P. Fr. Jacinto, incluso sin contar con los datos necesarios para hacer una obra de esa envergadura, que acogimos con gran ilusión. Prueba también del deseo de conocer el pasado real, visto con la objetividad del documento, es el interés con el que muchos habéis leído el Estudio histórico del Marquesado de Alcalá de la Alameda, para el que he tenido la suerte de contar con un buen archivo, el de los Duques de Medinaceli en la Casa de Pilatos de Sevilla, con la dirección cariñosa de un buen archivero, el Dr. Don Joaquín González Moreno, y con la ayuda de la que era muy novia y hoy es mi mujer, Mercedes.

En el retablo tenemos también constancia de nuestro pasado. Es, en cierto modo un documento en madera, y vamos a leerlo. Que Chucena es parte, y parte activa, de una región llamada Bética, por tener como centro el río Betis o Guadalquivir, nos lo está diciendo la presencia en él de cuatro grandes santos: Justa y Rufina, Leandro e Isidoro (5), santos no sólo sevillanos, sino de toda la región. Por lo que respecta a Sevilla, sabéis que hasta hace 22 años hemos pertenecido a su Diócesis. Pío XII, el mismo año que se cumplía un siglo de la proclamación del dogma de la Inmaculada, creó la Diócesis de Huelva. Aquel año inicial de nuestro Obispado se caracterizó en Chucena por el viaje de la Virgen a Huelva. Todos los chuceneros que teníamos uso de razón lo recordamos con gran cariño. Yo tenía entonces sólo seis años y quise ir también, pero, como era lógico, no me dejaron mis padres. Seguía, sin embargo, con interés las noticias en la radio y oía al locutor admirarse del entusiasmo de los chuceneros por su Virgen de la Estrella bajo la lluvia implacable de aquel día onubense. Sólo el manto sufrió los efectos de la lluvia y por eso está despintado, pero no está más feo que nuevo porque esa falta de color está pregonando muy fuerte la gran devoción de Chucena a su Virgen: los buenos chuceneros se mojaron, pero siguieron adelante mientras cubrían con un paraguas el rostro de la Virgen y sus manos con el Niño Jesús. Y siempre seguiremos adelante defendiendo e incrementando nuestros valores locales, entre los que destaca esta devoción bajo la advocación maravillosa de la Estrella, y cuidando como un gran tesoro su bella imagen para que no sufra el más mínimo desperfecto y sea el más preciado símbolo de Chucena, que vean todas las generaciones que nos sucedan.

Hasta el año 1954 eclesiásticamente pertenecíamos a Sevilla y cuando se construyó el retablo aún no estaba creada la provincia de Huelva, a la que hoy nos honramos de pertenecer. Si vosotros leéis el capítulo XXIX del Estudio histórico del Marquesado de Alcalá de la Alameda, que trata de la Real Feria de Chucena y que contiene un documento del año 1801, veréis que se dice: "Concejo, Justicia y Regimiento de la villa de Chucena, de la provincia de Sevilla". Si cuando se hizo el retablo pertenecíamos eclesiástica y civilmente a Sevilla, es lógico que en él aparezcan elementos sevillanos, máxime si tenemos en cuenta que también lo son de toda nuestra región.

 

 
     
     
Relieves de las Santas Justa y Rufina

 

Justa y Rufina eran dos mujeres trabajadoras manuales de Triana que se dedicaron a la alfarería. Vivieron cuando la Bética, como toda Hispania, estaba bajo la dominación de los romanos. Éstos persiguieron a los cristianos porque veían en la nueva religión un peligro para conservar sus privilegios, que justificaban en su creída superioridad sobre los demás hombres, a los que consideraban esclavos. La religión de Cristo predicaba la igualdad y el amor entre todos los hombres. A ellos no les interesaba el triunfo de estas ideas y quisieron desterrarlas matando a los que las defendían. Justa y Rufina fueron valientes y prefirieron la muerte antes que renunciar a su fe cristiana. No cabe duda de que tienen un gran mérito como mártires, pero quizá no sea menor el que tengan como alfareras, como artesanas, como mujeres que se entregaban a su trabajo sabiendo que con él estaban realizando un servicio público importante, con el que, bien hecho, también se puede llegar a la santidad. El trabajo es una contribución que todos debemos a la sociedad, cada uno con los medios de que dispongamos y con los talentos que Dios nos haya dado. Es el camino normal a la santificación. En Chucena son muchas las mujeres que trabajan en distintas labores artesanas. Las hay quienes bordan, quienes hacen prendas de punto, quienes cosen. En éstas o en otras labores, como la agricultura, la población femenina de Chucena realizan faenas remuneradas, además de las domésticas, que nadie paga, aunque merecen los mejores sueldos.

