III CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE FRANCISCO SALZILLO (III)
CRISTO DE LA BUENA MUERTE (MURCIA)

Antonio Zambudio Moreno


 

Siempre que se trata la figura de un escultor de imágenes pasionarias o de carácter sacro, se mencionan sus grandes obras, aquellas que han marcado un antes y un después en su trayectoria artística gracias a su belleza, a su calidad y sobre todo a lo que el pueblo "opine", a lo que exprese y sienta, pues la popularidad de una creación artística redunda en beneficio de la misma.

Por ello, cuando se habla de Francisco Salzillo, siempre se mencionan sus grandes pasos procesionales, su extraordinario y sobrehumano Ángel de la Oración del Huerto, su portentosa y sufriente Dolorosa, su magnífico Nazareno del paso de la Caída o su rica y pletórica de movimiento, talla de San Juan Apóstol. Pero hay obras, que por diversas circunstancias pasan desapercibidas, son desconocidas para el gran público, pero poseen una magnificencia tal que las hace semejantes en cuanto a entidad artística a las creaciones más famosas de su autor.

Este es el caso del Cristo de la Buena Muerte, más conocido por el Cristo de las Claras. Imagen tallada por Francisco Salzillo en 1770, cuando ya enfilaba la recta final de su carrera y de su vida, es uno de los últimos vestigios de maestría pletórica de su autor.

Realizada en una época en la cual el taller se había industrializado, dejando claros signos de evidencia en cuanto a intervención de ayudantes y oficiales dada la edad del maestro, su estado emocional y sobre todo su hiperproducción, supone un hálito de luz en la etapa crepuscular de Salzillo, una obra exquisita, refinada, de buen gusto que viene a corroborar que a pesar de las circunstancias antes narradas, el genio creador seguía vivo.

Imagen destinada en principio al Convento de Santa Isabel, ubicado en la Plaza del mismo nombre en las cercanías de la casa-taller del artista. En 1836, como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal, dicho cenobio es desalojado y derribado, con lo cual las religiosas deben trasladarse de ubicación, reasentándose en el Convento de la Purísima. Con posterioridad, ya entrado el siglo XX, concretamente en 1947, el edificio es derribado lo que conlleva otro traslado, suponiendo una disgregación de las religiosas, algunas de las cuales se insertan en el Convento de Santa Clara la Real, llevando consigo la talla del fabuloso Cristo.

Una vez allí, la imagen es ubicada en la clausura de dicho convento, lo que impedía su contemplación por el público que acudía a misa y a presenciar las maravillas de su templo, como el San José con el Niño Jesús del propio Francisco Salzillo, hasta que en 1997, un grupo de cofrades del Santo Sepulcro de la ciudad de Murcia, antiguos estudiantes de Maristas, tiene a bien proponer la salida en procesión de esta bella imagen de Cristo Crucificado.

Las gestiones tienen éxito y el Viernes Santo de aquel año, sale por primera vez en procesión para asombro de la mayoría de público que no había tenido oportunidad de presenciarlo al natural, engrandeciendo de ese modo el desfile procesional de la noche de tan magno día, resultando importante destacar que a pesar de no ser una imagen "popular" o conocida, ya la historiografía local se había hecho eco de su existencia desde un principio, pues Luis Santiago Bado, contemporáneo y primer biógrafo de Francisco Salzillo, menciona y data la imagen.

Desfila semiacostado, al existir inconvenientes para adoptar una posición erguida dada la situación, características y estado de la Cruz, aunque ello no es óbice para poder contemplar su hermosa figura. Cristo bello, armonioso, de perfectas proporciones, casi representa un neoclasicismo emergente. El modelado es portentoso, sobre todo en lo que respecta de cintura para abajo, teniendo en cuenta también la belleza de su rostro y su quietud. Una quietud que viene a mostrar una muerte en paz, quizá poseedor de una belleza formal que viene a preludiar la resurrección. Es el hijo del hombre crucificado, muerto, pero poseedor de vida interior, algo que hace pensar al contemplador que no se haya sólo ante la representación del cadáver de un hombre, pues si existe sensibilidad en el espectador, este se percata de la existencia de un alma, algo que hace a la imagen que sea mucho más que una simple escultura en madera.

La textura de la talla, su superficie, es clara, blanda, invita a la aproximación, es una escultura con gran efecto de morbidez y delicadeza. De suave policromía, sin efectos demasiado sufrientes ni dramáticos, expresa el momento en que Cristo ha expirado, acaba de morir, su rostro es de una delicadeza sublime, mostrando su complacencia ante su destino, aceptando su devenir, sabiendo que ha cumplido con la misión encomendada.

Fisonomía bella, delicada, fina, expresa bien a las claras la capacidad para transmitir la espiritualidad que tenía su autor, pues es una imagen para el rezo, la oración, que invita a postrarse ante él. Cristo de enorme misticismo, es todo un exvoto, una talla que expresa una obra devocional plena, la representación de un hombre que es Dios, que confía en la promesa de la Resurrección. En la actualidad se encuentra expuesto en el Museo de Santa Clara la Real para disfrute de sus visitantes.

 

Anterior Entrega en este

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com