III CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE FRANCISCO SALZILLO (XI)
SANTA CLARA (MURCIA), LA APOLOGÍA MÍSTICA DE SALZILLO

Antonio Zambudio Moreno


 

Dentro del periodo cumbre de la producción salzillesca, surgieron obras que han generado todo tipo de loas y ponderaciones sin lugar a dudas merecidas gracias a los valores plásticos y escultóricos de este gran artífice, transmisor de sentimientos y emociones que embargan al espectador que contempla su obra plena de belleza y espiritualidad.

En la década de los 50 del siglo XVIII, tal y como hemos planteado en otras ocasiones, es cuando los valores artísticos y creativos de Francisco Salzillo alcanzan el culmen de su arte, y es precisamente ahí, en ese espacio temporal, en el que labra una pieza quizá no tan popular como algunas otras pero cuya realización, cuyo análisis formal, nos indica o lleva a situar a este escultor en la cúspide de los grandes creadores del Barroco no sólo nacional sino también europeo. Se trata de la representación de Santa Clara, realizada sobre el año 1750 para el convento de la orden de las Capuchinas ubicado en la ciudad de Murcia.

Verdaderamente no se conoce con exactitud el proceso de creación de esta imagen, quizá un mero encargo de dicha orden por la cual Salzillo profesaba una gran simpatía como lo demuestran el ordenar en su testamento ser enterrado en ese convento y la circunstancia que una hermana del escultor profesó en él. La obra hace pareja con la imagen de San Francisco, otra representación excelsa de la cual hablaremos en otro momento, encontrándose contrapuesta a él, en actitud de adoración del Sacramento a ambos lados del tabernáculo del altar mayor, desaparecido en el conflicto civil de 1936.

Si el nombre de Clara, su acepción latina, viene a significar “pura y transparente”, estos calificativos se adaptan plenamente a esta representación escultórica. Imagen de perfecto tallado, gran modelado, acentuado con el sobrio hábito franciscano, la ausencia de una rica policromía hace apreciar aún mejor sus valores escultóricos.

Como en todas las grandes creaciones salzillescas, el naturalismo es la pauta y característica predominante, y la superficie adquiere una gran delicadeza gracias a un pulido moderado, originándose una matización clara y diáfana de luces y sombreado aún en los tonos oscuros del hábito de la santa. La textura de la talla, su superficie, el tratamiento de sus volúmenes y sus planos son de una calidad extraordinaria, resultando una imagen cuyos valores plásticos están fuera de toda duda.

Y si la valía escultórica propiamente dicha es digna de toda alabanza, la expresión de la imagen, su fisonomía, el arrebato místico que transmite, la sitúan a la altura de las más grandes creaciones de su tiempo. Se puede afirmar, tal y como han sostenido los grandes estudiosos de la creación salzillesca, que existe una influencia o relación con lo berninesco, emparentándose con la extraordinaria Santa Teresa o la descomunal Beata Ludovica por sus valores espirituales exaltadores de la Contrarreforma.

En esta imagen si es patente el “italianismo” influyente en Salzillo, claro y diáfano, poseedor de un delicado lenguaje manifestado en la representación de unas portentosas manos que se entrecruzan en actitud mística y se encuentran suspendidas en el aire, conjugadas con un rostro hiperexpresivo, de clara tendencia salzillesca, de belleza formal y con unos rasgos distintivos del gran maestro llevados a la enésima virtud. Sin duda un logro escultórico de nuestro arte nacional, que transmite como pocas imágenes la sensación de actitud contemplativa, arrebatada por el misticismo y la fé.

 

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