Se me ocurre lanzar desde aquí la idea, por su bien y por el de Chucena, que las que trabajan en el mismo oficio se agrupen en cooperativas. Así defenderán mejor sus intereses y producirán más. Seamos modernos en los aspectos auténticamente modernos. Uno de éstos es la cooperación, ser capaz de agruparse, de saber respetar las ideas de los demás y exponer humildemente las propias para, entre todos, hacer una labor común. Bien conocida es la frase «la unión hace la fuerza», cuya importancia demuestra que haya sido recogida en el Escudo nacional de Bélgica que figura en cabeza del desarrollo económico.

Si en nuestro retablo aparecen dos trabajadores manuales también tenemos dos trabajadores intelectuales. Esto demuestra que las dos clases de trabajos son igualmente dignos de aparecer en él y que con los dos se puede hacer un gran servicio a la sociedad y llegar incluso a la santidad. Leandro e Isidoro son los pilares intelectuales (6) de la Iglesia de Sevilla y de toda la Iglesia española y de toda la Iglesia universal: cuando los nuevos dominadores de nuestra patria, los visigodos, eran enemigos de la fe católica, a la que consideraban como blasfema, ellos supieron defenderla con sus escritos y con su palabra. Leandro e Isidoro fueron Obispos de Sevilla; el primero en los últimos años del siglo VI y el segundo los primeros del siguiente. Dos hermanos también, como Justa y Rufina, defensores de la verdad, que han merecido que su memoria se perpetuara en el Escudo heráldico de la ciudad hispalense, con San Fernando, el rey conquistador, entre ellos. No murieron mártires porque su fe fue capaz de convertir a los reyes arrianos. Leovigildo fue perseguidor y llegó a matar a su propio hijo San Hermenegildo porque era católico. Éste y su hermano Recaredo eran también hijos de Teodosia, hermana a su vez de Leandro e Isidoro. Recaredo, que sucedió en el trono a su padre, fue fiel a la fe de sus tíos y abjuró del arrianismo en el III Concilio de Toledo, presidido por Leandro, y protegió desde entonces a la Iglesia Católica. Leandro presidió también el I Concilio de Sevilla, e Isidoro, el II y el III de Sevilla y el IV de Toledo. Estos Obispos son glorias para la región que desde hacía muchos siglos, un milenio y medio, era la más culta de España. Como es lógico, de la cultura nace la luz. Leandro e Isidoro, Isidoro y Leandro fueron la luz nacida en nuestra tierra bética, Andalucía occidental, que alumbró las inteligencias de su época. El fuego prendido en su fe hizo que España desde entonces no haya dejado de ser católica, sino que permanecerá fiel a la Iglesia durante los siglos de dominio musulmán.

 

 
 
Escultura de San Pedro Apóstol

 

Nuestra región desde antes de Argantonio, rey de los tartesios, hasta después de Almotadid y Almotamid, reyes de la Sevilla mora -es decir, durante 2.000 años-, ha sido la más culta de la Península Ibérica. Estos cuatro santos andaluces que están en nuestro retablo son un símbolo de las fuentes del desarrollo: el trabajo manual y el intelectual. Las circunstancias históricas han ocasionado que hayamos ido quedando postergados en el conjunto nacional. No esperemos que vengan otros a redimirnos. Tenemos que hacerlo nosotros, con nuestros medios, con nuestros brazos y con nuestras mentes. Sabemos que Chucena tiene graves problemas económicos; busquemos entre todos la forma de solucionarlos. Para eso hace falta generosidad, valentía y cooperación.

