ANTONI FABRÉS


 

 
 
El escultor

 

Antoni Fabrés i Costa (Barcelona, 1854 - Roma, 1938), de familia humilde y con una clara inclinación desde muy joven por el dibujo y la escultura, ganó una pensión en 1875 para ir a Roma a formarse como escultor. Pero enseguida se dio cuenta de que serían la pintura y la acuarela las que le otorgarían la fama, que siempre estuvo convencido de alcanzar. Su obra, desde el principio, tuvo un considerable reconocimiento internacional y fue alabada por su virtuosismo y detalle en las técnicas con la acuarela y el óleo.

Fue un artista muy versátil y cultivó diversos temas, desde el orientalismo de los primeros tiempos, a la manera de Fortuny, hasta el orientalismo decó, pasando por mosqueteros, paisajes, retratos y asuntos cotidianos. Vivió en diferentes ciudades: Roma, Barcelona, París, México D.F. y de nuevo en Roma hasta su fallecimiento. Este talante cosmopolita influyó no solo en la elección de los temas para sus obras -buscando un público europeo y americano-, sino también en el estilo y los intereses personales.

Casado desde 1885 con Júlia Llausàs, tuvo dos hijas, Júlia y Glòria, una familia muy unida, acostumbrada a los cambios profesionales de Fabrés. Eso le permitió tener una vida relativamente tranquila, dedicada solo a la pintura y a la enseñanza artística, con lo que se ganó la vida. Con el cambio del siglo XIX al XX, el estilo de Fabrés dio un giro hacia la pintura naturalista, con temas más conmovedores como la pobreza o la locura. En 1926, donó a Barcelona gran parte de su obra, que hoy en día está incluida en las colecciones del MNAC.

 

 
 
El descanso del guerrero

 

La primera vocación de Antoni Fabrés fue la de escultor, especialidad que estudió en la Academia Provincial de Llotja y que le valió la pensión para ir a Roma en el año 1875, la ciudad que en aquel momento era el destino natural para los artistas más dotados. Aun dedicándose principalmente a esta disciplina, no abandonó el dibujo y la pintura, técnicas con las que destacaría muy pronto.

Los años de Fabrés en Roma contribuyeron a la consolidación de las analogías con Mariano Fortuny, quien también había sido pensionado en esa ciudad. Ambos artistas fueron precoces y unánimemente reconocidos. A los pocos meses de la muerte de Fortuny, en 1874, ya se señalaba a un Fabrés de 21 años como su sucesor.

Las dificultades económicas, que ponían trabas a sus trabajos como escultor, y su mala relación con el nuevo director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma, José Casado de Alisal, abatieron los ánimos de Fabrés y le empujaron a refugiarse en la correspondencia principalmente con su amigo Narcís Oller.

En 1884 volvió a Barcelona para cuidar de su madre enferma. Entonces seguía siendo un gran desconocido para el gran público pero gozaba de reconocimiento entre sus amigos artistas y escritores. La vuelta a Barcelona le puso en contacto con artistas que conocían el ambiente parisino y la idea de mudarse a la capital francesa se instaló en su mente. Cuando se produjo el traslado a París, una vez nacidas sus dos hijas Júlia y Glòria, Fabrés continuó con la temática orientalista pero surgieron temáticas nuevas en forma de espadachines y mosqueteros, muy en boga en los salones oficiales del momento y entre los marchantes. Fue entonces cuando pintó "Los borrachos", una gran obra al óleo que fue un claro homenaje a Diego Velázquez.

A partir de 1900 su obra adopta un estilo mucho más natural y espontáneo y su temática da un giro hacia el realismo y el naturalismo pintando personajes o escenas de pobreza, mendicidad o locura. Este giro hay que entenderlo como una mirada ácida y crítica hacia la sociedad. El naturalismo y la denuncia de las diferencias sociales tuvieron en Fabrés un defensor acérrimo.

 

 
 
El afilador

 

París sería una parada más en una vida marcada por los viajes. En 1902 se traslada a Ciudad de México. Su llegada fue un acontecimiento social y cultural que suscitó la publicación de un gran volumen de noticias en los diarios de la capital. Allí se encargaría de las clases de dibujo de la Escuela Nacional de Bellas Artes, la Academia de San Carlos, con el fin de cumplir el deseo del gobierno de Porfirio Díaz de modernizar las artes.

Pronto estrechó lazos con los círculos literarios y artísticos de vanguardia -Juan José Tablada, Julio Ruela, Amado Nervo, etcétera- y organizó una exposición con un gran número de obras traídas desde París que fue un éxito de crítica y público. Entre sus alumnos se encontraban los todavía desconocidos Diego Rivera y José Clemente Orozco, que años después liderarían el muralismo mexicano.

Fue durante esta época cuando el naturalismo y el realismo se juntaron en la obra de Antoni Fabrés. Fueron importantes los paisajes que pintaba durante sus excursiones con los alumnos de la escuela, los retratos de indígenas y las representaciones humanas de costumbres. También se dedicó al retrato de sus discípulos y amigos, en carboncillo o acuarela y a lápiz, deteniéndose algunas veces en el rostro a la manera de Ingres. Pero su estilo nunca fue el mismo y podía pintar tanto con un detalle muy preciso como con una gran soltura en la pincelada dando únicamente impresiones de color.

