LOS CRISTOS DE MAÍZ (III)

Raquel Guadalupe Núñez Rojas


 

 

Gracias a la labor evangelizadora de los padres franciscanos en la Nueva Galicia, Jalisco conserva infinidad de Cristos de pasta de caña de maíz, como lo asegura el canónigo Luis Enrique Orozco en su obra Los Cristos de Pasta de Caña de Maíz y Otras Venerables Imágenes de Nuestro Señor Jesucristo. Dichos Cristos se elaboraban en Pátzcuaro, Michoacán, según lo atestiguan varios especialistas de arte, señalando, para su fabricación, el taller escultórico de Matías y Luis de la Cerda (padre e hijo), español el primero, y mestizo el segundo.

Durante los siglos XVI y XVII se produjeron en la Nueva España infinidad de imágenes de pasta de caña de maíz, tanto para las iglesias como para las procesiones que se realizaban en las calles, en los días de la Semana Santa. Cuentan los cronistas que era tan abundante la producción, que se exportaban a España imágenes de pasta de caña policromadas. Dicho comercio dio fama a nuestro país, debido a la perfección y belleza de las esculturas, las cuales eran del tamaño de la figura humana, en su mayoría.

Aseguran los historiadores que el Obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, al regreso de su segundo viaje a España, al tocar la Ciudad de México, trajo consigo a dos escultores que eran hombres de rara virtud y que poseían altos conocimientos en el oficio de engastar en madera y pasta la personalidad de Jesucristo. Su propósito era fundar una escuela en Pátzcuaro, aprovechando los conocimientos de los indios y la técnica y arte de los escultores.

El historiador Mota Padilla, refiriéndose al taller escultórico de Matías y Luis de la Cerda, dice lo siguiente: «Fue el más famoso escultor que a este reino llegó de Europa, cuando se pobló América, y fue el primer maestro de donde se ha derivado, de padres a hijos, el oficio que hoy es común en los indios de la Sierra de Michoacán...». El cronista Fray Mariano Torres, nos da a conocer lo siguiente: «Vivía en la ciudad de Pátzcuaro, por el año mil quinientos treinta y tantos, según parece, un primoroso escultor llamado Luis de la Cerda, quien copió en sí primero, en su ajustada vida, la imagen de Cristo Crucificado, especialmente en la pureza...».

Monseñor Luis Enrique Orozco, tuxpanense de origen, dedicó gran parte de su vida a investigar la forma en que los indios elaboraban los Cristos de caña, y sus escritos tienen un valor inmenso, pues buscó y encontró datos precisos para fundar sus aseveraciones. Nos dice que la pasta con que elaboraban sus ídolos, se preparaba de esta manera: Cortadas las cañas de maíz ya secas, las hervían en agua de hierbas venenosas, para matar en ellas todo germen de polillas. Vueltas a secar al sol, les desprendían la corteza y extraían sólo la médula, la cual molían cuidadosamente antes de reducirla a polvo; estando bien martajada la caña, la mezclaban con la goma de una begonia u orquídea, llamada en tarasco tatzigui. Enseguida, se ponían a cocer los bulbos de esta planta en agua; en este proceso, se desprendía la goma, que era el elemento aprovechable. De esta mezcla, resultaba una pasta manejable, ligerísima y de gran duración. Así pues, el elemento básico para la elaboración de los famosos Cristos, es esa pasta.

Según Monseñor Luis Enrique Orozco, varios Cristos jaliscienses son de manufactura patzcuarense, como el Señor de las Aguas, que se encuentra en la Catedral de Guadalajara, o el Señor del Perdón, de Tuxpan; entre otros. A ellos hay que sumar el español Cristo de la Sangre, venerado en el municipio toledano de Torrijos.

 

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