2000-2009: UNA DÉCADA DE ESCULTURA SACRA (VII)

Jesús Abades y Sergio Cabaco


 

 

Las obras de Francisco Romero Zafra (1956) poseen un voluptuoso atractivo que, en ocasiones, se corresponde con los modelos actuales de estética. Entre otros grafismos, muestran gran detallismo en unos ojos acuosos y brillantes, siempre pintados sobre el estuco que cubre el soporte, prescindiendo de los postizos de cristal.

Considerado por muchos la mejor obra del imaginero, junto con el Cristo Expirante para La Victoria (Córdoba), su localidad natal, el vallisoletano Cautivo de España, presenta a un Varón curtido y atormentado por los suplicios que se avecinan, de facciones más marcadas y doloridas que dos de las otras tres piezas realizadas hasta la fecha por Romero Zafra sobre la iconografía (El Toboso y Huelma), ambas de semblante más despejado y juvenil (menor en el caso de la tercera, que recibe culto en Cuevas de San Marcos), reflejando una mayor serenidad a la hora de afrontar su sacrificio.

Cabello y barba están afanosamente trabajados mediante onduladas guedejas y ensortijados rizos. Las manos, crispadas, muestran laboriosa representación de venas, tendones y uñas. Los labios, carnosos y abiertos, se recrean en abierto diálogo con el espectador. Todos estos aclamados detalles son comunes en sus creaciones.

 

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