EL PATRIMONIO COFRADE III: RETABLOS

Javier Prieto para Patrimonio y Cofradías


 

 

Las cofradías y hermandades han formado su patrimonio siempre en función de las dos actividades principales desarrolladas en torno a sus titulares: actos de culto interno y actos de culto externo. Dejando a un lado el arte efímero desarrollado en los actos de culto interno, que merece capítulo propio, las cofradías necesitaban para celebrar sus funciones un lugar digno donde exponer a sus imágenes en las capillas e iglesias en que residían.

El Diccionario de las Nobles Artes (Diego Antonio Rejón de Silva, Segovia, 1788) define el retablo como un adorno que consta de uno o más cuerpos de arquitectura para colocar dentro una imagen y darle veneración. El retablo es una obra de arte con entidad propia que, por su naturaleza, suele considerarse parte del bien inmueble en el que se asienta. Aunque la propia etimología del término nos lleva a la madera, como material de la realización, su definición engloba todo tipo de materiales.

La construcción de retablos, en sus distintas versiones, ha sido y es una necesidad común en el mundo de las cofradías. La tradición artística española ha otorgado al retablo el papel principal como solución creativa para la exposición al culto de las imágenes de devoción; por ello, la preocupación de las hermandades por poseer retablos dignos que realzasen la presencia de los titulares en sus templos resulta una constante en el tiempo.

En los primeros estadios de la exposición al culto, muchas imágenes ocupaban hornacinas o peanas que, no contando con grandes ornamentaciones, servían para el acercamiento a los fieles. Esto no se debe confundir con cierta costumbre de exponer las imágenes en arcosolios. Los lucillos sepulcrales son elementos de carácter funerario cuyo aprovechamiento como lugar para exponer imágenes sagradas parece poco apropiado.

Las hermandades han sido auténticas promotoras de la evolución del arte retablístico. Los primeros retablos que encargaban las cofradías solían albergar las denominadas imágenes de pincel: representaciones pictóricas de la advocación titular de la cofradía. A modo de ejemplo, a finales del siglo XV la cofradía del Señor Santiago de Zamora poseía un retablo con una imagen pintada del santo compostelano; también la cofradía de santa Lucía de la localidad mallorquina de Llucmajor encargaba en 1448 el retablo de la titular al pintor Rafael Moger.

La época de esplendor de las cofradías es pareja al auge del retablo. Durante los siglos XVII y XVIII el encargo de retablos forma parte de las necesidades de las hermandades para dar culto a sus titulares en las iglesias y capillas. Valladolid es uno de los lugares donde hay más ejemplos de retablos notables encargados por cofradías: la Iglesia Penitencial de la Vera Cruz, por ejemplo, acoge un total de nueve, siendo el mayor, bendecido en 1681, y los ocupados por el Ecce Homo y Jesús Atado a la Columna los más destacados. Los altares de las cofradías no se limitaban a acoger solo las imágenes titulares; aquellas hermandades que poseían más fondos o contaban con notables benefactores, encargaban a pintores y escultores la decoración de las calles y áticos del retablo. En esta línea podemos hablar del recientemente restaurado retablo de Nuestra Madre de las Angustias de Zamora, una obra documentada del año 1680 que acoge cinco tablas en su ático, calles laterales y predela.

El paso del tiempo ha consignado muchos retablos a testimonios documentales. Diversos factores han generado que hoy en día no se conserven gran parte de los retablos de las cofradías. Uno de los motivos más comunes es la sucesión de traslados y cambios de sede. Las cofradías, bien por el estado del edificio, por necesidad de mayor espacio o por fusiones con otras hermandades, se han visto obligadas a cambiar de iglesias o capillas. Algunas de ellas lo han hecho con sus retablos -por ejemplo, la hermandad sevillana de los Gitanos trasladó el suyo de la Iglesia de San Román a la capilla sacramental de su actual sede-, pero otras veces el retablo permanecía en el templo de origen como el actual de la Virgen del Subterráneo en la Iglesia de la Consolación (imagen superior), que perteneció a la Hermandad del Amor durante su estancia en este templo sevillano, vulgo Los Terceros.

 

 

En otras ocasiones, la perdida de retablos se debe a las transformaciones originadas por los cambios de estilo. Los retablos barrocos, por ejemplo, sustituyeron obras renacentistas, y aquellos a su vez fueron remplazados por obras neoclásicas, a lo que hay que añadir que en muchas ocasiones los medios limitados de las cofradías suponían que los nuevos retablos no eran necesariamente de igual o mayor valía. Por otro lado, los retablos han sido modificados y adaptados según crecía la historia de la hermandad, siendo la imposición de la figura del camarín uno de los causantes de la intervención de muchos retablos de imágenes de devoción.

