LUIS SALVADOR CARMONA (1708-1767)
UN IMAGINERO EN LA CORTE DEL REY (I)

Juan Fernández Saorín


 

 

 

Hijo de Luis Salvador y Josepha Carmona, Luis Salvador Carmona nace un 15 de noviembre de 1708 en la hoy modesta, aunque por entonces próspera y pujante, localidad vinícola vallisoletana de Nava del Rey. Ya desde muy joven comenzó a realizar sus primeros atrevimientos plásticos de una forma sencilla pero que revelaban una facilidad innata para crear obras complicadas, proporcionadas y bellas.

Con sólo catorce años de edad llega a Madrid, al taller del que sería su maestro, Juan Alonso Villabrille y Ron, de la mano de un canónigo segoviano, y en el que muy pronto comenzaría a destacar, incluso dirigiendo algunas de las obras proyectadas por Villabrille y Ron, teniendo parte importante de implicación en el bellísimo y esmerado grupo escultórico de San Fernando de la fachada del Antiguo Hospicio de Madrid. Es más que probable que, antes de que Ron falleciese, abandonara el taller de éste, y junto con José Galván, yerno del maestro, siguiera trabajando en la realización de obras compartidas. Todo parece indicar que, en 1731, cuando contrae matrimonio con Custodia Fernández, decide separarse definitivamente de José Galván y crear un próspero y floreciente taller propio.

Luis Salvador Carmona tuvo cuatro hijos. Posteriormente al fallecimiento de su primera esposa, se casaría en segundas nupcias con Antonia Ros en 1759, quien falleció dos años después. La muerte de su segunda esposa le hace caer en un sentimiento de profunda tristeza y abatimiento anímico, además de quedar incapacitado a causa de una ceguera. Una probable caída produjo su fallecimiento el 3 de enero de 1767, a la edad de 58 años.

En el año 1746 comienza su tarea en la Academia, siendo rechazada su petición de ser nombrado escultor del rey, la cual fue realizada un año después de la ejecución de todas las obras de la iglesia madrileña de San Fermín de los Navarros. Pese a ello, llevó a cabo, a partir de 1752, la fundación definitiva de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, una labor encomiable por la que fue distinguido y reconocido, ocupando el cargo de Teniente Director en la sección de escultura, junto a Juan Pascual de Mena y el francés Robert Michel.

Ceán Bermúdez cifra en más de 500 las obras que salieron de su gubia, si bien el "Compendio de la vida y obra de Don Luis Salvador Carmona", archivo perteneciente a la Real Academia de San Fernando, amplía esa cifra. Sus discípulos más importantes fueron sus sobrinos José, Manuel y Juan Antonio Salvador Carmona, hijos de su hermano Pedro, siguiendo el primero, aunque con acusada pérdida cualitativa, las virtudes de su tío. No obstante, se le conoce a José, entre otras obras, una más que correcta interpretación de la Virgen del Rosario para Ezcaray (La Rioja), siguiendo el estilo de Luis, o un Cristo de la Salud para Cáceres. Los otros dos sobrinos, Manuel y Juan Antonio, se convirtieron en dos apreciables y distinguidos grabadores.

Luis Salvador Carmona conservó, desde su separación de José Galván, un floreciente taller privado en Madrid, en el que llevó a cabo una copiosa producción de obras para, especialmente, Madrid, Castilla La Mancha, Navarra y el País Vasco, aunque también se pueden encontrar algunos ejemplos de su arte en Extremadura y el sur peninsular. Su producción llegó a tantos puntos de la geografía nacional que el profesor Martín González afirma que "En función de esta dispersión, Salvador Carmona es el mayor escultor español del siglo XVIII".

Trabajó en la decoración escultórica del Palacio Real Nuevo, junto a Robert Michel, Juan Pascual de Mena, Juan Porcel (discípulo de Salzillo), Alejandro Carnicero o Juan Domingo Olivieri, principal artífice de la creación de la Real Academia de San Fernando, así como para el Real Sitio de la Granja, donde podemos admirar, además, la Virgen del Rosario y el relieve en estuco del Cristo de la Victoria para el panteón del rey Felipe V.

 

 

 

Los comitentes de sus obras varían desde la propia Corte, la nobleza y congregaciones religiosas, pasando por parroquias (unas afrontaban los encargos con recursos propios, otras con ayuda de sus ayuntamientos, y otras con la inestimable aportación de personas adineradas) y cofradías. Su estrecha relación con la Corte y la nobleza, junto con su extraordinario talento, propició que sus vínculos con gentes adineradas acrecentaran su fama, y le permitieran que sus obras llegaran a rincones de casi todo el país. Ejemplo de ello lo encontramos en el municipio sevillano de Estepa, donde la mayor parte de sus obras llegaron por su relación con Juan Bautista Calderón y Ayala, VII Marqués de Estepa, ministro y benefactor en Estepa de la Orden Tercera Franciscana, a la cuya estaba vinculado Salvador Carmona. Por otro lado, hasta un total de quince encargos obtuvo de la Real Congregación de San Fermín de los Navarros, fundada por navarros ilustres de la capital para dar culto a su santo patrón. Entre sus comisionados se encontraba el Conde de Saceda, consiliario de la Academia de San Fernando, donde debió conocerlo durante las sesiones preparatorias anteriores a su definitiva constitución. Carmona realiza para San Fermín de los Navarros uno de los conjuntos escultóricos más importantes de cuantos llevó a cabo, hasta tal punto que las esculturas titulares de las capillas (San Miguel, San José, la Virgen del Rosario, San Francisco Javier, etcétera) fuesen, posiblemente, las de mayor calidad en sus respectivas series.

