SOBRE EL ESCULTOR ANTONIO INFANTE REINA

Jesús Abades y Sergio Cabaco


 

 

A raíz de un artículo publicado sobre el escultor Antonio Infante Reina en el último boletín de la Hermandad Sacramental de Pasión, de la capital onubense, en La Hornacina queremos realizar una serie de aclaraciones, sin acritud ni intenciones aleccionadoras por nuestra parte.

No sabemos si fue el primer estudioso en realizar tal afirmación, pero el dato de la autoría que figura en la ficha dedicada a la cofradía nos lo descubre el imaginero, restaurador y docente académico Juan Manuel Miñarro López, quien asevera que el titular cristífero de la cofradía onubense no es obra de Antonio Infante Reina (llamado también Infantes por algunos historiadores), sino del imaginero sevillano José Rivera García. Precisamente, dicha afirmación fue realizada por Juan Manuel Miñarro con motivo de la intervención que él mismo acomete, hace algunos años, en el Nazareno de Pasión y no sólo es confirmada posteriormente por el propio artista repetidas veces, sino por varios miembros de la hermandad que recibieron idéntico informe al realizar un seguimiento de la restauración en su taller.

Por tanto, en La Hornacina lo que hemos hecho al respecto es compartir la afirmación de Juan Manuel Miñarro, recogida por la propia cofradía, que no por apartarse de la opinión tradicional debe tomarse como inválida, y a la que, pese a quien pese, seguimos apoyando. Ello obedece tanto al crédito que nos merece una fuente de dilatada experiencia en la investigación de la imaginería como, efectivamente, a las indudables analogías que ofrece la talla con otras sobre la misma iconografía que han salido de las manos del escultor José Rivera, caso del gaditano Nazareno del Amor o del que recibe culto en Aracena (Huelva).

De otra parte, si se lee detenidamente la ficha de la hermandad, además de lo anterior tampoco descartamos una ejecución compartida entre los dos escultores, hecho documentado y catalogado en varios encargos por la vinculación existente entre ambos. Tampoco estaríamos ante el primer supuesto, sobre todo en la imaginería realizada en la posguerra, de hechuras contratadas por un escultor y ejecutadas por otro cercano (véanse los casos de Antonio Castillo Lastrucci y Rafael Barbero Medina o, siglos atrás, de Amaro Vázquez y Pedro de la Cueva), ni ante la primera participación no reconocida en la ejecución de una talla (Antonio León Ortega nunca admitió la suya en la del onubense Crucificado de la Buena Muerte, a pesar de ser fundamental en la misma), como hubiera podido hacer José Rivera García, cuya formación en el arte de la escultura tuvo lugar en el taller de Francisco Marco Díaz Pintado, con su colega Antonio Infante Reina; escultor, por otro lado, discreto y oscuro al que sólo se le conocen tareas de restauración con criterios muy distintos de los habituales, labores de tallista y encargos menores bastante alejados de la envergadura que abordaría Rivera a lo largo de su carrera.

Por último, puntualizar, en el caso de que exista alguna duda, que en La Hornacina toda la información referente a la escultura religiosa, y a cualquier otro ámbito artístico a tratar, es debidamente analizada, documentada y contrastada; requisito imprescindible para todo medio que pretenda dedicarse con rigor y honestidad al tema. Si hiciéramos caso de la aventurada rumorología que, desde tiempo inmemorial, circula por los circuitos cofrades, hubiéramos incluido, por ejemplo, en la ficha de la hermandad onubense de Pasión que la titular mariana va a ser reemplazada por una Dolorosa moderna del escultor sevillano Luis Álvarez Duarte o que, tras la discutida restauración efectuada por Manuel Tobaja Villegas, sus cejas fueron repintadas por un miembro de la cofradía. Y no, no es ni nuestra política ni nuestro estilo.

 

 

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