LAS GLORIAS DE MURILLO (XVI)
CAMINO DEL CALVARIO

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

 

En Murillo se dulcifica e idealiza el implacable realismo español, y es de los primeros en fundir los tonos e inundar de luz los volúmenes, armonizándolos en una sola claridad, con lo que en cierto modo rompía con el tan de moda modelado tenebrista, cuyos cultivadores se obstinaban en seguir separando luces y sombras.

Murillo reacciona contra la corriente ascética y cancela la dramática religiosidad de la antigua pintura española. Sus personajes, en vez de distanciarse, se aproximan en una vecindad cordial que luego culminará en Goya. Para entender esto bien basta con ver a Murillo junto a Zurbarán. Los dos se servían de modelos del natural, pero mientras Zurbarán los modela distanciándolos, Murillo nos lo hace cercanos e íntimos.

Habría que saber qué se entiende por realismo cuando se dice que Murillo es un pintor realista. Por supuesto, toma del natural los elementos formales de sus composiciones, pero éstas son idealizaciones puras, revancha de su fantasía o de su alma sobre las cosas ingratas que la vida depara cada día. No hay que olvidar las ruinas de la sociedad sevillana de su tiempo. Una ciudad en decadencia económica, asolada por un terremoto y diezmada por una epidemia de peste que mató a más de 70.000 sevillanos, entre ellos el escultor Juan Martínez Montañés, otro de los idealizadores de la realidad. Sin embargo, con la obra de Murillo da la impresión de que no ocurre nada y que Sevilla solo existe para sonreír al mundo desde la Giralda. Ello también recuerda a Velázquez, que transformó en un minué apolíneo la frenética y ensangrentada jornada de de Breda.

Buenos ejemplos de esas idealizaciones son las dos interpretaciones que Murillo realiza del camino de Cristo hacia el monte Calvario. Murillo además transforma lo que típicamente se representa como una escena llena de gente en un encuentro privado entre María y Jesús, que en ambas aparece caído, aumentando así el contenido emocional de la composición y su impacto en el espectador.

Una de las escenas, Cristo llevando la cruz (imagen superior), es un óleo sobre lienzo (154,3 x 210,8 cm) pintado hacia 1665-1675 que se conserva desde 1900 en el Museo de Arte de Filadelfia. El dramatismo se refleja en el fondo nuboso y los colores fríos. La Virgen se sitúa a la derecha del cuadro, arrodillada frente al caído, con un delicado aro como presea. Una luz más intensa ilumina los rostros, mientras a la izquierda, entre las rocas, emerge un paisaje urbano mucho más cercano a Sevilla que a Jerusalén. Ambas figuras muestran composiciones similares a las de otros artistas del barroco sevillano como Roldán, Valdés Leal o Zurbarán.

La otra pieza, llamada Cristo en el Calvario o La subida al Calvario (imagen inferior), se halla pintada en la misma técnica y posee un formato menos rectangular (125 x 146 cm). Pertenece al Museo Thomas Henry de Cherburgo, siendo donada al mismo por su titular, pintor y marchante de arte, en 1835, sin que se conozcan más datos. Aquí las dos figuras se acercan e invierten, en una estructura similar de tonos fríos, prescindiendo Murillo en este caso incluso del fondo urbano. No consta tampoco mutilación de la zona izquierda del cuadro.

 

 

FUENTES

CAMPOY, Antonio. Bartolomé Esteban Murillo, Cupsa Editorial, Madrid, 1982, pp. 18-19.

GAYA NUÑO, Juan Antonio. La obra pictórica completa de Murillo, Noguer-Rizzoli, Barcelona, 1978, p. 77.

 

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