LAS GLORIAS DE MURILLO (VII)
LA VIRGEN DE LA LECHE

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

"Estoy enamorado de la Virgen Murillo de la Galería Corsini. Su cabeza me persigue y sus ojos continúan pasando por delante de mí como dos linternas danzando"

Gustave Flaubert

 

 

Por la década de 1650 pinta Murillo buena parte de sus cuadros de la Virgen con el Niño. Varias de ellas son del Rosario. Las imagina sentadas en un banco corrido, y con el manto caído sobre las piernas y el suelo formando abundantes plegados. En sus obras más antiguas nos presenta a María con el cuerpo ni erguido ni laxo y al Niño indolentemente recostado en su regazo contemplándonos.

Después de crear las vírgenes anteriores, Murillo siente la necesidad de renovar su tipo mariano. Ahora, por influencia de los grabados y dibujos renacentistas de Rafael, prefiere un modelo más juvenil, de rostro más menudo y aniñado y de cuerpo erguido y esbelto, mostrándonos su bello desnudo velado sólo con un breve pañal que cruza su cuerpo, en más de una ocasión de pie sobre el muslo materno.

Como es natural, Murillo continúa cultivando el tema en años posteriores, e interpretándolo de acuerdo con la constante evolución de su sensibilidad. El éxito de las primeras vírgenes debió de contribuir poderosamente en el gusto de los sevillanos por este tipo de cuadro, que Murillo no dejará ya de pintar a lo largo de su vida.

Hacia el año 1660, aunque continúa moviéndose a veces dentro de algunas de las líneas generales de sus creaciones marianas anteriores, parece advertirse un deseo de renovarse y el hecho es que de esta época datan varios simulacros de la Virgen con el Niño muy diferentes entre sí y escasamente relacionados con los de los años 50. La Virgen más bella de su última etapa es la del Palacio Corsini de Roma, en la que curiosamente se perciben lejanos ecos de sus primeras interpretaciones marianas.

La obra de la Colección Corsini, llamada popularmente "Madonna Zingara" en las guías de Roma, pertenece a la iconografía de la Virgen de la Leche. De la forma en que hemos comentado, el famoso escritor Gustave Flaubert describe su reacción frente a la pintura, durante su estancia en Roma en 1851. El cuadro era entonces, y sigue siendo, uno de los más famosos del Palacio Corsini, llamado así por el cardenal que lo adquirió y ordenó remodelar en el siglo XVIII la antigua villa del XV según el gusto barroco de la época.

Este óleo sobre lienzo (164 x 108 cm) se pintó en torno a 1675 en Sevilla y es uno de los mejores ejemplos de la capacidad de Murillo para rendir el motivo religioso a la narración familiar y a la simplicidad compositiva.

La pintura se construye en torno a las dos figuras de la Virgen y el Niño, recreados casi como plebeyos, lo que dio lugar en el siglo XIX al mencionado apodo, concentrando Murillo la mayor expresividad en los rostros y las miradas, sobre todo los dos pares de ojos que miran intensamente al espectador, como si hubiera interrumpido la lactancia. En este caso, Murillo no se dejó llevar por el Renacimiento, sino que siguió con rigor el Concilio de Trento que ordenó velar el seno de María con el fin de hacer esta tipología iconográfica menos explícita.

 

FUENTES

Con información del Palacio Corsini.

ANGULO ÍÑIGUEZ, Diego. Murillo, Diputación de Sevilla, 1982, pp. 43-45 y 71-72.

 

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