VISIÓN ARTÍSTICA DE SAN FRANCISCO DE BORJA
PEDRO LABORIA

15/01/2022


 

 

Algunos santos han sido objeto de monografías muy detalladas, acerca de la formación y el desarrollo de su iconografía, que resultan de gran valor y utilidad para la historia del arte. Este, desgraciadamente, no ha sido el caso de San Francisco de Borja (Gandía, Valencia, 1510 - Roma, 1572), quien fuera beatificado por Urbano VIII Barberini en 1624 y finalmente canonizado por Clemente X Altieri en 1671. Francisco de Borja fue un noble de alta posición y tuvo un papel muy destacado al servicio del emperador Carlos V. En su vida religiosa logró el máximo reconocimiento dentro de la orden jesuita, pero como santo no llegó a ser especialmente popular ni considerado milagroso, lo que ha marcado, en negativo, su fortuna iconográfica hasta el día de hoy.

 

 

Por contra, el santo de Gandía sí ha tenido una fortuna hagiográfica muy positiva. Las biografias fundamentales sobre el personaje son tres: la de Pedro de Ribadeneyra, "Vida del padre Francisco de Borja", publicada por primera vez en Madrid en 1592; la de Juan Eusebio Nieremberg, "Vida del santo Padre y gran siervo de Dios el beato Francisco de Borja" (Madrid, 1644), y finalmente la más detallada, "La heroyca vida, virtudes y milagros del grande San Francisco de Borja", del también jesuita Álvaro Cienfuegos (Madrid, 1702).

Su rostro en la etapa final de su vida nos es muy conocido. Justo después de su deceso se hizo una mascarilla funeraria en cera o yeso, de la que afortunadamente se hicieron copias, pues la original se perdió en 1931, en el incendio de la casa profesa de Madrid. Conocemos la copia romana antigua conservada en la iglesia del Gesù en Roma y otras dos copias depositadas en Loyola y en el Palacio Ducal de Gandía.

Como es lógico, la verdadera difusión de su imagen se debe a la estampa. Las primeras ediciones españolas de la biografía escrita por Ribadeneyra no llevaban ningún retrato, mientras que sí figuran en la versión italiana publicada en Roma en 1596 (imagen superior) y la latina del mismo año, impresa también en Roma. Se trata de dos versiones distintas hechas por dos grabadores anónimos, pero que claramente parten de un mismo modelo, la máscara mortuoria, puesto que el santo, por humildad, no aceptó nunca de ser retratado en vida, tal como lo recogen sus biógrafos. En la primera imagen ya encontramos dos de los atributos habituales del personaje: la corona ducal invertida como símbolo de la renuncia a su condición nobiliaria para ser investido jesuita, y la visión del cáliz y la sagrada forma como metáfora de su singular devoción por el sacramento de la eucaristía.

El llamado "altar de los tres franciscos" del templo de San Ignacio en Bogotá se halla presidido por una representación escultórica de San Francisco de Borja, obra maestra del escultor Pedro Laboria, de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), activo durante el siglo XVIII entre Nueva Granada y Cádiz. Los otros dos "franciscos" del retablo que ocupan sus nichos laterales son San Francisco de Asís y San Francisco de Sales.

La escultura del antiguo duque de Gandía y Virrey de Cataluña que renunció al mundo y llegó a ser tercer General de la Compañía de Jesús es una de las obras más bellas que pueden verse en Bogotá. Es una admirable imagen, llena de vitalidad y dinamismo, en donde el roquete del santo parece volar, y la figura, llena de patético ascetismo, pretende ascender hacia la eternidad. Su rostro reproduce fielmente las mencionadas estampas. El pie derecho pisa con fuerza la corona nobiliaria, el capelo, la capa de caballero de Santiago y la mitra, símbolo de aquellos aspectos de la vida que San Francisco de Borja rechazó en búsqueda de la perfección. El santo sostiene en su mano izquierda una cruz y en la derecha una calavera, que de ordinario, en otras esculturas del santo, lleva una corona real y alude a un hecho decisivo en la vida del duque de Gandía.

Firmada pero no fechada, sin duda obra cumbre entre las esculturas de bulto salidas del obrador de Laboria, es posible que la ejecución de este San Francisco de Borja tuviera lugar hacia 1743, cuando fue vuelto a proclamar, como lo había sido en 1625, protector de Santafé frente a los terremotos. Ese año, el 18 de octubre, la capital había quedado seriamente dañada por un seísmo que ocasionó ruinas incontables en conventos e iglesias, aparte del caserío. Quizás fuera entonces cuando se decide entronizarlo en un altar.

El culto a San Francisco de Borja cobra impulso a partir de 1625, cuando se celebraron importantes fiestas en Santafé con motivo de su beatificación, organizadas por el presidente de la Real Audiencia, Juan de Borja y Armendia (1564-1628), nieto del IV duque de Gandía, San Francisco de Borja.

Sorprende en esta escultura de Laboria, según da a entender el estudio de Álvarez y Rozo, que los vuelos y pliegues tan complejos de manto, estola y otros elementos, se encuentren tallados en lo que parece ser madera de caoba, prescindiendo por completo de las telas encoladas, a pesar de su fácil y cómodo trabajo. El influjo berniniano se manifesta en la vistosa peana, donde se integran los elementos honoríficos y los éxitos militares y mundanos denostados. Esta acumulación simbólica es habitual en las esculturas barrocas genovesas.

Por último, señalamos también la riqueza del estofado de la estola y de la cenefa de la sotana, expresando uno de los rasgos distintivos del buen hacer de Pedro Laboria.

 

 

FUENTES

BASSEGODA I HUGAS, Bonaventura. "La iconografia de sant Francesc de Borja. Una primera aproximació a partir de l'estampa", en Revista Borja, nº 4, Institut Internacional d'Estudis Borgians, 2013, pp. 407-409.

ARELLANO, Fernando. El Arte Hispanoamericano, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1988, p. 327.

HERRERA GARCÍA, Francisco Javier. "Pedro Laboria y la teatralidad elocuente en la escultura barroca bogotana", en El triunfo del barroco en la escultura andaluza e hispanoamericana, Servicio de Publicaciones en la Universidad de Granada, 2018, pp. 517-519.

 

 

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