LA PASIÓN DE CARLO DOLCI (II)
LA MAGDALENA


 

 

La pintura de Dolci sobresalió en un febril ambiente pictórico. Pese a no realizar ningún viaje a las capitales del arte, sus cuadros fueron muy demandados ya que estaban en sintonía con la devoción intensa y severa de ciertos círculos florentinos. En esta línea nacieron sus versiones de la Magdalena, entre las que destaca la conservada en la Galería Palatina (imagen superior), con el rostro agraciado, concebido con un sentido casi místico, las manos cruzadas sobre el pecho, la mirada al cielo y los labios entreabiertos en señal de oración.

Dolci también fue uno de los retratistas florentinos más importantes, tal y como lo demuestra su Retrato de Stefano Della Bella (también en la Galería Palatina del Palacio Pitti de Florencia), realizado a los 15 años de edad, lleno de una expresividad que volveremos a encontrar en la lúcida y febril imagen de San Felipe Neri (1645, colección particular de Reggio Emilia) o en su más tardío Autorretrato (1647, Galería de los Uffizi de Florencia), en el que se trasluce el temperamento melancólico y depresivo del artista.

Retomando el tema de la Magdalena, se trata de uno de los personajes ligados a la Pasión de Cristo, de ahí que Dolci la represente casi siempre llevando el tarro de ungüento con el que ungió el cuerpo del Maestro. Una de las escenas principales de la santa es, precisamente, aquella en la que aparece al pie de la cruz, siempre compungida y a veces ataviada con lujoso atuendo que debería hacer alusión a su origen noble y no a su pasado mundano, pues se le asignó una iconografía de prostituta arrepentida tras conocer a Jesús.

La penitencia de la santa por su arrepentimiento, meditando frente a una cruz o una calavera, fue retratada por Dolci en numerosas ocasiones, siempre de medio cuerpo y pensando en la devoción privada, como era habitual en sus obras. Interesante es la versión del Davis Museum en el Wellesley College (imagen inferior), catalogada por Francesca Baldassari, en la que figura con los ojos al cielo y las manos fuertemente unidas delante del pecho en actitud de plegaria. En todos sus simulacros de la santa, el artista la recrea joven, bella y voluptuosa.

Similar a la Magdalena de Florencia es la que se conserva en una colección particular de Roma, solo que en este caso mira al espectador, a quien además llama la atención con el dedo índice. Además de compartir rasgos fisonómicos, ambas visten ricas ropas confeccionadas según la moda de su tiempo. Y es que el arte del Seiscientos florentino fue uno de los más lujosos de todos los tiempos, y la suntuosidad era del todo normal porque debía satisfacer el gusto de los Médici, por entonces los clientes más ricos y refinados de Europa.

 

 

FUENTES: PACCIAROTTI, Giuseppe. La Pintura Barroca en Italia, Madrid, 2000, p. 357.

 

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