LA OBRA DE ANTONIO ILLANES (XI)
LA RELACIÓN CON ANTONIO CASTILLO LASTRUCCI

Sergio Jesús Parra Medina


 

Continuamos con el especial dedicado a las obras más relevantes
del escultor de Umbrete (Sevilla) con vistas a una futura reedición de su obra literaria
y la creación de un certamen de imaginería en su localidad natal

 

Hoy día, siguen tomando café en la calle San Antonio del cielo de Sevilla... dos grandes maestros, dos grandes amigos en un infinito y profundo respeto... En esta nueva entrega, conoceremos el verdadero vínculo profesional y afectivo entre dos de los más grandes escultores e imagineros sevillanos, Antonio Castillo Lastrucci (1882-1967) y Antonio Illanes Rodríguez (1903-1976). Aprovechando los testimonios escritos en la íntima historia de los libros de Illanes, nos volcaremos en resaltar aquellos aspectos que de primera mano nos hace llegar el autor sobre Castillo Lastrucci y él mismo.

"Conocí a Antonio Castillo Lastrucci en mis tiempos mozos, cuando mi inteligencia empezaba a despertarse con los estudios artísticos que recibía en aquella añorada Escuela de Bellas Artes, fundada por Murillo, situada a la sazón en la plaza del Museo, vetusto caserón con mucho de claustro. El imaginero, de paso, se asomaba a la ventana de nuestra clase que daba a la calle Bailén, para conversar con mi maestro Marco de la marcha de sus trabajos y de la enseñanza de su magisterio. Yo, tímidamente, intervenía algunas veces en el diálogo y, desde entonces, la opinión que había formado de él, subsistió toda mi vida.

Al correr de los años, estaba Yo al tanto de su labor callada, paciente, de esfuerzos titánicos. Proyectado hacia la cúspide de la fama y del éxito, le envidiaba con admiración su fecundo quehacer, creando imágenes y más imágenes para enriquecer el acervo artístico religioso de la ciudad.

Castillo, incorruptible y candoroso, con el que estaba tan identificado, estaba lleno de íntima ternura y galanteo, y, siempre que llegaba a casa, nos traía un paquetito de dulces, le dije un día: ¿Cuáles son sus horas de trabajo, maestro? Me contestó con sencillez de vocabulario:

"La mañana, la tarde, la noche... y muchas madrugadas, para el artista no debe sonar la campana del reloj. El buril es un puñal que se hunde en las entrañas de la madera en su más alto destino: Hacer poesía con el cedro, con el ciprés; dar la medida justa de lo que llevamos dentro" -y se golpeaba el corazón- "Huir del paganismo actual que esteriliza la creación, fugarse hacia lo ideal, hacia lo puro, hacia lo hermoso y no contaminado..." -y prosiguió como embriagado con su propia imaginación- "La inteligencia, después de elevarse a Dios, que es su origen y su centro, necesita descender a la tierra para cumplir su voluntad divina, el nuestro es el esculpir, como el río que obedeciendo a una ley de la Naturaleza, se precipita desde la alta montaña para confundirse con las olas de los mares" -Y continuó- “La pobreza es rica en sensaciones para el hombre artista, pero ingrata para el artista hombre. Consagrarse al trabajo con la libertad de su instinto, con soberana voluntad y sacrificios humanos; no importa el cansancio, olvidarse de comer y de uno mismo ¡Aún nos queda Dios! A la mañana siguiente, ver la obra creada de la víspera, dar vueltas alrededor de ella, caer nuevamente en las gubias y, la batalla que necesariamente tenemos que ganar, vuelve a comenzar con más bríos”.

 

Prosigue Illanes con su narración:

"Desde la perspectiva descendente de su existencia, veíamos a Castillo con sus tremendos apuros, el alma agrietada, abatida, victima de sus ideales más puros. Se dolía de las ingratitudes y de las incomprensiones; le olvidamos en vida, el más triste de los olvidos" (...) "le regatean su arte como si fuera mercadería barata; la escultura más bella salida de sus manos, la Esperanza Trianera, desmentida de su paternidad" (...) "¡qué ingratitud! Ya que poco le dimos en vida, no le quitemos en la muerte la más hermosa espiga de su cosecha".

