EL PATRIMONIO MUNDIAL A LA DERIVA

Jesús Abades (24/04/2016)


 

 

La demolición del patrimonio mundial sigue en marcha. El extremismo islámico se ceba con los tesoros milenarios de Siria e Irak mientras Europa se depura de quienes, aterrorizados, huyen de la barbarie, el hambre y el genocidio. Hace unos días, Bartosz Markowski y otros expertos de la cada vez más opresora Polonia (uno de los países más maltratados del mundo, actualmente en pleno proceso de desmemorización) explicaban desalentados la situación de Palmira tras diez meses de expolio, bombardeos y martillazos.

Personas como Markowski y sus colegas son un refugio dentro de la actual sociedad polaca; de hecho, muchas veces uno se pregunta, viendo el creciente fascismo de la Europa del Este (de aquellos polvos del siglo XX vinieron estos lodos del XXI), si muchos de sus territorios solo han servido para apuntalar históricamente la degradación del viejo continente. Una Europa nada ejemplar, siempre convulsa y desabrida, con la humillada Grecia como simiente; capaz de mutar en feroz antesala de un Oriente Medio que, con Turquía como segurata jenízaro, es un derribo que provoca la carcajada de Estados Unidos.

Pero Oriente Medio no tiene la exclusiva a la hora de despedazar el legado histórico. También en Europa, África y América se procura borrar del mapa joyas míticas del arte que hoy son (mal) vistas como símbolos adversos a los que hay que aniquilar. El fenómeno es viral e imparable, venga del cauce destructor que venga. Consiste en deshacer lo bello, dar aberrantes pretextos (cuando los dan) para justificar el terrorismo patrimonial (en nombre de Dios, Alá o el amigo imaginario de turno) y desplegar maniobras para intentar limar errores e imprevistos (que los hay y muchos) de cara a un espectador inteligente que busca la verdad en los pocos oasis informativos, digitales en su gran mayoría, disidentes de gacetas mercenarias.

El mundo siempre ha sido un negocio mezquino, y el poder que repta entre bancos, gobiernos y empresas continúa envileciéndose para mantener sus poltronas a costa de lo que sea y de quien sea. El patrimonio es un estorbo frágil por el que no hay que preocuparse (lo que no hace la piqueta, ya lo hará el tiempo y el abandono). La civilización actual le vuelve la espalda mientras aporta su sello de reality morboso gracias al adiestramiento del circo mediático. Un reality para vomitar de asco que doblega sibilinamente al diferente (ser diferente hoy es poco menos que no ser corrupto) y que destila clasismo y machismo por los cuatro costados.

La conservación del patrimonio se resquebraja, pero no solo por los meapilas de la Unesco. Otro polaco a extinguir, el periodista Kamil Dabrowa, lamentaba, ante el progresivo exterminio de la libertad de prensa que sufre su país, la insensible respuesta de una juventud fosilizada gracias al móvil, que no se informa ni percibe los siniestros cambios que ocurren a su alrededor, que piensa que su libertad es obvia y que no cree que se la puedan quitar. Una juventud que tampoco sabe de arte porque los poderosos, como bien ha apreciado el filósofo italiano Nuccio Ordine, matan la cultura (y con ella, nuestra consecuente capacidad de reacción) por miedo a la transgresión y por su desinterés hacia todo lo que no sea monetariamente beneficioso.

Pero no solo lo mediocre y lo superficial triunfa en detrimento de la cultura. Mucha gente íntegra abandona. Bien por hartazgo, por decepción, porque le han prometido una cosa y han recibido otra, por no aguantar más subvenciones restrictivas, por la falta de rigor o por las muchas trampas que transforman las piedras en plástico, los jardines en plazas duras o los murales al fresco en morteros monocapas.

Lo peor es que la maquinaria publicitaria de esas gacetas que segregan gomina, suele vendernos a las gentes honestas (y más si salen respondonas) como fracasos personales; muchas veces mediante unas redes sociales que, por otro lado, son el paradigma del pensamiento plural que tanto escasea. Una maquinaria dispuesta a destrozar al valiente y convertir al héroe en villano, empleando incluso comentarios, propios de otras épocas, que ridiculizan el físico, la privacidad o determinadas situaciones particulares; todo para destruir, en este caso no al patrimonio, sino al ciudadano o al colectivo que lo defiende. Quizás piensen que así queda todo muy cervantino. Si hasta lo hacen mientras blanquean en sociedades extranjeras hasta quede muy almodovariano.

 

 
 
La esperanza siempre prevalece. El arco de Palmira destruido en octubre del pasado año 2015 por Daesh (imagen superior) aparece estos días reconstruido piedra a piedra con mármol egipcio y a tamaño natural en Trafalgar Square (Londres) gracias a los expertos del Institute of Digital Archaeology. Si no exactamente como antes, al menos en la memoria de lo que era. Después de Londres, el arco se exhibirá en Nueva York y Dubai antes de viajar a Siria y ser ubicado en Palmira junto al emplazamiento donde estuvo el original.

 

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