RETRATOS DE EMPERADORES (II)
TIBERIO


 

 

Tiberio

Tiberio (Roma, 42 a.C. - Miseno, 37 d.C.) tenía a su advenimiento 56 años. Su carácter, por naturaleza sombrío y reservado, había quedado marcado por las incertidumbres y los dramas de su vida. Lleno del tradicional orgullo de los nobilitas, muy elevado entre los Claudii, era al mismo tiempo el heredero impuesto por Augusto para mantener su obra; lo que, de entrada, lo situaba en una posición delicada respecto de los miembros de su clase, a quienes hubiera querido considerar sus pares sin olvidar por ello que era el príncipe, mientras que ellos lo consideraban un usurpador que acaparaba el poder que tradicionalmente les correspondía a todos, agrupados en el Senado; pero no se atrevían a poner abiertamente en discusión el régimen, y carecían de medios para ello.

Entre el nuevo príncipe y los senadores se agriaron, pues, rápidamente las relaciones: hicieron agravio de cuanto Tiberio hizo o dejó de hacer. La opinión general de la nobilitas es lo que refleja la literatura y, en particular, las obras de Tácito, Suetonio o Dión Casio, que se recrearon, además, en subrayar lo chocante de sus relatos recargando las tintas y dando cabida a los peores chismes, cuya eclosión se vio favorecida por el misterio que rodeaba la vida y los hechos del emperador, de su familia y de su entorno.

Tampoco tuvo éxito Tiberio entre las masas romanas, porque no le gustaban las asambleas numerosas ni los juegos por los que la multitud se apasionaba cada vez más y durante los que hubiera apreciado ver cómo el emperador compartía sus gustos. También se le reprochó su prudencia cuando rehusó comprometer al Imperio en empresas guerreras que hubieran sobrepasado sus fuerzas o dilapidar los recursos financieros del aerarium o las rentas imperiales en gastos desconsiderados.

Sin embargo, cuando los contemporáneos intentan entender al Tiberio emperador, incluso a través de las páginas más desfavorables de los antiguos, obtienen la impresión de que fue un hombre entregado a su deber como lo entendían los grandes hombres de la República, para quienes los deberes eran los que el ciudadano tenía para con el Estado: no rehusar responsabilidades, incluso en contra de sus intereses y sentimientos personales, y ejercerlas adaptándose a las opiniones del Senado. Pero los senadores que se atrevían aún a tener opiniones personales y a expresarlas se hicieron rápidamente y cada vez más raros, porque tal actitud cobraba enseguida aspecto de ser una oposición que el príncipe no podía tolerar. Irritado por esas oposiciones aparentes, más aún que por las que sospechaba, y por su creciente impopularidad, Tiberio daba miedo.

A partir del año 27, Tiberio se estableció en la isla de Capri, no regresando nunca más a Roma. No se saben con exactitud los motivos de esta sorprendente decisión: pudo ser miedo, mal entendimiento con el Senado o con su madre Livia, el deseo de ocultar su decadencia física, entregarse a desenfrenos que se le atribuyen o incluso la predicción de un astrólogo, pues era sumamente supersticioso al igual que Augusto.

Sea como fuere dicho alejamiento contribuyó a acrecentar el poder de Sejano, prefecto del pretorio que esperaba suceder a Tiberio explotando la confianza que éste había depositado en él. Tras ser nombrado cónsul, Sejano intentó urdir una conjura contra el emperador, pero Tiberio montó otra a la inversa y fue más rápido. Finalmente, Sejano fue ejecutado en el año 31. Seis años después falleció Tiberio en su retiro. Él sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida, pero no quiso o no pudo preparar su sucesión como había hecho Augusto.

 

La obra

Con los Julio-Claudios el retrato cumplía la misión de expresar la legitimación para ejercer el poder y, según fuera el elegido, ocupar el trono. La obsesión por llevar el mensaje dinástico a todos los rincones del Imperio dio lugar a la gran producción de retratos, al cuidado puesto en su concepción formal e iconográfica.

La idealización se combinó con referencias que los hacen reconocibles (caso de Tiberio, con su frente amplia, cara huesuda y boca estrecha), aunque algunas veces han planteado problemas de identificación. Comparando retratos, comprobamos que el parecido físico de Tiberio con su madre es evidente.

La cabeza marmórea que nos ocupa, conservada desde 1888 en el parisino Museo del Louvre, está fechada en el año 13 y mide 32 cm de altura. Posee más dureza de la habitual en la representación facial del emperador, lo que nos lleva a pensar que formaba parte de una efigie militar de Tiberio, representado acorazado.

 

Fotografía de Hans Ollermann

 

FUENTES: LE GALL, Joël y Marcel LE GLAY. L'Empire Romain, tomo III, París, 1987, pp. 118-135; DE KERSAUSON, Kate. Catalogue des Portraits Romains, tomo I, París, 1986, p. 156; BENDALA GALÁN, Manuel. "El arte romano", en Ars Magna, tomo IV, Barcelona, Planeta, 2011, p. 248.

 

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