Hemos visto ya que en nuestro retablo queda constancias de la pertenencia de Chucena a la Iglesia hispalense, al Valle del Guadalquivir o Andalucía baja. Pero hay algo que, desde el punto de vista religioso, es mucho más importante: la pertenencia de nuestro pueblo a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. ¿Aparece también eso en nuestro altar mayor?. También. Veamos: ¿Cuáles son los dos santos de más trascendencia histórica en la Iglesia? No cabe duda: San Pedro y San Pablo. San Pedro fue el primer Papa, el primer representante de Cristo en la Tierra, por designación divina que recoge el Evangelio. Es la base de autoridad en la Iglesia y los Sumos Pontífices, los Papas, son sus sucesores. San Pablo es el Apóstol que más documentos (epístolas, cartas) ha dejado escritos. Es base intelectual, teológica, de la Iglesia. La importancia de ellos está expresada en nuestro retablo, en el que se les han hecho dos imágenes de bulto redondo y de tamaño natural que destacan en el conjunto artístico.

Se ha analizado ya dos aspectos histórico-religiosos de nuestro retablo: la pertenencia de Chucena a la región de Andalucía occidental y a la Iglesia Católica, que tienen su centro en Roma, de donde es Obispo el sucesor de Pedro, el Papa, que (es una curiosidad) actualmente se llama Pablo. Hay un tercer aspecto de suma importancia en nuestro retablo: la fe de Chucena en la Virgen. Son seis figuras marianas las que el artista y el pueblo que lo mandó a hacer han colocado en él. Por orden cronológico tenemos a San Joaquín y a Santa Ana, padres de la Virgen, que merecieron el don divino de engendrarla y concebirla sin pecado original (7 y 8); el Anuncio del Ángel de que iba a ser Madre del Mesías; la Visita a su prima Santa Isabel; la Asunción en Cuerpo y Alma a los Cielos, y, en el lugar más destacado, en su camarín, la Virgen de la Estrella, que es María coronada como Reina y siempre actual y presente siempre entre nosotros: ya fuera de la historia que pasa, con permanencia absoluta, como Madre de todos los chuceneros que han existido, de los que ahora estamos en esta bonita tierra de los verdes viñedos y olivares y de los trigales dorados, del Pino y de la Cruz chiquita, de la torre giraldilla y de la sobria y solitaria elegancia de la antigua Parroquia de Alcalá, y de los que nos sucederán en la emoción al contemplar estos elementos y, más aún, su imagen. Madre siempre de Chucena, Estrella que no dejará de iluminarnos el buen camino.

 

 
     
     
Relieves de la Anunciación y la Visitación

 

Vamos a hacer también un recorrido por estas figuras marianas del retablo: El cuadro en relieve que está a la izquierda de la Virgen, a la derecha del que mira, representa el momento en que San Gabriel baja del Cielo para anunciarle: «María, no temas, porque has hallado gracia ante los ojos de Dios y concebirás y parirás un hijo a quien pondrás por nombres Jesús. Éste será grande y será llamado Hijo del Altísimo y recibirá el trono de su padre David y reinará eternamente. El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá, por cuya causa el santo que de ti nacerá sin intervención de varón será llamado Hijo de Dios». María estaba siendo pretendida, como vulgarmente solemos decir, por el mismo Espíritu Santo, a través de su ángel emisario, para engendrar en ella a la Segunda Persona de la Trinidad Divina. Ella contestó con toda humildad: «He aquí la esclava del Señor».

Simétrico al relieve anterior y del mismo tamaño tenemos otro que recoge la escena de la Visita de la Virgen a su prima Santa Isabel, que en la vejez, cuando había perdido toda esperanza de tener un hijo, se había quedado embarazada. La noticia tuvo gran importancia para toda la familia por lo inesperado y deseado del acontecimiento, de tal manera que la Virgen, aunque estaba embarazada de Cristo, se puso en camino para ayudarle. Al llegar, notó Isabel que la criatura que llevaba en su vientre comenzaba a dar saltos de gozo, e, inspirada por el Espíritu Santo, dijo: «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿Por qué viene a visitarme a mí la madre de mi Señor?» María con la misma humildad que tuvo ante el ángel contestó: «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de gozo en el Dios mi Salvador porque se ha fijado en la bajeza de su esclava. Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque he hecho en mí cosas grandes aquel que es todopoderoso y cuyo nombre es santo y cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen».

