EL MARTIRIO DE SAN SEBASTIÁN (V)
SANTA LUCINA

Con información de Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

 

Bastante olvidado en la actualidad, Alejandro Ferrant fue una gran figura del arte español en la segunda mitad del XIX. En 1877, el mismo año que Francisco Pradilla -compañero suyo de pensión en Roma- presentó su célebre cuadro "Doña Juana la Loca", Ferrant expuso "San Sebastián hallado en la Cloaca Máxima" -también conocida como "El entierro de San Sebastián"-, una obra que, al igual que la anterior, fue pintada como prueba de su pensión en Roma y acusa las influencias intelectuales de carácter histórico romano de aquellos años.

Así, lejos del misticismo idealizante de décadas anteriores, los pintores de la época, inspirados por la Antigua Roma al marchar muchos de ellos a Italia para formarse, interpretan los temas sacros -la mayoría, pasajes de los primeros años clandestinos del Cristianismo que sucedieron en las calles y catacumbas romanas- con una inmediatez realista que humaniza a sus protagonistas y concentra la emotividad espiritual en la propia contención narrativa de los asuntos, vistos desde su lectura estrictamente histórica.

Esta admirable pintura de Ferrant no solo expone sus excelentes facultades, sino también su sensibilidad artística y su visión decorativa, muy poco frecuente en los pintores españoles. No hay más que observar las figuras de Santa Lucina, la niña que está a su lado sujetando un brasero para mitigar la frialdad de la cloaca y el niño colocado en el centro de la composición con un ánfora en la mano izquierda y un manto sobre el hombro derecho para cubrir el cadáver, en la línea de Puvis de Chavannes.

Lucina o Lucila no aparece en esta obra como una criada, sino como una patricia romana al igual que Santa Irene. En realidad, las referencias sobre esta santa son escasas y la definen como una mujer romana convertida al cristianismo que asistía a los encarcelados por su fe y sepultaba a los mártires. Según la tradición, San Sebastián se le apareció la noche siguiente a su muerte para decirle dónde se hallaba su cuerpo. Lucina le enterró en las catacumbas, a los pies de los sepulcros de San Pedro y San Pablo.

San Sebastián y las figuras que le sostienen es un grupo de recia constructura de forma, movimiento y color: en el santo existe no sólo un dibujo excelente de expresión, sino también unos tonos en matices verdosos, pálidos y misteriosos como una proyección de luz de luna que recuerda ciertas coloraciones sentimentales de Guido Reni, si bien ese sentimentalismo es más masculino y menos sensual que el del pintor italiano. Tanto el cuerpo del santo como el torso de la figura que lo sostiene, son de una gran energía y belleza, y se hallan provistos de carnaciones luminosas, formas amplias y expresivas, masas robustas y calidad en el peso y la estructura.

La escena se ambienta bajo las impresionantes bóvedas del gran sumidero de la Ciudad Imperial, cuyos fríos muros, cubiertos de líquenes, trasmiten la humedad lóbrega e inhóspita del lugar. Ferrant también hace gala de sus facultades técnicas a la hora de matizar las gradaciones que dan relieve a la tenue claridad que se adivina al final de las escaleras y que perfila la silueta de la sirvienta que vigila la entrada.

Alejandro Ferrant y Fischersmans (Madrid, 1843-1917) fue discípulo de su tío, el pintor Luis Ferrant con el que estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid -de la que Alejandro llegó a ser académico, tesorero y presidente-. A su vez fue el padre de Ángel Ferrant, importante escultor de la vanguardia española. También ejerció nuestro artista de director en el Museo de Arte Moderno y de profesor de pintura en la Escuela Central de Artes y Oficios. Por sus méritos se le concedió la gran cruz de Isabel la Católica.

El momento en que San Sebastián fue arrojado a la Cloaca Máxima es representado muy pocas veces en el arte, seguramente por no ser considerada apropiada para el culto público la imagen de un santo arrojado a una alcantarilla como sucedió con el lienzo (imagen inferior) que Ludovico Carracci pintó para la basílica de Sant'Andrea della Valle, construida por los teatinos sobre el lugar donde supuestamente se recuperó el cuerpo del santo, en la antigua ermita de San Bastianello. La pintura de Carracci, fechada en 1612, acabó en la colección del comitente, Maffeo Barberini. Actualmente se conserva en el Museo Getty de Los Ángeles.

 

 

FUENTES

POMPEY SALGUEIRO, Francisco. Museo de Arte Moderno: guía gráfica y espiritual, Editorial Afrodisio Aguado, Madrid, 1946, pp. 61-64.

AA.VV. Catálogo de la exposición El siglo XIX en el Prado, Ediciones del Museo Nacional del Prado de Madrid, 2007, pp. 244-248.

AA.VV. Catálogo de la exposición Fernando Chueca Goitia, arquitecto y humanista, Ediciones de la Real Academia de la Historia, Madrid, 2007, p. 111.

 

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