EL IDEAL DE LAS TRES D

Jesús Abades


 

 

El próximo domingo, una señora llamada Sonia Alías Marín se pondrá bajo unas trabajaderas para sacar a la calle la nueva imagen del Niño Jesús de Praga desde la iglesia hispalense del Santo Ángel, lo que la convertirá en la primera mujer costalera de Sevilla. Sin lugar a dudas, será el 28 de enero un día histórico para la ciudad, tanto por ser la primera procesión de Gloria del año como por estar íntegramente organizada por niños, pero sobre todo por haberse alcanzado un avance decisivo para la igualdad de género en un entorno no precisamente proclive a ello. Alías Marín, curtida como costalera en la pionera Córdoba, dice que seguirá luchando para llegar a la Carrera Oficial sevillana debajo de un palio. Espero y deseo de todo corazón que lo consiga.

Para un buen puñado de entidades católicas, se supone que las mujeres, si son mujeres modelos perfectas, no deben tener convicciones políticas, sus inquietudes sociales deben ser siempre más escasas que las del varón y, aunque sea tirar piedras sobre su propio tejado, no deben manifestar públicamente su fe en lugares como el cortejo de una cofradía de Semana Santa, que es suya también por su condición de hermana.

No cabe duda que en muchas de estas asociaciones rige la máxima de las Tres Des para las mujeres: discretas, distinguidas y distantes, interpretado ello en el seno de la asociación como limpiadoras, vestidoras -cada vez menos-, bordadoras -en el 90% de los casos dirigidas por un hombre-, floristas o modistas. Tareas fundamentales y de enorme dignidad, desde luego, pero nada de decisiones importantes, la debacle si se cuestiona la nazarenía y poco menos que los gritos clamando carbón ardiendo en el sitio de su pecado, cual Bernarda Alba, si se sacan temas como la mujer costalera, acólita o pertiguera. Seguro que, en el caso de Sonia, muchos habrán tenido que ir corriendo a Pañíllez y Trapájez para reponer material ante tanta vestidura rasgada.

Ante la feliz noticia de la primera mujer costalera, resulta rocambolesco enterarse que una famosa hermandad de la Madrugada sevillana someterá a cabildo extraordinario entre sus hermanos, dos días antes de la procesión del Niño de Praga, el derecho de la mujer a poder realizar estación de penitencia. Dicho de otro modo más directo, tendrá lugar un viernes cualquiera del siglo XXI una votación en una corporación religiosa para que sus afiliados, hombres y mujeres, decidan si éstas últimas pueden acompañar o no a sus titulares en la calle.

Esta noticia imposible conlleva muchas lecturas, aunque yo personalmente prefiero quedarme con la que afirma y confirma que, pese a la tan proclamada paridad de género, la vida cotidiana de la mujer en nuestro miserable mundo sigue siendo feudal, salvaje y en estado de explotación perpetua. Si en tantos y tantos países islámicos casi todas las mujeres son invisibles bultos negros para acarrear la carga, producir hijos, recibir palizas o sufrir el repudio desnudas y abandonadas en la calle, cuando no muertas, en nuestro país ponemos nuestro granito de arena en el asesinato y/o el maltrato con la violencia de género, así como en la marginación social con conductas discriminatorias invocando libros de reglas absurdos de puro oscurantistas y medievales.

 

 

Da la casualidad que, si no fuera por tan indignante postura, la hermandad sería perfecta en todos los aspectos que entraña su papel. Da ejemplar testimonio de penitencia durante todo su recorrido, su cortejo es impecable, posee un patrimonio de campanillas, la labor que realiza en muchos ámbitos es admirable... Y así horas y horas de célebres hazañas con la contraproducente incoherencia, sin que muchos sean capaces de calibrarla, del veto a la mujer al tiempo que una divinidad femenina se halla entronizada en su altar de cultos.

Lo peor de todo este asunto cofrade -o kofraude, mejor dicho- es que un buen puñado de voces aseguran que el NO es un resultado más que probable del vergonzante cabildo. En lugar de obviar normas intranscendentes, atrasadas e hipócritas, cabe la gran posibilidad de que sigan rindiéndoles culto, y es terrible que ello proceda tanto del sexo masculino, como del femenino.

El hombre siempre ha sido un lobo para el hombre, de igual forma que, en no pocos casos, la mujer siempre ha sido una represora para la mujer a lo largo de la historia, y me temo que, independientemente de lo que arrojen los votos, en el seno de muchas familias de la hermandad seguirá existiendo la tradición de inculcar a la mujer la no conveniencia de acompañar a sus titulares en la estación de penitencia, algo que sigue ocurriendo en muchas otras que en su día dijeron SÍ a través de sus domésticas urnas.

En cualquier caso, ya sea en las cofradías de Sevilla, Málaga o cualquier otra ciudad del planeta, no deja de resultar estridente que algunos de quienes propugnan con fervor argumentos notoriamente vejatorios para la condición femenina se erijan públicamente en varales maestros de la historia y las artes o candeleros del costal y la corneta. Y entiéndame, no quiero decir que estos personajes -tan intolerantes para quienes les llevan la contraria que hasta los sectores afines de su cofradía los apartan por ofensivos- no sean tremendamente válidos en el resto de sus cuestiones vitales ni mucho menos que no puedan expresar en un medio su opinión, siempre que no se vea acompañada del insulto hacia el criterio ajeno -cosa en la que incurren frecuentemente-, sino que, por mucho que alardeen de lo contrario, no representan en absoluto a una colectividad donde la evolución sigue su curso y la mentalidad cada vez está más alejada de sus límitadas cuadrículas.

De todo ello podríamos deducir que, en algunos círculos capillitas, llevar a la práctica las convicciones es cosa de hombres y de mujeres de baja estofa, vulgares imitadoras del sexo fuerte que deberían estar alejadas a tres metros, como mínimo, de la túnica y el capirote para parecerse al ideal de las Tres Des. De cara al 26 de enero se aduce chantaje y coacción en la toma de decisiones por el Arzobispado, y se acusa a éste de moverse por intereses muy alejados al deseo de alcanzar la igualdad de género en las cofradías, algo en lo que podrían llevar gran parte de razón si tenemos en cuenta el carácter machista y patriarcal de una Iglesia Católica donde, entre infinidad de escollos, se prohibe a la mujer alcanzar el sacerdocio. Pero eso es otra historia.

 

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