La fresa, por la hoja trilobulada, simbolizó la Santísima Trinidad, y por su escaso crecimiento, pese a la excelencia del fruto, representó las virtudes de la humildad y la modestia. El color del fruto, rojo vivo, que además mira hacia abajo, se tomó por símbolo de la sangre de Cristo o de los mártires, y la flor de cinco pétalos se interpretó como símbolo de las heridas causadas a Cristo en la crucifixión.

Aunque normalmente se puede ver a la fresa en las iconografías de la Crucifixión o del Descendimiento en la Cruz, este fruto también aparece en representaciones marianas como la que nos ocupa, tomando además su título. La Virgen de las Fresas actualmente conservada en el Kunstmuseum de Solothurn (Suiza), donde ingresó en 1879 tras su transferencia por la Sociedad de Bellas Artes de la ciudad, es una pintura sobre tabla de madera de abeto con témpera realzada con pan de oro, cuyas dimensiones son 144,5 x 87,5 cm.

En la obra, pintada hacia 1425, se fusionan ideas pictóricas medievales y modernas: la pequeña figura del donante en primer plano a la derecha, el fondo dorado y la corona de la Virgen, engastada con piedras preciosas, son deudores de la Edad Media, mientras que la representación precisa de la fauna y la flora refleja la cosmovisión de la época moderna.

La Virgen de las Fresas se atribuye al llamado Maestro del Alto Rin, o al menos a su estudio. Este anónimo autor, también conocido como Maestro del Jardín del Paraíso por su obra más conocida, la tabla homónima conservada en el Städel Museum de Frankfurt, se revela como un artista del gótico internacional, quizás formado en Brujas por las influencias que se observan de los Van Eyck. El artista es también gran conocedor de la naturaleza y del comportamiento de los animales ya que las especies de plantas y aves pintadas se distinguen por la precisión de las mismas.

FUENTES

Con información del Kunstmuseum de Solothurn.

UZQUIZA RUIZ, Teodoro. Símbolos en el arte cristiano. Breve diccionario ilustrado, Buenos Aires, Sembrar Ediciones, 2012, p. 61.