JUEGO DE INTERIORES. LA MUJER Y LO COTIDIANO

María Eugenia Toledo (26/02/2013)


 

 
 

François Boucher

La Toilette
1742
Óleo sobre lienzo
52,5 x 66,5 cm
Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid

 

El conjunto de obras que se presenta en la exposición Juego de Interiores. La Mujer y lo Cotidiano responde al concepto de intimismo, entendido como el gusto artístico por retratar los asuntos de la vida cotidiana, familiar o íntima. Mediante la descripción de interiores, reales o soñados, se sublima la calma expresada por la propia actitud de introspección de los personajes, la descripción de ambientes quietos, como parados en el tiempo, con una luz que envuelve ese mundo y lo aísla del bullicio exterior.

Los interiores domésticos son el marco propicio para el intimismo. Desde el Renacimiento los artistas han tratado de formular esquemas de representación de interiores, en su mayoría en conexión con el mundo de la mujer. Ya en la pintura religiosa empieza a desarrollarse un interés por la descripción de arquitecturas como escenario donde se describen escenas de carácter doméstico en torno a episodios como el Nacimiento de la Virgen o la Anunciación. Por otra parte, la evolución de la pintura de retrato en Italia durante el Quattrocento supuso la presencia cada vez más frecuente de fondos de interiores donde aparecían en detalle objetos en relación con el retratado, lo que aportaba una valiosa información sobre su personalidad.

Pero fue en la Holanda del siglo XVII cuando la pintura de interiores alcanzó su independencia como género pictórico. Durante estos años Holanda se ve enriquecida por su comercio de ultramar, lo que le permite importar maderas, porcelanas chinas y telas de países lejanos que adornarán las casas de las clases más pudientes. La alta sociedad desarrollará un gusto cada vez más extendido por encargar pinturas que muestren sus hogares y que, a la vez, decoren sus paredes. Algo muy similar a lo que sucedería durante la segunda mitad del siglo XIX en Francia, donde a los burgueses les gustaba retratarse en sus casas rodeados de sus objetos más preciados, en muchos casos piezas de coleccionismo, hecho que dio lugar a exquisitas escenas de interior de los pintores impresionistas y postimpresionistas más destacados. Como dijo Stéphane Mallarmé a propósito de su defensa de la pintura impresionista "¿Por qué esta necesidad de representar jardines al aire libre, costas o calles cuando, confesémoslo, la mayor parte de la existencia moderna transcurre en un interior?".

A través del recorrido por las distintas pinturas aquí expuestas se hace patente que el término "interior" tiene, a lo largo de la historia del arte, una doble concepción, ya que hace referencia no sólo a un espacio físico cerrado sino también a un estado anímico del individuo. Estas pinturas exaltan el universo individual y la atmósfera íntima creada en torno a él frente al mundo exterior marcado por los vaivenes políticos y sociales.

 

 
 

Raoul Dufy

El Mercado de Pescado
Hacia 1904-1905
Óleo sobre lienzo
54 x 65 cm
Colección Carmen Thyssen- Bornemisza

 

Nicolas Maes (1634-1693), alumno de Rembrandt a principios de la década de 1650 y uno de los máximos exponentes junto a Vermeer de este tipo de pintura, se especializó en la descripción de interiores en obras de pequeño formato respondiendo al gusto de los compradores. Sus escenas representan actividades cotidianas protagonizadas casi siempre por mujeres. Solas o acompañadas de sus sirvientas y de los niños, pueblan ese ambiente íntimo donde prima el gusto por la privacidad y el deseo de aislarse del mundo exterior. Maes, en su obra El Tamborilero Desobediente, retrata a una mujer que regaña a un niño por perturbar con el tambor el apacible sueño del bebé, aspecto anecdótico de la escena que se ha interpretado con una lectura moralizante sobre el papel de la mujer en la educación de los niños.

Este concepto de estancia interior donde la mujer realiza sus labores está presente también en la obra Mujer con Frutero del pintor danés Carl Vilhelm Holsoe (1863-1935). En ambas escenas las figuras femeninas aparecen sentadas al lado de una ventana desde donde la luz natural ilumina un salón representado casi en diagonal y donde no hay ningún otro foco luminoso como velas o quinqués. En Mujer con Frutero la claridad del sol incide en las paredes, el espejo y el mantel creando unos brillantes tonos que contrastan con la madera oscura del mobiliario, mientras que en la obra de Maes la luz es más tenue, pero la pintura gana en brillantez gracias a la paleta de tonos rojos y naranjas. Holsoe fue un pintor de interiores reconocido y su técnica ha sido comparada con la de los holandeses del siglo XVII. Como en Maes, los elementos de la estancia son descritos con detalle, en una profunda observación del espacio y de la atmósfera interior frente al exterior que se adivina a través de la ventana. El tiempo parece detenido para estos personajes anónimos; sin embargo, frente al ensimismamiento de la mujer en Holsoe, las expresivas figuras de Maes protagonizan una escena con cierto carácter narrativo.