Otros grandes encargos fueron los realizados para las parroquias de La Granja, Lesaca, Vergara, Segura, Azpilcueta o el Real de San Vicente. Cabe destacar el que realizara para Segura pues cuenta, como lo indicaba Ceán Bermúdez, con un total de cuarenta y dos imágenes de varios tamaños.

A la vista de tan vastos encargos, debió ser un taller que trabajaba de forma industrial y con un buen número de colaboradores. Sin embargo, no por la superproducción las cotas de calidad de las imágenes se veían sensiblemente resentidas, pues parecía ser el maestro persona celosa en el tratamiento, supervisión y acabado de las obras. Su obrador no sólo era el lugar físico de donde salían sus obras terminadas, sino que, además, lo utilizaba como expositor antes de ser transportadas a su lugar de destino, lo que motivó que fuese un punto muy concurrido y visitado; de hecho, la imagen del Cristo del Perdón de La Granja ya era famosa antes de llegar a su destino. Ello viene a demostrar también que las piezas eran policromadas en el taller, aunque todavía no se tiene claro si era él o algún colaborador quien llevaba a cabo tan notable tarea.

Luis Salvador Carmona trabajó predominantemente la madera, centrándose en la realización de obra religiosa, si bien en lugares como el Palacio Real de Madrid existen varias estatuas civiles, algunas de ellas en la Plaza de Oriente, donde se pueden observar los trabajos en piedra de Ramiro I y Doña Sancha (reina de León), o la Cabeza de la Fe velada en mármol, donada a la Real Academia de San Fernando e inspirada en la estatua que, con el mismo tema, realizara Antonio Corradini para el Palacio Real de la Granja. También trabajó el yeso.

Estoy plenamente convencido que su lugar de nacimiento pudo proporcionar a Carmona la influencia necesaria y decisiva para que su vocación, por innata que pareciera, acabara manifestándose. Los tesoros artísticos que ofrece la Iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey son motivación suficiente para que despertara la creatividad en Carmona, comenzando por el magnífico retablo de Gregorio Fernández.

La influencia de los escultores llegados de Europa con los que trabajó en el Palacio Real y en la Real Academia de San Fernando, confirió a su obra un modelado de gran perfección y depuradas formas. Pese a la influencia del neoclasicismo, se puede incluir a Carmona en el barroco tardío, por cuanto de su maestro Villabrille y Ron adquirió las más depuradas técnicas del barroco; entre ellas, la utilización de postizos como ojos de cristal, pestañas de pelo natural, dientes de marfil, uñas de asta o encajes para los bordes de capas y vestidos tallados con el fin de dotar a las imágenes de mayor realismo y naturalidad. Se muestra persuadido por el arte de muchos escultores relacionados con la capital del Reino: Manuel Pereira, Martínez Montañés, Juan de Mesa, Luisa Roldán, Alonso Cano, Pedro de Mena, Nicola Fumo... Pero si alguno de ellos pudo inspirarle, ese fue Gregorio Fernández, encontrándose en Madrid una muestra de la importante obra del maestro gallego.

A través de sus creaciones, Carmona introdujo dulzura y sensibilidad en la escultura castellana del XVIII, recordando la plasmada quietud y elegancia del primer barroco andaluz. También demostró ser pleno conocedor de la escultura napolitana que tanta influencia estaba teniendo en el levante y sur español, con ramificaciones en Madrid, salpicada del refinamiento, delicadeza y, a la vez, exuberancia del rococó, para acabar suavizando formas, tanto en el detalle anatómico como en la relajación y blandura de pliegues, con motivo de la inercia hacia el neoclasicismo que desplegó en la etapa final de su vida.

El talento de Luis Salvador Carmona fue capaz de aunar el arte que le venía dado de tiempos presentes y pretéritos con la recuperación de tendencias clásicas que buscaban la idealización de formas y volúmenes, y pese a la aglomerada captación estilística y de diferentes aspectos formales de los más variados creadores, dotó de un estilo personal a su obra a la que otorgó gran dinamismo y versatilidad.