En el centro de la zona superior del retablo, como ya hemos dicho, tenemos un gran medallón que representa la subida de la Virgen al Cielo. Sobre este hecho podemos hacernos dos preguntas: ¿Por qué? y ¿para qué?: ¿Por qué Cristo, Dios, llevó a su Madre consigo en Cuerpo y Alma. Simplemente porque era su Madre. ¿Y para qué la llevó? Para que desde allí, viéndonos a todos los hombres, fuera también nuestra Madre y pudiera interceder ante su Trono por nosotros. ¿Quién mejor puede rogar a Dios por los hombres que una criatura humana, como nosotros, que le había concebido en su vientre? María es la Estrella subida al Cielo que brilla con más resplandores en la noche oscura de esta vida iluminando nuestros corazones y dándonos el calor de la madre de todos: «Estrella del Firmamento, Rocío de la Mañana, jazmín, azucena y lirio, romero y rosa temprana. Porque eres Reina de todo el mundo al Cielo te fuiste un día. Te debiera de haber quedo con nosotros toda la vida» (9).

 


 

NOTAS

(1) En el año 1976 me dejé llevar demasiado por la imaginación al asignar nombres a estos bajorrelieves: no son San Leandro y San Isidoro. El de la calle 5 es Santo Tomás de Aquino:

 

- El hábito del santo puede ser identificado como el de la orden de Santo Domingo, a la que pertenecía.

- Está tocado con bonete con penacho similar al que ocupa lugar, conjuntamente con libro y documento, en la mesa del cuadro de Zurbarán "La apoteosis de Santo Tomás de Aquino".

- El santo lleva en su mano derecha una pluma y en la izquierda un libro, como en este cuadro, en alusión a su condición de Doctor de la Iglesia. En el cuadro vemos que está rodeado por los cuatro Padres de la Iglesia latina, aludiendo a su condición de quinto Doctor.

- Otro atributo de este santo es una estrella o un pequeño sol que, en alusión a su visión, brilla como un escarbúnculo o rubí en su pecho o en su hombro derecho. En el cuadro de Zurbarán el sol, representado con cara, destaca en su pecho. Sobre el mismo, pero algo más bajo, tiene un collar, cuyo centro también lo ocupa un adorno astral. En el bajorrelieve del retablo el sol está situado en un collar similar.

- También son atributos de Santo Tomás de Aquino las alas, que se observan en este bajorrelieve, en alusión a su sobrenombre de "Doctor angélico".

- La parte del cuerpo del santo que ocupa el bajorrelieve del retablo no nos permite la visión del "cingulum castitatis" del que fue revestido por dos ángeles.

 

El santo de la calle 1 no lo tengo identificado todavía. Es obispo o abad (tiene mitra sobre su cabeza y báculo en su mano derecha). Puede ser Doctor de la Iglesia (porta un libro abierto sobre su mano izquierda) y mártir (tiene una flecha o una lanza en su hombro derecho). Va revestido con capa pluvial. He consultado y he de seguir consultando la obra: RÉAU, LOUIS (1955), Iconographie de L'Art Chrétien, Presses Universitaires de France, Paris.

(2) Jn 1, 29.

(3) Actualmente llevan sendos incensarios de plata. Las luces que llevaban antes probablemente fueron las últimas que se quitaron de la iluminación que había tenido el retablo en la primera mitad de los años 60, en que se llenó el retablo de bombillas colocadas sobre cañas de plástico que imitaban velas. Ello significaba un grave peligro para el retablo y, afortunadamente, fue suprimido.

(4) Realizándose obras de afianzamiento al muro en 1993, siendo Hermano Mayor Bartolomé Sánchez Franco, se encontró la inscripción que acredita la autoría de Julián Jiménez y el año en que se hizo el retablo: 1788.

(5) Actualmente sabemos que cometí un grave error al pensar que el bajo relieve de un obispo que tiene el retablo correspondía a San Leandro y que el simétrico a éste era de San Isidoro.