 

Sobre este asunto, la autoría de la Esperanza de Triana, existe un cruce de cartas que, a petición de Antonio Illanes, le pide a Castillo Lastrucci que le comenté el tema con la intención de publicarlo en sus libros y así quede para la Historia, la carta dice así:

"Querido amigo y maestro: Hace algún tiempo hablamos largo rato del incidente que tuvo usted con la Hermandad de la Esperanza de Triana. Los hermanos  de la Junta de Gobierno le exhortaron desistiera en afirmar de que usted es autor del rostro y manos de su Imagen dolorosa; solamente de su restauración, idea que le ofendió en su dignidad profesional, negándose a ello por ir en contra de sus convicciones, respetables por todos conceptos. Aplaudí sin reserva su firme actitud y, en un banquete celebrado en su honor en el Parque de Maria Luisa, afirmé sin ambajes que era usted el autor de la Virgen" (...) "Dejemos, querido amigo, posturas humildes y curvatura de cerviz, que más humillan que honran, y a la historia no se le puede escamotear un acontecimiento de tanta trascendencia, y usted, obvio es decirlo, ocupará en ella el lugar que le  corresponde”.

 

Respuesta de Castillo Lastrucci:

"Querido amigo: Tengo mucho gusto en adjuntarle los datos que desea. Pocos días después de la Exposición Mariana (1929) celebrada en la Parroquia del Salvador, el Hermano Mayor de la Hermandad de la Esperanza de Triana, don Francisco Flores y componentes de la Junta Don José Percio y M. Marchena, me encargaron la restauración de la imagen de la Virgen. Al quitarle la pintura vimos que los párpados eran de pasta, y se acordó hacer la mascarilla y las manos, que es lo que hoy tiene, y esto es todo lo que me complazco en manifestarle.” Sevilla, octubre de 1963

 

Añade Illanes sobre el tema:

"¡Con cuanta sencillez dice “la mascarilla y las manos”y “ esto es todo”! es decir, la imagen toda, ya que es de las llamadas de candelero".

 

Ahora habla Illanes sobre su difunto amigo:

"Sufrió todas las amarguras y contrariedades sin cuento; cuadros sombríos que acompañan al artista hasta el sepulcro. Hubiera hecho fortuna de haber cobrado todas sus obras, pero, consecuentemente consigo mismo, no quiso que así fuera. Toda su vida se desenvolvió en una estrechez que ni siquiera sospechábamos, si  recursos económicos en sus últimos tiempos, sin un amigo que derramara en secreto el doble y santo consuelo del amor y de la mano abierta" (...) "Poco antes de su muerte, enfermos su carne y su  espíritu, me llevó a su taller para mostrarme el último Cristo que esculpiera a tamaño humano. Mientras Yo admiraba la hermosa efigie, me confesó con un  dejo de amargura y voz carcomida por los años: “Quieren comprármelo para la iglesia de una nueva barriada, Me han ofrecido ocho mil duros... a plazos”. Poco tiempo transcurrido el crucificado no estaba en su casa. Se lo habían llevado, seguramente, por los ocho mil duros... a plazos... !cómo las lavadoras!...

Antonio Castillo, hundido en la nada, es historia viva y eterno recuerdo entre sus amigos y los que le reconocieron sus virtudes. Ya está en ese mundo ideal que se vive con la vida de los ángeles; aves de paso sobre la tierra... Y Yo me lo seguiré encontrando..."

 

El maestro Antonio Illanes no fue discípulo de Castillo, ya que su maestro será Marco Diaz Pintado, no obstante, Antonio Castillo Lastrucci fue, y siempre será un maestro para todos los imagineros... ¿Otro café, maestro?

 

FUENTES: Del Nuevo Estudio (Sevilla, 1967). Antonio Illanes Rodríguez.
Sevilla y Yo (Sevilla, 1984). Antonio Illanes Rodríguez. El Escultor Antonio Illanes
(1901-1976), Real Alcázar- Sala Apeadero 31 de mayo a 16 de junio (Sevilla 1996)

 

Fotografía de Castillo Lastrucci e Illanes en la Plaza de San
Lorenzo, esquina Conde de Barajas. Diciembre, 1966.

Décima Entrega en este

 

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