AUGUSTE RODIN


 

 

Viendo la fascinación que las esculturas de François-Auguste-René Rodin ejercen en el espectador actual, sorprende saber que su trayectoria artística estuvo plagada de controversias. De hecho, el reconocimiento y la consiguiente holgura económica no le llegaron hasta que alcanzó los 50 años de edad, después de una serie de fracasos originados por el rechazo que el entorno académico mostró ante algunas de sus obras hoy más admiradas, como El Hombre de la Nariz Rota, La Edad de Bronce o Balzac.

El parisino Auguste Rodin (1840-1917) rompió con el concepto académico de belleza. Ésta residía, según él mismo, en el carácter, en la autenticidad y en la huida de la búsqueda de lo propiamente bello, con el fin de alcanzar la traducción de un concepto a través de la expresión.

Así, aunque a primera vista las esculturas de Rodin producen un gran efecto de realidad, si las observamos con detenimiento notamos que exagera las formas y las retuerce hasta crear un postura imposible. Por ejemplo, su obra El Pensador exhibe una poderosa y desproporcionada musculatura en tensión mientras cavila en una posición improbable. Del mismo modo, en retratos como el de Balzac, Rodin evita la precisa descripción física tradicional con el fin de penetrar en los aspectos subjetivos del personaje. Le interesó, pues, la esencia, el concepto, y en su favor sacrificó el detalle. El Beso es un buen ejemplo de ello: fuera de su contexto, la pareja de amantes de la Divina Comedia de Dante se convierte en el amor mismo.

Captar la vida en movimiento: en eso consistía para Rodin, en buena medida, el arte de la escultura. Para plasmar ese movimiento era necesario recoger un instante entre dos posturas concretas: un lapso entre el principio y el fin de un gesto. Además de su propio dinamismo, las esculturas de Rodin requieren un espectador activo, puesto que él las pensó para ser vistas desde infinitos puntos de vista.

Rodin era básicamente modelador. Sus trabajos en arcilla eran traducidos a otros materiales por sus ayudantes, de manera que una misma obra podemos encontrarla en yeso, mármol y bronce. La organización de su taller era tradicional y, sin embargo, sensible como era a las innovaciones, incorporó la recién nacida fotografía a su proceso de trabajo, utilizándola paralelamente para la reflexión y para la documentación de sus obras. Pero no fue sólo escultor sino también dibujante: expuso sus dibujos y con ello fue de nuevo víctima de la incomprensión de un público que tachaba de borradores lo que para él eran obras acabadas.

Además de todo ello, en la intimidad de su taller y lejos de la mirada pública, Rodin llevó a cabo durante años una experiencia creativa basada en el reciclaje de sus propias esculturas: reutilizaba fragmentos, los unía ignorando las proporciones y creaba formas disparatadas, en lo que constituye un preludio del collage.

 

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