ORIENTALISMOS EN LAS COLECCIONES THYSSEN-BORNEMISZA

Paloma Alarcó (14/09/2012)


 

 
 

Escena en el Jardín de un Serrallo

Giovanni Antonio Guardi
Hacia 1743
Óleo sobre lienzo
46,5 x 64 cm
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza

 

Las relaciones Oriente-Occidente han marcado de manera significativa la cultura y la historia europeas y, en muchas ocasiones, han servido para cuestionar los valores y las estructuras de la sociedad occidental. La expansión británica hacia la India y las campañas napoleónicas en Egipto durante el siglo XVIII, o la conquista francesa de Argelia en el año 1830, despertaron el interés por las tierras lejanas y exóticas tanto en el arte y la literatura como en el gusto europeo en general.

Desde la publicación en 1978 de Orientalismo, influyente ensayo de Edward Said, son muchos los historiadores que se han interesado por el estudio de las implicaciones políticas y culturales de las visiones estéticas y literarias de Oriente. El análisis del escritor palestino-americano se basaba en la percepción de Oriente desde la cultura occidental como parte de la política del imperialismo colonial. Para Said, Oriente es una invención europea ya que Occidente siempre observa el mundo sin abandonar ni cuestionar en ningún momento sus propios presupuestos. Según sus palabras esta invención propició la "orientalización de Oriente" a través de unas imágenes estereotipadas que eluden la diversidad de lo oriental y sus múltiples complejidades. Más recientemente, los postcolonial studies han cambiado el foco de atención del colonizador al colonizado. Esta deriva ha propiciado un análisis desde lo que podríamos denominar el contrarrelato; planteado no desde un relato de dominación sino desde el punto de vista del otro. Ése es el objetivo, por ejemplo, de las investigaciones de Roger Benjamin que, con un acercamiento a Oriente mucho menos eurocéntrico, se han centrado principalmente en las consecuencias de la presencia francesa en la cultura visual del norte de África.

Aunque se suele denominar "Orientalismo" a un estilo que se desarrolló principalmente en Francia durante el siglo XIX, en esta nueva instalación de las colecciones Thyssen nuestra intención es hablar de "Orientalismos", en plural, para ampliar el espectro cronológico y geográfico y poder mostrar el interés continuado de artistas de distintas épocas y países por los temas orientales. Los orientalismos han seguido un discurso redundante que se concreta a base de contraposiciones: la sobriedad occidental frente a la exuberancia oriental; lo racional de Occidente frente a la espiritualidad de Oriente; la dinámica occidental frente al mundo contemplativo oriental... Como veremos en esta selección de obras, la atracción por Oriente responde tanto a una necesidad de nuevas fuentes de inspiración artística como a la seducción por lo exótico por esconder otro sentimiento de vida, una realidad diferente y extraña. Se trata de un Oriente sin límites precisos, que puede inspirarse tanto en India o Japón, Turquía o Argelia, Marruecos o Túnez, e incluso en un Oriente imaginario.

Durante el siglo XVIII, época de expansión territorial por el mundo por los gobiernos absolutistas europeos, la influencia oriental, si bien contagió a la pintura, se centró principalmente en las artes decorativas. Debido al coleccionismo de objetos exóticos traídos de tierras lejanas, proliferan las chinoiseries o las turqueries en las decoraciones palaciegas, unos recursos ornamentales que se valen de la asociación del lujo y esplendor a lo oriental. Esa suntuosidad se evidencia en Escena en el Jardín de un Serrallo, de Antonio Guardi (1699-1760). En medio del jardín, un sultán fuma en una larguísima pipa sentado sobre un gran cojín. Está entronizado por la silueta de una extraña fuente adornada con surtidores y rodeado de sus criados, mientras contempla a la favorita del harén lujosamente vestida de azul. Esta pintura formaba parte de una serie de 43 "cuadros turcos" con escenas de la corte de Constantinopla, pintadas a mediados del siglo XVIII por encargo del mariscal germano Johannes Matthias von der Schulenburg, quien había combatido contra los turcos al servicio de las tropas imperiales en Hungría. Aunque las representaciones de "turcos", un modo impreciso de denominar a los habitantes del norte de África y Próximo Oriente, se pueden encontrar en la pintura desde el final de la Edad Media, fue en el siglo XVIII cuando se extendieron las escenas inspiradas en el imperio otomano.

Entre los ejemplos derivados del imperialismo británico, se encuentra Retrato de Grupo con Sir Elijah y Lady Impey, realizado por el británico Johan Zoffany (1733-1810) al poco tiempo de llegar a Calcuta en 1783, donde su pintura se contagia de la extravagancia hindú. Si bien se trata de uno de sus característicos conversation pieces, con los que se había labrado un enorme prestigio en Inglaterra, este retrato familiar de sir Elijah y lady Impey con tres de sus hijos y sus criados, está ambientado en el lujoso estilo que se asocia a lo oriental. En un escenario acorde con el exotismo del lugar, un grupo de músicos locales con turbantes y trajes orientales toca para la familia y uno de los hijos con vestimentas hindúes baila al son de su música.