(6) Casi lo mismo podemos decir de dos Doctores de la Iglesia. Habría que suprimir lo relativo a Sevilla y a la época visigótica, pero se mantendría la condición de estos santos de nuestro retablo, uno de ellos no identificado, de pilares de la Iglesia y referencia al trabajo.

(7) La presencia de San Joaquín y de Santa Ana en el retablo está relacionada con la purísima concepción y con la natividad de la Virgen. No podemos describir el designio divino, pero sí los hechos protagonizados por los padres de María según los relatos de los evangelios apócrifos de la Natividad: el Protoevangelio de Santiago, el evangelio del Ps. Mateo y el De nativitate Mariae. Nos dicen que San Joaquín y Santa Ana eran injuriados por sus vecinos y ellos mismos se sentían malditos de Dios porque había hecho estéril a Ana. El Protoevangelio de Santiago nos dice que, al llegar la fiesta grande del Señor (la fiesta de la Dedicación del templo, según el Libro sobre la Natividad de María), en que los hijos de Israel suelen ofrecer sus dones, Rubén se plantó frente a Joaquín diciéndole: "«No te es lícito ofrecer el primero tus ofrendas, por cuanto no ha suscitado un vástago en Israel»". Según el Evangelio del Pseudo Mateo las palabras del escriba Rubén fueron más duras: le excluían del derecho a mezclarse ente los que ofrecen sus sacrificios a Dios. Aún más duro fue el sumo sacerdote, Isacar, en el relato del Libro sobre la Natividad de María: Su esterilidad le marcaba como maldito de Dios. Los archivos de Israel le mostraban que "todos los justos habían suscitados descendientes... Joaquín quedó sumamente afligido y no compareció ante su mujer, sino que se retiró al desierto. Allí plantó su tienda y ayunó cuarenta y cuarenta noches (cinco meses según el Ps. Mateo), diciéndose a sí mismo: «No bajaré de aquí [a mi casa], ni siquiera para comer y beber, hasta tanto que no me visite el Señor mi Dios; que mi oración me sirva de comida y de bebida». Y Ana, su mujer, se lamentaba y gemía doblemente, diciendo: «Lloraré mi viudez y mi esterilidad». Oró también: «¡Oh Dios de nuestros padres!, óyeme y bendíceme a mí de la manera que bendijiste el seno de Sara dándole como hijo a Isaac». Siguieron a estas otras palabras de lamento al ver que le rodeaban seres fecundos. «Y he aquí que se presentó un ángel de Dios, diciéndole: «Ana, Ana, el Señor ha escuchado tu ruego: concebirás y darás a luz y de tu prole se hablará en todo el mundo». Ana respondió: «Vive el Señor, mi Dios, que, si llego a tener algún fruto de bendición, sea niño o niña, lo llevaré como ofrenda al Señor y estará a su servicio todos los días de su vida». Entonces dos mensajeros le anunciaron el retorno de su marido con sus rebaños y que las oraciones de él también habían tenido respuesta a través de un ángel. El abrazo de este encuentro ante la Puerta Dorada es interpretado por la tradición como el momento en que Dios milagrosamente hace que un óvulo de Santa Ana quede fecundado y María sea concebida sin pecado original. Ciertamente para la pureza de la concepción no es necesario prescindir del proceso natural, pero así lo ha visto el pueblo devoto. Ana pronunció entonces estas palabras: «Ahora veo que Dios me ha bendecido copiosamente, pues, siendo viuda (a causa del abandono), dejo de serlo, y, siendo estéril, voy a concebir en mi seno». El Protoevangelio expresa la concepción sólo con este texto: "Y Joaquín reposó aquel primer día en su casa" y con unas pruebas de bendición de Dios al día siguiente. "Y se cumplió a Ana su tiempo, y el mes noveno alumbró". Ps. Mateo expresa la convicción de Santa Ana de haber concebido en el mismo abrazo, momento en que da "gracias a Dios diciendo: «Poco ha era viuda y ya no lo soy; no hace mucho era estéril, y he aquí que he concebido en mis entrañas». Esto hizo que todos los vecinos y conocidos se llenaran de gozo, hasta el punto de que toda la tierra de Israel se alegró por tan grata nueva". El Libro sobre la Natividad de María nos dice que, "después de adorar al Señor volvieron a su casa, donde esperaron la realización de la divina promesa, llenos de confianza y de alegría", y que "por fin concibió Ana y alumbró una hija, a quien sus padres dieron el nombre de María según el mandato del ángel". Las palabras de Ana, al conocer que era una niña, según el Protoevangelio son muy parecidas a la del Magnificat que entonaría María ante Isabel: «Mi alma ha sido hoy enaltecida».

