RICCI/CARREÑO. 400 AÑOS
LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Con información de Jesús Abades


 

Especial con motivo del 400 aniversario del nacimiento de dos geniales artistas del barroco español. Amigos, colaboradores y hasta rivales por el cargo de Pintor de Cámara, Francisco Ricci y Juan Carreño de Miranda contribuyeron, desde mediados del siglo XVII, a dar un estilo distintivo a la pintura madrileña. Cada entrega tendrá un enfoque iconográfico y supondrá una comparativa de piezas realizadas por ambos maestros.

 

   
 
 
Inmaculada Concepción por Juan Carreño de Miranda
Iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Marlofa (Zaragoza)

 

Juan Carreño de Miranda (1614-1685), hijo de un hidalgo asturiano, nació en la localidad de Avilés. Se ignora la fecha en la que pudo trasladarse a Madrid, aunque existen indicios para pensar que se formó en Valladolid junto a su tío, el también pintor Andrés Carreño, así como en la escuela de Diego Valentín Díaz. Se dice que en la Corte estudió con Pedro de las Cuevas y con Bartolomé Román.

Madrileño de nacimiento, Francisco Ricci (castellanizado Francisco Rizi, 1614-1685) era hijo del también pintor italiano Antonio Ricci, quien llegó a España para trabajar en la decoración del Monasterio del Escorial bajo la dirección de Federico Zuccaro. Otro hermano de Francisco, Juan Ricci, se dedicó también a la pintura. Al igual que Carreño, se convirtió en una de las figuras principales de la escuela madrileña del barroco.

 

   
 
 
Inmaculada Concepción por Francisco Ricci
Museo de Cádiz

 

Dentro de los temas religiosos que cultivaron ambos artistas, el de la Inmaculada Concepción fue tratado por Carreño de forma dulce y amable, sin demasiadas exaltaciones ni en el movimiento, ni en la expresión, ni en el color. Desde la década de 1660, el artista popularizó un modelo, con ligeras variantes, en el que aparece la Virgen de frente, con una mano sobre el pecho y el otro brazo extendido en el espacio, a modo de ofrenda, y recogiéndose el manto que le cruza oblicuamente sobre el vientre. Esta actitud provoca el ensanchamiento de la silueta de la Virgen por su parte media, estrechándose a medida que se aproxima a su base.

Esta tipología de Carreño puede considerarse como una característica que anuncia la nueva etapa artística del Barroco; de hecho, tanto Carreño como Ricci fueron pintores en cuyas obras el aliento barroco va comenzando a crecer. Entre las más felices obras del asturiano sobre la iconografía destacan la del Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria (1666), un ejemplar en manos privadas (hacia 1665-1670) y la que nos ocupa en el pequeño lugar de Marlofa, que forma parte del municipio de La Joyosa (Zaragoza) como entidad de población.

Se trata de un gran óleo sobre lienzo (mide 208 x 142 cm) que preside el altar mayor del templo. Por sus características, puede situarse hacia el año 1666, momento en que se sabe que la parroquia necesitaba una reparación, y antes de 1685, año de la muerte de Carreño. Según algunos autores, podría situarse quizá alrededor de 1680, cuando se estaban efectuando mejoras en la decoración del edificio eclesial.

Frente a la mesura formal del "Murillo de Asturias", llama la atención la composición casi coreográfica de la Inmaculada de Ricci que se conserva en el Museo de Cádiz (en depósito desde el año 1879 ya que es propiedad del Museo del Prado). Es obra también de grandes dimensiones (211 x 377 cm) y original por sus medidas apaisadas. Beruete la atribuyó a Juan de Valdés Leal, pintor con el que Ricci presenta alguna afinidad a causa de su fogosa ejecución y su temperamento de colorista. También realizada en torno a 1680, se halla muy cercana estilísticamente a la que se conserva en la iglesia de las Gaitanas de Toledo, aún de mayor tamaño.

El barroquismo de Ricci, tanto en lo movido de sus composiciones como en la soltura fogosa de la técnica, se manifiesta en esta obra donde María aparece en el centro de la composición, rodeada a ambos lados y de forma simétrica por un conjunto de ángeles niños que forman una línea curva desde la parte inferior del lienzo hasta la cintura de la Inmaculada, cuyos ropajes se retuercen y ondean en el aire como sacudidos por el viento. Asimismo, su larga cabellera ensortijada se resuelve en dinámicos mechones dorados, esparcidos por detrás de su espalda. Tiene las manos juntas a la altura del pecho, bajo el precioso broche dorado que ciñe el borde del escote de la túnica, y en tanto que Mujer del Apocalipsis va coronada de doce estrellas.

 

FUENTES: LAFUENTE FERRARI, Enrique. Breve Historia de la Pintura Española, vol. II, Madrid, 1987, pp. 364-374; www.patrimonioculturaldearagon.es; CAMON AZNAR, José. "La Pintura Española del siglo XVII", en Summa Artis, vol. XXV, Madrid, 1980 (ed. 4), p. 464.

 

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