La Colección cuenta con otros dos significativos ejemplos de escenas domésticas protagonizadas por mujeres. Muchacha Cosiendo es obra de Antonio Amorosi (1660-1738), artista italiano del siglo XVIII especializado en pintura de género, y especialmente en la representación de figuras aisladas de niños llevando a cabo alguna tarea doméstica. Sus obras son admiradas por el sentido de intimidad que otorga a sus escenas, sentimiento que se muestra también en los interiores del artista norteamericano Edward Hopper (1882-1967), representado en la exposición por la obra Muchacha Cosiendo a Máquina, imagen alusiva de la soledad, uno de los temas preferidos de este artista. En ambos casos, el espacio interior está apenas descrito para concentrar toda la atención en las figuras femeninas que, iluminadas por un fuerte haz de luz, destacan en marcados claroscuros. En esta búsqueda de intimismo los artistas muestran un mayor interés en resaltar la vida interior de las retratadas que en representar el espacio que habitan. En el caso de Hopper este sentimiento de soledad se hace más dramático, ya que el cabello oculta el rostro de la joven y su vestido está ligeramente esbozado frente al detallismo con el que Amorosi describe el semblante, el traje y los objetos de costura de la muchacha envuelta en una atmósfera de contenida introspección.

 

 
 

William Merritt Chase

El Quimono
Hacia 1895
Óleo sobre lienzo
89,5 x 115 cm
Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid

 

Aparte de las escenas domésticas, la pintura de interiores ha retratado otros aspectos más íntimos de la mujer. Fue en Francia durante el siglo XVIII donde se popularizaron los retratos de figuras femeninas en el marco de sus estancias privadas y dedicadas a la lectura de libros o cartas, al descanso o a las escenas de toilette. La obra de François Boucher (1703-1770) es un excelente ejemplo de este tipo de representaciones. En La Toilette, una mujer se coloca una liga mientras observa a su dama que le muestra un tocado. El interior está ricamente decorado y muchos de los elementos del mobiliario, como el biombo o la porcelana, obedecen a una estética influida por el diseño de origen chino que contagió las artes decorativas europeas durante el siglo XVIII y que fue principalmente asimilado por el Rococó. Frente a la chinoiserie, el japonesismo estará muy presente en el arte europeo y americano durante la segunda mitad del siglo XIX. La reapertura de los puertos comerciales japoneses favoreció la llegada de objetos como abanicos, lacas, quimonos y grabados que invadieron Europa y América y que llenaron las casas de artistas como Degas, Whistler o Chase.

En El Quimono, obra del norteamericano William Merritt Chase (1849-1916), se muestra, como en la pintura de Boucher, a una mujer en la intimidad, sentada también con un biombo de fondo, en este caso japonés, al igual que su vestido, la sillita de bambú y las láminas con dibujos que reposan sobre el suelo. En ambos casos, la quietud invade el interior que sólo parece abrirse al mundo mediante un vano o una puerta entreabierta.

Este asomarse al exterior desde un interior se convierte en un tema interesante para los estudios de luz y perspectiva, así, las ventanas y puertas permiten al artista este juego ambiguo donde los personajes están retratados en el marco de las mismas desde el espacio íntimo o desde fuera. Joven a la Ventana con una Vela es obra de Gerrit Dou (1613-1675), artista formado en el taller de Rembrandt y perteneciente al fijnschilders, denominación que hace referencia al grupo de pintores de Leiden especializados en escenas de género de pequeño formato con gran atención al detalle y a los efectos de la luz, lo que favorecía un cierto carácter ilusionista. Dou popularizó este tipo de composición conocida con el nombre de "ventana nicho" que fue imitado por artistas como Gabriel Metsu. La figura de la joven dama está modelada por la luz de la vela que la ilumina desde abajo tal y como sucede con la mujer representada en la obra La Cantante de Édouard Vuillard (1868-1940), pintor francés integrante del grupo Nabi, conocido por sus numerosas escenas domésticas y que tuvo una apasionante relación con el mundo del teatro. Como él mismo declararía "Yo no pinto retratos. Pinto gente en sus casas". En ambas pinturas las retratadas dirigen su mirada hacia alguien que las observa desde abajo, pero mientras que en la pintura de Vuillard la pose corresponde a la habitual de una cantante sobre un escenario, en la obra de Dou este gesto junto al detalle de la vela encendida se ha interpretado en ocasiones como una escena con cierta carga erótica.

El tema del mercado, que fue muy frecuente en la pintura flamenca del siglo XVII, volvería a ser popular en los siglos XIX y XX. Se trata de espacios públicos donde se continúan las labores cotidianas que se llevan a cabo en los interiores de las casas. Obras como El Mercado de Pescado de Raoul Dufy (1877-1953) y El Antiguo Mercado del Pescado en el Dam de Emanuel de Witte (hacia 1617-1691/1692) son excelentes ejemplos de este tipo de interiores. Aunque ambas escenas están pobladas de personajes, no carecen del carácter intimista de un espacio cerrado por su tratamiento de la luz y la descripción de los objetos y figuras. Emanuel de Witte, conocido por sus vistas de interiores de iglesias, comenzó a pintar escenas domésticas y especialmente mercados a partir de 1650. El interés por este último tema es paralelo al desarrollo de la pintura urbana que empieza a popularizarse durante el siglo XVII y que tan bien retratará, más tarde, la pintura francesa de principios del siglo XX.

 

 
 

Emanuel de Witte

El Antiguo Mercado del Pescado en el Dam, Ámsterdam
Hacia 1650
Óleo sobre tabla
55 x 44,8 cm
Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid

 

Del 26 de febrero al 2 de junio de 2013 en el Museo Thyssen-Bornemisza (ciclo <miradas cruzadas>)
Dirección: Paseo del Prado, nº 8, Madrid. Horario: martes a domingo, de 10:00 a 19:00 horas.

 

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