(8) Hernando de Esturmio, que en 1547 terminó el retablo de la Inmaculada Concepción de Alcalá del Río (Sevilla), firmó en 1555 La Alegoría de la Inmaculada Concepción de la Colegiata de Osuna (Sevilla). Tiene esta pintura dos niveles. En el superior está María sentada con túnica blanca y manto azul en el momento en que la mano del Padre Eterno la corona en presencia del Espíritu Santo, representado por una paloma. El Hijo está como Niño sentado sobre ella y cogido por su mano izquierda. En su derecha nos muestra una azucena. La luna está a sus pies y la rodea la luz, unas nubes y arcángeles y ángeles con ramilletes de azucena. En la parte inferior, que tiene mayor proporción, San Joaquín y Santa Ana, que miran a María, ocupan el centro. De sus pechos brotan sendas ramas con azucenas que se entrecruzan y producen como fruto a María. A uno y a otro lado se nos presentan personajes secundarios: un pastor con una oveja en su brazo que observa y dos mujeres jóvenes que comentan la escena. Pacheco (1564-1644) nos pinta a San Joaquín y a Santa Ana de rodillas ante la Puerta Dorada. Los Apócrifos nos muestran la Infancia de María y su educación en el Templo, al que la llevaron a los tres años. El Protoevangelio expresa: "María permaneció en el templo como una palomica, recibiendo alimentos de manos de un ángel. Pero, al llegar a los doce años, los sacerdotes se reunieron para deliberar, diciendo: «He aquí que María ha cumplido sus doce años en el templo del Señor, ¿qué habremos de hacer con ella para que no llegue a mancillar el santuario?». Y dijeron al sumo sacerdote: «Tú, que tienes el altar a tu cargo, entra y ora por ella, y lo que te dé a entender el Señor, eso será lo que hagamos». Y el sumo sacerdote, endosándose el manto de las doce campanillas, entró en el «sancta sanctorum» y oró por ella. Mas he aquí que un ángel del Señor se apareció, diciéndole: «Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo. Que venga cada uno con una vara, y de aquel sobre quien el Señor haga una señal portentosa, de ese será mujer»". Floreció la vara de José que se resistió a aceptar, pero "la recibió bajo su protección". El mismo libro narra poco más adelante la Anunciación en términos parecidos a los del Evangelio de San Lucas. Narra igualmente el desconsuelo de José, al comprobar a los seis meses el embarazo de María, que nos presenta San Mateos. José fue acusado por el escriba Anás de haber "violado a aquella doncella que recibió en el templo de Dios, con fraude de matrimonio y sin manifestarlo al pueblo de Israel". Todo esto condujo a que tuvieran que beber el agua de la prueba del Señor, de la naturalmente era casi imposible sobrevivir. Entre las acusaciones presentadas a Pilato, según el Evangelio de Nicodemo figuraron la de haber venido al mundo por fornicación. La fiesta de la Concepción de María es de origen oriental y data de los primeros siglos del Cristianismo. Los grandes planteamientos teológicos se hacen después del reconocimiento de oficialidad hecho por Constantino en el año 313. En el 325 el Primer Concilio Ecuménico (excluido el apostólico de Jerusalén), reunido en Nicea, declara la divinidad de Jesucristo. Desde entonces se va adornando a María de reconocimientos. De San Ciricio (Papa entre el 384 y el 398) en carta del 392 a Anisio, obispo de Tesalónica, destaca el horror de éste ante la posibilidad de que "del mismo vientre virginal del que nació, según la carne, Cristo, pudiera haber salido otro parto". El Concilio de Toledo de año 400 (y también en el 447) nos presenta un Símbolo de Fe y afirma la divinidad de Jesucristo y que santificó en el vientre [el vientre] de la bienaventurada Virgen María. Para afirmar la indivisible unidad de las