EL ARTE DE ROQUE BALDUQUE Y PEDRO DE MENA EN LATINOAMÉRICA

Jesús Abades


 

 

La conquista del fértil e ignoto continente americano supuso que los territorios del llamado Nuevo Mundo se convirtieran de inmediato, bajo dominio de los españoles, en el destino más importante para ambiciosas empresas de expansión descubridora, fundacional y evangelizadora.

A partir del siglo XVI, la creación y desarrollo de nuevas ciudades se ve correspondida con la erección de suntuosos templos, conventos y asociaciones religiosas en las mismas, lo que conlleva la adopción de estilos, modelos y devociones procedentes de la Península Ibérica, especialmente de tierras andaluzas.

La gran demanda de arquitectos, escultores, pintores, orfebres y retablistas, que alcanzó su cenit en el siglo XVII para decaer en la centuria siguiente con el surgimiento de las escuelas indígenas, motivó la importación de una ingente cantidad de obras, realizadas en los talleres españoles, e incluso la emigración artística, con imagineros como Pedro Laboria o Gaspar de la Cueva que fijan su residencia en las colonias para atender directamente las necesidades de una cuantiosa clientela.

Un ejemplo de obra importada de un obrador sevillano lo tenemos en la Virgen del Rosario, que recibe culto en el Convento de Santo Domingo, de Lima, y fue labrada por Roque Balduque en 1560. El escultor e imaginero flamenco, fallecido al año siguiente de la ejecución de esta imagen, fue el más importante del entorno artístico de Sevilla durante el segundo tercio del siglo XVI, así como el introductor en el ámbito de la escultura religiosa de las maneras que, por esas fechas, se estilaban en Italia y en Flandes (1).

Tal y como podemos ver en la Virgen limeña, con sus figuras marianas Balduque impuso un tipo de Madonna del Renacimiento, poseedora de un aire melancólico heredado de la iconografía flamenca, que constituyó el punto de partida para las posteriores creaciones de los artífices del manierismo sevillano (2).

Al igual que otras de sus versiones sobre el tema, caso de la sevillana Virgen de la Misericordia, con la que guarda notables semejanzas, la escultura cubre su cabellera con la característica toca balduqueña, en tonos marfiles, que desciende en pliegues diagonales hasta envolver el busto de la Señora. El manto rojizo cae a ambos lados de la figura y se recoge en el brazo derecho, sin llegar a tapar su delantera como ocurre en obras más propias del círculo del escultor. La túnica se ajusta con cíngulo oscuro, resaltando el gusto por los complicados pliegues en la indumentaria. Se presenta en actitud contemplativa hacia el Hijo, que reposa sobre su brazo izquierdo y sostiene el orbe en la mano izquierda mientras bendice con la diestra. Entre ambas figuras, tocadas con sendas coronas, se dispone el rosario como atributo de su advocación y María, además, porta un ostensorio en su mano derecha.

 

 

Otras magníficas piezas, traídas también desde España para la Orden Jesuíta radicada en la capital de Perú, son los bustos de la Dolorosa y del Ecce Homo de Pedro Mena, conservados en la Iglesia de San Pedro.

La hechura cristífera, tallada hasta la altura del pecho, deriva del modelo establecido por los hermanos Jerónimo Francisco y Miguel Jerónimo García para la Cartuja de Granada (3) y del realizado por Bernardo de Mora para el templo catedralicio de dicha ciudad (4). Presenta el rostro doliente tras los azotes, con los ojos rasgados y las facciones afiladas y juveniles. Cabello y barba se encuentran partidos a dos aguas y modelados mediante finos y lacios mechones. Las heridas no son abundantes, concentrándose en la espalda, hombro derecho y frente como consecuencia de la Coronación de Espinas, pasaje evangélico con el que se conoce popularmente a esta obra.

Respecto a la imagen de la Dolorosa, labrada hasta la altura de la cintura, comparte con la anterior la concepción austera e intimista, propia de la intimidad conventual. Guarda estrecha relación con las versiones sobre el tema realizadas por Mena para la Catedral de Málaga y el madrileño Monasterio de la Encarnación. Como es habitual en la producción del autor, muestra las manos unidas en oración y un semblante maduro a la vez que absorto en su dolor, con los ojos caídos y la boca levemente estremecida por el llanto. No lleva lágrimas, pero al igual que el Ecce Homo dispone de ojos de pasta vítrea para acentúar el realismo de la composición.

Pedro de Mena realizó idénticas parejas para el madrileño Convento de las Descalzas Reales, considerada la mejor de toda la serie, y para el Convento de los Jesuítas que los religiosos españoles fundaron en México.


BIBLIOGRAFÍA

(1) HERNÁNDEZ DÍAZ, José. "Iconografía Hispalense de la Virgen Madre en la Escultura Renacentista", publicado en Archivo Hispalense, tomo II, nº 3, Sevilla, 1944, pp. 17-24.

(2) Ibidem.

(3) OROZCO DÍAZ, Emilio. "Los Hermanos García", publicado en Cuadernos de Arte, Granada, 1936, p. 3.

(4) GÓMEZ-MORENO, María Elena. "Un San Francisco de Mena en Antequera", artículo publicado en Archivo Español de Arte, Madrid, 1952, p. 68.

 

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