La imagen de Cristo, de pie y maniatada, recrea el momento inmediatamente anterior a la aceptación del madero, que portará sobre su lacerada espalda y con el que recorrerá el tortuoso sendero hacia el Gólgota.

Se trata de una de las escasas tallas procesionales que se conservan de Jesús Reo con las manos atadas a la espalda. Al contemplar la mansedumbre y dulzura del semblante, rasgos comunes en las hechuras pasionistas del escultor e imaginero cordobés Juan Martínez Cerrillo, intuimos a un Varón que recibirá con resignación el leño, como corresponde al Hijo que se entrega voluntariamente para cumplir la voluntad del Padre.

De tamaño natural, talla completa y tostadas carnaciones surcadas por numerosos regueros de sangre, la efigie, labrada en el año 1954, posee también corona de espinas, ojos de cristal, pestañas postizas en los párpados superiores, acusado perfil hebraico, barba bífida de bigote ralo y cabellera ondulada, tratada con sencillez como el torso y los hombros que quedan a la vista del espectador. Su precio fue 7.000 pesetas.

Titular de la cofradía cordobesa de la Esperanza, conocida también como la Cofradía de los Gitanos, Jesús de las Penas fue intervenido por su propio autor en 1981, debido a los daños causados por un incidente ocurrido en su estación de penitencia, y por el también cordobés Antonio Bernal Redondo en el año 2003.

Desde el año 1993, la imagen de Cristo es acompañada por cinco figuras talladas en madera de cedro policromada por Antonio Bernal que representan a un sanedrita, dos soldados romanos y dos esclavos (estos dos últimos, inspirados en gitanos cordobeses de carne y hueso) que componen el momento inmediatamente posterior a la Sentencia, en el que el Señor se dispone a tomar la cruz para iniciar el camino del Calvario. Las imágenes llevan piezas de cuero repujado, confeccionadas por Francisco Rodríguez Escobar (1993).

Como bien ha apreciado el historiador sevillano Francisco Javier Sánchez de los Reyes, la figura del esclavo con facciones gitanas que se sitúa a la derecha del Redentor para preparar su suplicio, lo mira asombrado, advirtiendo su condición inocente y divina.