EL CRISTO DE ALONSO CANO QUE HA SIDO ARREBATADO A PIEDRAHÍTA (ÁVILA)

Víctor Hem May (29/10/2023)


 

 

Tengo casi cuatrocientos años. Fui concebido una noche en una celda del Monasterio de la Madre de Dios de Piedrahíta, aunque nací lejos de esa villa castellana. Nací en la ciudad de Granada. Mi padre fue un famoso pintor, Alonso Cano se llamaba. Todos estos años los he pasado en ese monasterio castellano, aunque cambié en más de una ocasión de ubicación o lugar donde yo pasaba mis días: la iglesia o capilla del monasterio, y en estos últimos años, el coro de dicha capilla. Mi nombre es Jesús de la Humildad y Paciencia, aunque todos me conocen por "el Granadino", por la ciudad donde fui creado, la lejana Granada.

Durante estos, casi, cuatrocientos años, he compartido muchas penas, pero también muchas alegrías de los vecinos de esta villa castellana. He compartido con mis vecinos guerras, convulsiones políticas, revoluciones, pero también el silencio y el vacío de la despoblación de un pueblo que, poco a poco, se va vaciando. Y en el mes de septiembre, compartía vuestra alegría cuando pasaba la Virgen de la Vega por la plaza y junto a los muros de mi morada.

Yo ya era uno más del pueblo. Me cuidaban mujeres que habían ofrecido su vida a mi padre Dios, las carmelitas calzadas. Sus voces me despertaban cada mañana con el canto de laudes, y me deseaban las buenas noches con el canto de completas, entre medias: vísperas, tercia, nona y la misa de cada día.

Viví momentos de temor por las religiosas y por el pueblo, como aquellos convulsos años de 1800, cuando un ejército llegado desde Francia, subyugó Piedrahíta, saqueó mi hogar, pero a mí me respetó, colgado de los muros del templo... ¡Los franceses de Napoleón me respetaron!

En el reinado de Isabel II, las desamortizaciones acabaron con el convento de los padres dominicos, como oía a los vecinos comentar tras los muros del templo, cuando pasaban por las calles que bordean mi hogar: la plaza del Carmen, la calle Pilillas, o la ahora calle Alhóndiga. Se perdieron en aquellos años muchas obras de arte, pero yo continué en mi hogar, esperando la visita de mis vecinos... ¡El convulso siglo XIX me respetó y respetó mi hogar!

Entre 1931 y 1939, oía a las madres llorar ante mí, con miedo, por las noticias que llegaban de otras ciudades y pueblos donde se quemaron iglesias, obras de arte, pero a mi hogar y a mí se nos respetó... ¡Aquellos terribles días me respetaron!

Pero llegó un septiembre, de un no muy lejano 2012, y contemplé asustado -fue la primera vez, en estos cuatrocientos años, que he tenido miedo- los fríos y calculadores ojos de una religiosa, o eso decía ella, que al verme por primera vez, no oró, sino que pensó en el valor que podía tener este humilde Cristo. No buscó el contacto con el Padre a través de mi imagen, sino pensó en el beneficio económico que podía obtener de mí. Sentí lo mismo que en el huerto al ver la mirada fría y sentir el peso de las monedas en la bolsa de Judas, que también decía ser uno de los míos.

Pasó un año, y en septiembre el silencio pobló mi hogar. Las religiosas, mis compañeras, mis cuidadoras, se fueron del convento. Muchas eran demasiado mayores para vivir en este lugar. Fueron tres meses de silencio, de soledad, pero una nueva comunidad llenó con sus voces y oraciones mi vida. Volví a sentirme feliz.

Hasta una mañana de octubre, para más señas el día 12, cuando volví a sentir aquella mirada, y vi con terror, como aquella, como Judas, acompañada de otros, venía a cumplir su amenaza, su traición. Venía a por mí. El pueblo, mi pueblo, se echó a la calle. Sonaron las campanas, anunciando a los vecinos lo que estaba pasando en el coro, entonces vacío de oraciones y repleto de intereses económicos. Me envolvieron en plásticos y me metieron en una caja, mientras la indignación de los vecinos crecía. No entendían como yo podía alejarme de nuestro pueblo, de sus vidas. Gritaban pidiendo clemencia a aquellos hombres y mujeres, pero sus corazones de piedra no querían más que sacarme de allí. Lo que respetaron las tropas francesas, los hombres del siglo XIX, los republicanos... no lo respetó un grupo, que, con hábitos carmelitas, una fría noche me sacaron de mi hogar.

Sé que mi pueblo no me ha abandonado, que sigue luchando por mi vuelta. Sólo os digo que penséis que, aun en la lejanía, yo os ayudo. Que muy pronto, espero, que estos ambiciosos corazones, gracias a la Justicia, me devuelvan a mi pueblo, para estar otra vez entre vosotros, siendo como siempre he sido vuestro "Cristo Granadino".

 

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