 

 

 

Carmona no golpeaba la madera, sino que la acariciaba con mimo y habilidad. Su obstinación por conseguir un esmerado refinamiento en el tratamiento de las vestiduras le llevó a inventar un "maniquí" para estudiar los pliegues y caídas de los ropajes, maniquí que donó a la Real Academia de San Fernando para mejor práctica de sus alumnos. Comprendemos así la perfección que alcanzó en el tratamiento de los pliegues de las ropas de sus imágenes, tan delgados y quebrados, tan profundos y tan naturales, que se hace complicado discernir si se trata de un trabajo en madera o de auténticas telas. Ni que decir tiene que con esta donación y la del Vestal, Luis Salvador Carmona demuestra el especial cariño y entrega que tuvo hacia la Academia.

A diferencia de Francisco Salzillo, el otro gran escultor dieciochesco en España, en la obra de Luis Salvador Carmona apenas están presentes los grupos escultóricos procesionales. Por el contrario, su contemporáneo Alejandro Carnicero llevó a cabo conjuntos de envergadura para la Semana Santa de Salamanca, la misma ciudad en la que, más tarde, estuvo presente Carmona con dos de las obras más importantes del arte religioso español: Jesús Recogiendo sus Vestiduras (1760), acompañado de cuatro ángeles y ubicado en La Clerecía, y Nuestra Señora de los Dolores o La Piedad (hacia 1761), que recibe culto en la Catedral Nueva salmantina.

Debido al éxito de sus modelos, Carmona repitió iconografías e imágenes, destacando series como las de la Virgen del Rosario (bien de pie o sedente), San José, San Miguel, San Francisco de Asís, San Francisco Javier, La Piedad, el Nazareno (de vestir o talla completa), o sus Cristos del Perdón, lo que no conllevó una caída en la producción facsímile al introducir elementos diferenciadores en cada una de las imágenes.

Veamos algunas de sus imágenes más reconocidas, comenzando por la imagen de Jesús Recogiendo sus Vestiduras. Se trata de una obra de enorme mérito tanto por sus calidades como por su arriesgada ejecución. El tema no es nuevo, puesto que el granadino Alonso de Mena, en el siglo XVII, realiza una imagen de Jesús azotado recogiendo sus vestiduras que no ha llegado a nuestros días. Jesús es azotado y se encuentra incorporándose después de haberse agachado para recoger sus prendas, sin que todavía llegue a estar erguido. La disposición de las piernas, ambas semiflexionadas, establece un perfecto equilibrio para evitar su posible caída debido a lo aturdido y exhausto que se encuentra por el castigo recibido. Carmona nos representa la parte humana de un Jesús de rictus aparentemente turbado y angustiado, mirando al suelo o dirigiendo su triste mirada hacia el observante en espera de su compasión. En el rostro se pueden apreciar los rasgos formales que caracterizan su obra: cejas arqueadas, entrecejo fruncido, boca entreabierta, marcados pómulos, barba dividida... Imagen de apuntes neoclásicos, no se aleja de la teatralidad barroca al ser extraordinariamente dramática. Muestra un gran número de laceraciones, heridas abiertas, hematomas y erosiones, especialmente en la espalda que ha cargado con la mayor parte de los azotes. Su rostro deja entrever la divinidad del reo a través de un dolor contenido, pues parece representar al héroe que vuelve a levantarse tras un mal paso. La anatomía revela un blando y exquisito modelado.

La Piedad de la Catedral Nueva de Salamanca, situada en la capilla del Santísimo, es inmediatamente posterior a la anterior. En ella se aprecia, si la comparamos con sus predecesoras, un mayor salto estilístico hacia el neoclasicismo. Carmona nos presenta una imagen de la Virgen joven, de rostro angustiado, contenidamente apenado, con la mirada perdida. Con la mano derecha, sostiene la cabeza del Hijo, cuyo cuerpo reposa sobre sus piernas, a diferencia de sus otras dos Piedades documentadas: la de la Iglesia de San Martín de León y la del Oratorio del Olivar de Madrid (destruida en 1936), en las que el cuerpo de Cristo descansa sobre una sola de las piernas, al igual que los modelos de Gregorio Fernández y el Santo Entierro del Maestro de San Pablo de la Moraleja de Nava del Rey, una obra de comienzos del XVI que bien pudiera haber sido influyente. Volviendo al grupo salmantino, posee una acusada frontalidad como si de un altorrelieve se tratara. El Cristo exhibe una cabeza soberbiamente tallada, unos miembros más estilizados que los simulacros de Madrid y León, y unas carnes poco castigadas. Admirable el tratamiento de los pliegues en las vestiduras de la Virgen; si bien en este caso, y debido a la avanzada fecha de su realización, son relajados, no tan quebrados como en anteriores obras como la del Olivar, al tiempo que Carmona utiliza una policromía de tonos llamativos y planos.

 

Nota de La Hornacina: Artículo publicado en el nº 7 de la revista Anástasis, editada por la Cofradía de Ánimas de Cieza (Murcia), 2009. Fotografías a color de Juan Fernández Saorín. Fotografías en b/n del Archivo Moreno

 

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