ANECDOTARIO DE ARTISTAS
INGENIO Y HONRADEZ DE FIDIAS

Carlos Cid Priego


 

 

En el siglo V antes de nuestra era, Pericles gobernaba Atenas. La ciudad estaba en el esplendor de su gloria y, para transformarla en la más bella de Grecia, el estadista reconstruyó la Acrópolis, montaña sagrada cuyos monumentos habían sido destruidos por los persas. En el centro del complejo arquitectónico se alzaba el Partenón, templo consagrado a la diosa de la ciudad, Atenea, que los romanos llamaron Minerva.

El director de las obras fue el eximio escultor Fidias, íntimo amigo y colaborador de Pericles, quien le encargó, para presidir dicho templo, una escultura excepcional de la diosa. Debía ser colosal y criselefantina; es decir, hecha toda ella de oro y marfil. Cuando estuvo terminada, no faltaron envidiosos que acusaron a Fidias de haber sustraído para su lucro personal una parte del oro que le entregó la ciudad para hacer la monumental estatua.

Pero Fidias, que además de un artista maravilloso era un buen conocedor de las flaquezas humanas, ya lo tenía previsto todo: hizo su obra de manera que podía desmontarse fácilmente; bastaba sacar el clavo central del escudo -en cuya cabeza, Fidias esculpió su autorretrato a modo de firma- sobre el que apoyaba su mano la diosa Atenea, para que todas las piezas salieran por su lado.

Así lo hizo Fidias cuando fue juzgado ante el Tribunal Supremo, llamado del Areópago. Pesadas ante él todas las piezas de oro que conformaban la estatua, resultó que había exactamente la misma cantidad de metal que le fue entregada. La fama del artista quedó rehabilitada, y los confundidos envidiosos sufrieron un rudo castigo.

 

Nota de La Hornacina: En la fotografía, Fidias retratado por Ingres.

 

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