naturalezas, divina y humana, de Jesucristo, objeto de importantes herejías, el Concilio de Éfeso (año 431, III Ecuménico) declara que María no sólo es Madre de Jesús como hombre, sino de Dios hecho hombre. En parecidos términos se redacta en el 433 la fórmula de unión, aprobada por Sixto III, por la que se restableció la paz entre San Cirilo de Alejandría y los antioquenos. Juan II en el 534 en la Carta 3 Olim quidem a los senadores de Constantinopla escribe: "«En cuanto a la gloriosa santa siempre Virgen María, rectamente enseñamos ser confesada por los católicos como propia y verdaderamente engendradora de Dios y madre de Dios Verbo, de ella encarnado. Porque propia y verdaderamente Él mismo, encarnado en los últimos tiempos, se dignó nacer de la santa y gloriosa Virgen María. Así, pues, puesto que propia y verdaderamente de ella se encarnó y nació el Hijo de Dios, por eso propia y verdaderamente confesamos ser madre de Dios de ella encarnado y nacido»". El Concilio de Letrán (649) declara anatema a quien, entre otras cosas, no confiese la virginidad indisoluble de María, aún después del parto. En 1476 se universaliza la festividad de la Concepción de María con la Constitución Cum Praeexcelsa de Sixto IV: "Cuando indagando con devota consideración, escudriñamos las excelsas prerrogativas de los méritos con que la reina de los cielos, la gloriosa Virgen Madre de Dios, levantada a los eternos tronos, brilla como estrella de la mañana entre los astros...: Cosa digna, o más bien cosa debida reputamos, invitar a todos los fieles de Cristo... a que den gracias al Dios omnipotente... y alabanzas por la maravillosa concepción de la misma Virgen inmaculada...". Este Papa en 1483 tiene que rechazar las predicaciones tanto de quienes, por una parte, quieren obligar a negar, como, por otra parte, confesar la Inmaculada Concepción de María. Pio V, dominico, en 1571 instituye la festividad de la Virgen del Rosario, en conmemoración de la batalla de Lepanto y en el afán de enaltecer el fervor mariano de los dominicos, que rechazaban el privilegio mariano de la concepción inmaculada. Gregorio XV en 1622 da disposiciones respecto al culto a María por su Concepción. Alejandro VII en 1661 publicó su Bula Sollicitudo Omnium Eccl., en la que muestra que casi todos los católicos aceptan que el alma de María "fue preservada inmune de la mancha del pecado original" y renueva los documentos pontificios sobre que "el alma de la bienaventurada Virgen María en su creación e infusión en el cuerpo fue dotada de la gracia del Espíritu Santo y preservada del pecado original". Por fin Pio IX el 8 de diciembre de 1854 declaró esto con rango de dogma. Luis de Vargas en 1561 terminó su Alegoría de la Inmaculada Concepción, conocida también como La Genealogía de Cristo o La Generación Temporal de Cristo. También se plasma en dos niveles. En el superior María sostiene con los dos brazos al Niño Jesús y un ángel lleva una cartela. En el inferior y en primer plano tenemos a Adán y a Eva. Antes y al lado del primero un esqueleto, que representa a la muerte, parece salir de su tumba y junto a él está la serpiente. Tras Adán y Eva, en abigarrada composición, tenemos múltiples personajes como ascendientes de Jesús. La primera representación de María sola, sin el Niño, con la iconografía propia de la Inmaculada que conozco es la de Cristóbal Gómez (1589). Las de Pacheco, que fija esta iconografía, se fechan en 1617 y en 1621.

(9) El Rosario por Sevillanas, cantado por el pueblo de Gines (Sevilla), Discoteca Pax Musicasettes, MCP-1026, Dep. legal: M-3648-1973, Imp. de Lujo nº 4054, I.G. CARO - Isabelita Usera, 80.

 

     
     
 
     
     
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