LOS COFRADES DE BUENA VOLUNTAD

Jesús Abades


 

 

Muchos me preguntan a qué espécimen social me refiero cuando echo mano de esta expresión. Mi respuesta es sincera y clara: aquel que ve el panorama desde su estatura, no desde la altura en la que sus titulares contemplan al espectador dentro de su camarín o sobre su trono procesional. Quizás por ello, entre tanto fariseísmo, lapidación ajena y alabanzas envenenadas, frecuentes en su entorno, el cofrade de buena voluntad sea el que mantiene la cabeza sobre sus hombros, los pies en la tierra y la mente despejada.

Tanto por mi curiosidad como por mi distanciamiento -contra lo que pueda parecer, no soy cofrade-, he podido contemplar el cotarro capillita de varias ciudades con cierta objetividad, y siempre he llegado a la conclusión de que los cofrades de buena voluntad no solo muestran una gran honradez en su labor sino también una educación heredada, bien de su gusto por el arte, bien de su espíritu de hermandad, o bien de su desmedido afán por conocer, lo cual lleva consigo habitualmente un desmedido afán por el respeto.

Estos hombres y mujeres, por lo general perspicaces, brillantes en lo que emprenden y coherentes en sus decisiones, son lamentablemente una minoría en muchos lugares donde se ven incomprendidos, cuando no arrinconados, por quienes han hecho del maligno paletismo su elemento. Frecuentemente, un motivo de crítica hacia ellos es que no pocos disocien sin problemas la sincera emoción ante una imagen y/o cofradía de la vida estrictamente acorde a los preceptos eclesiásticos, conducta popular en la idiosincrasia andaluza desde hace siglos aunque un sector capirotero parece haberlo olvidado.

En estas fechas donde los nazarenos han pasado a mejor vida hasta el próximo año y es tiempo de rematar nuevos proyectos tras una Semana Santa plagada de mp3 y decisiones erróneas, la mayoría de ellas por culpa de la lluvia, el cofrade de buena voluntad, además de optimista pertinaz, ni tira la toalla ni permite que nadie de su hermandad la tire, aunque la junta de gobierno esté llena de sombrones que sólo tienen las neuronas afiladas para fabricar cizaña. Al cofrade de buena voluntad no le gusta la manipulación para convencer, y utiliza su cultura y su buen entendimiento para hacer pensar, reflexionar y, de paso, disfrutar.

Quizás lo mejor de los cofrades de buena voluntad es que transmiten a sus hermanos cofrades su forma de estar, pese a que en algunos casos las cabras siempre tiren al monte. Suelen ser también gente que valen para todo y con la que es difícil aburrirse. A un servidor, por lo menos, su lucidez y honestidad le llevan de calle, y no puede sacar otra conclusión que, si el resto de la nazarenía pensara como ellos, aunque fuese al 50 por ciento, todos comprenderíamos mejor que no se puede ser un buen cofrade sin ser antes una buena persona.

 

Acceso a El Cabildo

Escrito publicado en El Cabildo

 

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