 

 
 

El Duque de Orleans Mostrando a su Amante

Eugène Delacroix
Hacia 1825
Óleo sobre lienzo
35 x 25,5 cm
Museo Thyssen-Bornemisza

 

En el prefacio de Les Orientales, Victor Hugo escribía: "Europa entera mira hacia Oriente". Desde los albores del siglo XIX, la seducción por lo oriental, que llevó a numerosos creadores y escritores a viajar al norte de África y que llenó de ensoñaciones la mente de los románticos, respondía tanto a la creciente reacción antiacadémica y anticlásica como a la necesidad de nuevas fuentes de inspiración literaria y artística. Oriente y lo exótico pasaron a ser considerados no sólo un estímulo para la imaginación creadora sino una forma moderna de enfrentarse a la vida. En el caso de Eugène Delacroix (1798-1863), el viaje a Marruecos y Argelia en 1832 fue una experiencia estética determinante. Cautivado por ese mundo desconocido, que le atraía desde tiempo atrás, aceptó la invitación para unirse a una delegación colonial francesa encabezada por Charles Edgar de Mornay, enviada por Luis Felipe de Francia para establecer relaciones diplomáticas con el sultán de Marruecos, Abderraman ibn Hisham, y visitar la recientemente anexionada Argelia. En su peregrinación por tierras africanas la deslumbrante luz y color del paisaje, la sensualidad y el misterio de sus gentes, produjeron una transformación innegable en su obra posterior, como comprobamos en el Jinete Árabe que aquí presentamos. Fechada hacia 1854, en esta pintura la figura del jinete no adopta una actitud desarbolada y expresiva, sino que está descansando tranquilamente junto a uno de esos robustos caballos africanos que tanto impresionaron al pintor. Si lo comparamos con la escena de El Duque de Orleans Mostrando a su Amante, una obra temprana, podemos afirmar que, aunque suene paradójico, la experiencia estética de Delacroix durante el viaje a Marruecos y Argelia se tradujo en un total distanciamiento de su anterior orientalización literaria de Oriente. Como consecuencia de su estancia, el pintor se aparta del exotismo descriptivo de las anteriores visiones tópicas de Oriente y nos muestra una imagen más cotidiana y real.

Si avanzamos en el tiempo nos encontramos con otro viajero por tierras marroquíes, el pintor belga Théo Van Rysselberghe (1862- 1926). La Puerta de Al-Monsour, Mequinez, una pintura que traslada al lienzo la luz cálida y la belleza del colorido del norte de África con una pincelada suelta y ligera, muestra una huella evidente del neoimpresionismo de Georges-Pierre Seurat.

Con la apertura del comercio con Japón a mediados del siglo XIX la influencia artística de Extremo Oriente derivó hacia el Japonismo. Este nuevo diálogo con lo oriental, que ya no se basa en su asociación con lo suntuoso sino en la valoración de sus propiedades formales, se convertirá en referencia para los nuevos lenguajes de la modernidad, en especial para el impresionismo y el simbolismo. Al igual que las pinturas de los impresionistas parisienses adoptaron algunas notas compositivas propias de los grabados japoneses y determinados elementos de los estilos orientales, el americano William Merritt Chase (1849-1916) se sintió atraído por la exuberancia oriental. Este nuevo entusiasmo del artista está estrechamente vinculado al influjo de las pinturas de inspiración japonesa de su admirado James Whistler, que también profesaba una gran atracción por las telas, los diseños y los objetos venidos de Oriente. Chase había conocido a Whistler en Londres durante el verano de 1885 y habían simpatizado de inmediato.

La figura femenina de la obra de Chase no sólo está ataviada con el quimono de seda que da título al cuadro, sino que se sienta en una sillita de bambú delante de un biombo japonés mientras contempla unos papeles con dibujos o grabados japoneses. Por otra parte, la perspectiva ascendente y la asimetría de la composición también se enmarcan dentro de esta misma estética. Otro norteamericano, el impresionista tardío Frederick Frieseke (1874-1939) se sintió igualmente seducido por el ambiente orientalista y en algunas de sus composiciones, como en Malvarrosas, vincula la delicadeza del mundo femenino a la opulencia y la elegancia oriental.

Para cerrar este recorrido nos adentramos en el siglo XX y mostramos Mujer en un Diván del pintor alemán August Macke (1887-1914). Esta pequeña acuarela fue realizada durante su viaje a Túnez junto a Paul Klee y Louis Moilliet, en la primavera de 1914, donde realizó numerosas composiciones con temas inspirados en los harenes y en las impresiones de la naturaleza y la arquitectura tunecinas. Macke, que viajó sin duda con la cabeza llena de representaciones literarias de Oriente y de las imágenes contempladas en la gran exposición de arte islámico celebrada en Múnich en 1910, no planeó su expedición a tierras africanas con un talante romántico o simbolista sino experimental. No pretendía una búsqueda de tipo cultural, sino estético, y su viaje tuvo desde el principio un objetivo muy concreto: experimentar en vivo la luz y el colorido del norte de África. Precisamente esa luminosidad, la intensa luz del Mediterráneo africano que antes que a él había emocionado a Delacroix, supuso una revelación para Macke y le permitió consolidar sus ideas sobre la liberación del color. El trágico destino del joven pintor, que pocos meses después moriría en el frente, nos ha dejado la incertidumbre de saber a dónde le hubiera llevado esta enriquecedora experiencia.

 

 
 

Malvarrosas

Frederick Carl Frieseke
Hacia 1912
Óleo sobre lienzo
80,7 x 80,7 cm
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza

 

Hasta el 11 de noviembre de 2012 en el Museo Thyssen-Bornemisza (ciclo <miradas cruzadas>)
Dirección: Paseo del Prado, 8, Madrid. Horario: martes a domingo, de 10:00 a 19:00 horas.

 

 
 

El Quimono

William Merritt Chase
Hacia 1895
Óleo sobre lienzo
89,5 x 115 cm
Museo Thyssen-Bornemisza

 

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