Su fijación por el retrato continuó con su segundo traslado a Roma en 1907, donde residió hasta su muerte. Durante su estancia pintó al papa Benedicto XV y con este encargo demostró su habilidad extraordinaria tanto en la fisonomía del retratado como en la atmósfera de armonía y solemnidad creada. En esa época, Fabrés era el pintor español más importante de Roma, aunque su obra estaba fuera de cualquier movimiento pictórico.

 

 
 
Un filósofo

 

El orientalismo es la temática por la que Antoni Fabrés ha sido tradicionalmente más reconocido, hasta ser considerado por muchos como el continuador de la obra de Mariano Fortuny. Puesto que no conocía el Norte de África, Fabrés asimiló la visión de las figuras orientales de Fortuny, tal y como hicieron otros pintores catalanes. Los asuntos orientalistas, como los limpiadores de lámparas, ladrones o los interiores de harenes, eran los temas que repetía constantemente.

Otro de los temas predilectos del artista fue el paisajismo, que cultivó a lo largo de toda su carrera. Pintó una gran cantidad de obras acercándose a los paisajes desde prismas distintos: el romanticismo, como expresión artística; para destacar la importancia de la luz sobre la naturaleza; o como una mirada hacia la actividad humana (un mercado, una fiesta al aire libre, etcétera). París fue el principal centro de producción de sus paisajes, aunque también durante su segunda etapa en Roma dedicó muchas obras a las tierras italianas y normandas. Para ello, el pintor llevaba a cabo un exigente trabajo de observación y ejecutaba la obra con pincelada rápida y una técnica privilegiada.

Los mosqueteros, espadachines, soldados españoles y frailes fueron temas cultivados por su buena salida comercial. Pintó asimismo cuadros sobre la figura romántica del bandolero, que tuvo mucho éxito durante la primera mitad del siglo XIX: el héroe que, por causa de alguna injusticia, se ve obligado a delinquir.

Los retratos fueron un motivo recurrente en su trayectoria artística. Sus personajes siempre eran tomados de un modelo, nunca imaginados o idealizados. Retrató a la alta sociedad, amigos, familiares, alumnos, mendigos y campesinos utilizando diferentes técnicas, pero siempre con gran expresividad, virtuosismo y refinamiento.

 

 
 
Retrato del Sr. Puig

 

A lo largo de su vida, Antoni Fabrés hizo viajar sus obras, desmontadas, enrolladas y dobladas, cada vez que cambió de residencia y de país. Sus pinturas y dibujos muestran las vicisitudes inevitables de los diferentes tránsitos, que se reflejan en su estado de conservación, pero a la vez son testimonio de los sucesivos montajes, los cambios de formato y el reciclaje de materiales.

El área de Restauración y Conservación Preventiva del Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) ha trabajado intensamente sobre los dibujos, las pinturas sobre tela y sobre cartón, las esculturas y el material gráfico que forman parte del fondo del museo y de su Biblioteca y se han restaurado en total más de cien obras de Fabrés. Han respetado también los marcos originales con los que ingresaron las obras de Fabrés en 1925, aunque su restauración ha supuesto una dedicación considerable.

Con dichas restauraciones el MNAC ha estudiado la manera de trabajar del artista y conocer su proceso creativo. Los especialistas han observado bajo la capa pictórica, por ejemplo, las cuadrículas a lápiz que Fabrés utilizaba para transferir la composición a diferentes escalas y un dibujo subyacente detallado y de calidad que lo guiaba cuando aplicaba el color.

Incluso ha sido posible descubrir bajo la capa pictórica blanca de un paisaje nevado de gran formato, "Desierto blanco", la presencia de un soldado muerto que el pintor tapó y que aparece en una versión de la misma composición propiedad de la familia del pintor, que dio la pista para poder descubrir la figura. Tanto la radiografía como la reflectografía infrarroja permitió revelar igualmente la inscripción, también subyacente, con el primer título de la pintura, "¡Centinela alerta!", y la descripción del tema: "1870 Guerra francoprusiana".

 

 
 
Dante y Virgilio bajando a los infiernos

 

El Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) recupera con la exposición Antoni Fabrés la obra del célebre pintor y escultor catalán. La muestra, comisariada por el historiador Aitor Quiney, reúne hasta el próximo 29 de septiembre 147 pinturas, esculturas y diferente material documental que permite descubrir a un gran retratista y a un artista que, más allá del orientalismo, presenta una mirada crítica hacia la sociedad. Fabrés alcanzó en vida un gran éxito internacional que el inexorable paso del tiempo, y con él las diferentes generaciones historiográficas, han ido olvidando. El trabajo de investigación y de restauración que el MNAC ha llevado a cabo para esta exposición ha permitido descubrir interesantes aspectos inéditos y que podamos disfrutar de su obra en toda su dimensión. Dirección y horarios: Palau Nacional, Parc de Montjuïc s/n, Barcelona. Martes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas; domingos y festivos, de 10:00 a 15:00 horas.

 

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