El camarín es un espacio arquitectónico adyacente, que se adosa tras la hornacina donde se venera la imagen y genera una suerte de habitación (en la imagen superior, detalle del interior del camarín de la sevillana Virgen de la Esperanza Macarena) en la que se pone de manifiesto el esplendor del teatro barroco, conjugando los juegos de luces, el exorno y los ornamentos arquitectónicos. Su desarrollo se extiende a lo largo de la Península Ibérica, relacionándose especialmente con las imágenes marianas y transformando la fábrica de las iglesias, como en el templo románico de San Isidoro de Zamora, en cuyo camarín recibe culto la Virgen del Carmen. A menudo la construcción del camarín formaba parte del proyecto del retablo, pero a veces se mantenía el retablo anterior procediendo a adaptarlo a las nuevas medidas. La presencia del camarín fue generando la creación de nuevas estancias: armarios, tesoros, antesalas o escaleras de acceso. Buen ejemplo de ello es el camarín de la Virgen del Rosario de Granada, en el que se suceden diferentes salas recubiertas de pinturas, lámparas, espejos y relieves que hacen gala de la máxima horror vacui.

Pero si un problema ha sido común a los retablos históricos es su destrucción, bien fortuita o intencionada; a veces, hasta propiciada por las hermandades o las instituciones religiosas. Los incendios han sido la causa principal de destrucción fortuita de retablos, derivados de la falta de precaución en el encendido y apagado de las candelerías que iluminaban a las imágenes de devoción o los artificios elaborados para los grandes cultos. El diario de Antonio Moreno de la Torre recoge un incendio fortuito, felizmente apagado, durante la celebración de las 40 horas en la Iglesia de San Juan de Puertanueva en Zamora, en el año 1678: "Luego se prendió una vela al roquete del ángel de mano derecha, que con la vocería del concurso, los colgadores y tramoyeros" (…) "quiso su Divina Majestad dar campo y carrera para apagar el incendio y matar la vela". Al igual que le ocurrió a este altar efímero, una vela mal encendida o mal apagada suponía el inicio de un fuego que sin una respuesta rápida tenía funestas consecuencias, más aún si en la mayor parte de las ocasiones los incendios se producían estando la iglesia vacía por rescoldos o mechas no apagadas.

Con todo y con ello, la imprudencia no ha sido el motivo más general de la destrucción de los retablos. Los sucesos bélicos, invasiones y levantamientos han causado grandes pérdidas de patrimonio por parte de las cofradías, siendo los retablos una de las piezas más difícil de salvaguardar por sus dimensiones y su fijación en muchas ocasiones al templo en el que se ubica. Pero también la desaparición de retablos ha estado amparada por decisiones de las cofradías, responsables de cultura o el clero.

La reforma litúrgica impulsada por el Concilio Vaticano II reducía el papel de los retablos en las celebraciones, pasando de ser el espacio ante el que se celebraba la Misa a un mero telón de fondo, ello unido a cierta crítica a la suntuosidad y un desprestigio del arte barroco pusieron en peligro la conservación de algunos retablos. La recuperación de los templos románicos y góticos fue el golpe definitivo a la presencia de retablos en determinadas zonas de España: se primaba la visión de la piedra desnuda sobre los elementos accesorios. Un caso especialmente llamativo es el de Zamora: de las 16 cofradías penitenciales, solo una de ellas, Nuestra Madre de las Angustias, tiene expuesta en la actualidad su imagen titular en un retablo, a pesar de conservarse testimonios de la existencia de los retablos de las hermandades hasta avanzado el siglo XX.

La natural necesidad de exponer al culto las imágenes de las cofradías en retablos y altares ha impulsado también la recuperación de antiguos retablos abandonados o sin uso. La hermandad sevillana de la Virgen de la Amargura, ante el deseo de sustituir el retablo mayor de su sede y trasladar a él su imagen titular, adquirió en 1960 un retablo antiguo para remplazar el altar neoclásico de Juan de Astorga. Se trata de un retablo rococó procedente del convento de San Felipe Neri de Carmona (Sevilla), entablado en 1777 por Francisco González Guisado. De esta forma se ponía en valor una pieza que, probablemente, se hubiese destruido o repartido por piezas. Un caso similar se vivió en la Hermandad de la Esperanza de Triana al reabrir al culto la Capilla de los Marineros; en este caso se adquirió un retablo procedente del Convento de la Merced de Osuna (Sevilla).

En la actualidad, los retablistas siguen teniendo en las cofradías su principal fuente de ingresos. Con un gusto muy marcado por el neobarroco, las cofradías han encargado nuevos retablos, aunque en su mayor parte reducidos al banco y hornacinas (Hermandad Dominicana de Salamanca o Cofradía del Carmen Doloroso de Sevilla); no obstante, de forma puntual se emprenden ambiciosos proyectos que pretenden recuperar el esplendor de los artesanos ebanistas en la construcción de retablos. Uno de los más destacados proyectos de los últimos años ha sido el retablo para el Cristo de la Expiración (imagen inferior), de la cofradía sevillana del Cachorro: obra de grandes dimensiones diseñada por Francisco Javier Sánchez de los Reyes que ha concitado disparidad de opiniones. La hermandad malagueña del Paso y la Esperanza se enfrenta en los próximos años a la anhelada construcción de un retablo para el presbiterio de su basílica, con una propuesta de Pablo Paniagua Utrera de grandes dimensiones y estilo ecléctico en atención a la propia idiosincrasia de la cofradía.

 

 

Nota de La Hornacina: Javier Prieto es gestor cultural.

 

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