FRANCISCO CAMILO (V)
PLANETAS

Con información de Ángel Aterido


 

 

La primera biografía de Francisco Camilo por Lázaro Díaz del Valle, un amigo del artista, destacó sus habilidades creativas, incluyendo la de gran narrador de historias y experto en mitologías. La intención de Díaz del Valle era enfatizar la formación humanística del artista y sus habilidades para abordar temas inusuales en el Siglo de Oro madrileño, ya que las fábulas clásicas y los mitos grecorromanos de la Antigüedad solo se representan en los círculos de la Corte. La innovadora y sorprendente obra Alegoría de los Planetas (imagen superior) es el ejemplo más perfecto de dicha faceta de Camilo señalada por Díaz del Valle. Se trata de una pieza que une de manera armoniosa los dioses paganos con los orígenes cristianos del pecado, en una fusión que es no solo característica de su tiempo, sino también del enfoque particular del artista.

La única conexión documentada entre Camilo y los temas mitológicos son las más de catorce escenas al fresco que pintó sobre las Metamorfosis de Ovidio para la galería de poniente del Alcázar madrileño. Por tanto, este oleo sobre lienzo (81,3 x 63,5 cm) debe asociarse directamente con ellas. Es una pintura muy importante por su dinamismo y colorido, por el infrecuente asunto que trata y por ser una especie de testimonio de los proyectos reales para los Habsburgo, rememorando la apariencia que esos murales debían haber tenido durante las primeras décadas del reinado de Felipe IV, aunque la obra que nos ocupa fue pintada entre 1641 y 1643.

A juzgar por la organización de las figuras y su disposición, este lienzo parece recrear el motivo central de la decoración de un techo. La perspectiva sugiere un "quadro riportatto", que posteriormente ha sido rodeado por un borde decorativo ficticio. Teniendo en cuenta el preciso acabado, debe tratarse de un modelo de presentación para la aprobación del cliente más allá del mero boceto. Por lo tanto, registra la versión final decidida por Camilo después de un estudio inicial de la composición en general y de cada figura individualmente. De ahí la firma del autor en la pintura, lo que habría sido sorprendente en el caso de un mero estudio preparatorio.

El cuadro muestra una sorprendente combinación de dioses clásicos y de las figuras cristianas de Adán y Eva. Las divinidades romanas que forman una elipse alrededor del paraíso judeo-cristiano personifican los siete planetas del sistema ptolemaico, vigente en el barroco español: Júpiter, Apolo (el Sol), Venus, Mercurio, Diana (la Luna), Marte y Saturno giran alrededor de la Tierra, que es el centro del universo y aparece como un acto de creación divina (Génesis), fiel reflejo de la ortodoxia católica.

Esta combinación armoniosa de lo pagano y el cristiano con el fin de visualizar la esfera celeste era común en Europa desde la Edad Media, aunque se desarrolló plenamente en el Renacimiento. Un ejemplo español muy conocido es la representación de los planetas, a través de sus correspondientes dioses, en la puerta de la Iglesia de San Salvador en Úbeda (Jaén), un edificio construido por el secretario de Carlos V, Francisco de los Cobos, en un contexto cortesano comparable a la de los departamentos del Alcázar tan solo un siglo después. En el antiguo dormitorio de Felipe II, que se encontraba al norte de la galería de poniente, Gaspar Becerra había pintado un techo con los Cuatro Elementos, un tema con clara influencia mitológica y, sin lugar a dudas, un precedente para los orígenes de la presente obra de Camilo.

Al igual que sucedió con las Metamorfosis, lo que provocó las quejas de Felipe IV, la figura de Júpiter en esta obra se asemeja a la de Cristo; concretamente, al Cristo del boceto para el lienzo a gran escala de San Carlos Borromeo intercediendo por las Víctimas de la Peste en Milán. El gesto vigoroso de Jesús con el rayo parece más una demostración de fuerza olímpica que el grácil vuelo del rey de los dioses; en ambos casos, están sentados a horcajadas en el eje principal de la composición, aunque la desnudez de Júpiter es iconográficamente más apropiada al contexto. Años más tarde, Camilo volvería a este concepto poderosamente similar con el Cristo entre truenos que vuela sobre su espléndida Conversión de San Pablo (imagen inferior, 1667), obra del Museo de Segovia, originalmente realizada como lienzo principal para el retablo mayor del templo segoviano de San Pablo, que parte de la estampa del grabador Schelte à Bolswert sobre la famosa composición de Rubens destruida en 1945. Del mismo modo, la figura de Diana en la esquina inferior izquierda posee semejanzas en la curva de su cuerpo con el ya comentado San Jerónimo flagelado por los Ángeles del Prado.

La Alegoría de los Planetas muestra los típicos grafismos del pintor: efecto esponjoso, atmósferas con nubes que recuerdan la textura del algodón, vibrante pincelada, luminosa y atractiva, ojos ligeramente oblicuos, suaves expresiones, etcétera. Se trata además de una creación marcada por un profundo simbolismo, siendo la primera en su género dentro de la trayectoria de Camilo, que repetiría en la espléndida alegoría de la vanidad analizada en la entrega anterior, en el retrato-jeroglífico de Palafox grabado por Pedro de Villafranca en 1665 y en la también estudiada alegoría que se conserva en el Museo Cerralbo.

Por último, comentar que la Alegoría de los Planetas de Camilo muestra también probables influencias en su composición del Paraíso y los Cuatro Elementos, tabla flamenca de Denis van Alsloot y Hendrick de Clerck de la que existen versiones en el Museo del Prado (hacia 1606-1609, procedente del Escorial) en la Alte Pinakothek de Múnich y en colecciones privadas. Por su parte, el grupo de Adán y Eva está muy cercano al grabado Omnes Moriuntur atribuido a Carracci por Bohlin, especialmente en las poses, fisonomía y gestos de las figuras.

 

 

FUENTES: ATERIDO FERNÁNDEZ, Ángel. Allegory of the Planets, www.galeriacaylus.com; COLLAR DE CÁCERES, Fernando. Conversión de San Pablo, Museo de Segovia, octubre de 2013.

 

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