LA LIBERTAD INDIVIDUAL DEL ARTISTA. UNA CUESTIÓN INVIOLABLE

Antonio Zambudio Moreno


 

 

En la sociedad actual, en pleno siglo XXI, todavía hay artistas que tallan la inerte madera para componer una escena que sea capaz de transmitir a la gente, por medio de su visionado, unos valores espirituales que van más allá de lo meramente superficial. Todavía es posible, a Dios gracias, encontrar artífices capaces de plasmar dichas virtudes; es más, encontramos hoy día una pléyade de grandes escultores que toman con fuerza la composición plástica de imágenes religiosas. Sí, leemos bien, religiosas. Una cualidad poco común dentro de una sociedad que hace ya mucho tiempo dejó la espiritualidad, la sensibilidad y el idealismo a un lado y muy apartados del camino que ella misma se traza con el devenir del tiempo.

Pero para transmitir todo eso, para emocionar, el artista debe poseer ante todo unas cualidades técnicas, obviamente, pero a su vez debe sentirse liberado de toda presión a fin de poder desarrollar, en base a su inspiración, la obra deseada y válida para el fin que posee. Y sí, digo inspiración, concepto que a muchos parecerá cursi y manido pero que es tan real como la vida misma.

Viene todo ello por las obras procesionales que se estrenaron en la Semana Santa de Murcia durante los últimos dos años. En una ciudad de la tradición escultórica que posee la capital del Segura, eran muy esperadas las realizaciones de estas escenas, ya que son una iconografía novedosa en nuestra Semana Santa y una composición que da pie a llevar a efecto unos pasos espectaculares, grandes "máquinas" al servicio de la transmisión del mensaje que se desea mostrar. ¿El resultado? Decepcionante.

¿Las causas? Desconocidas, ya que el artista que ha llevado a cabo dichas esculturas ha demostrado en multitud de ocasiones un saber hacer, una habilidad, una capacidad para transmitir y una destreza para la consecución de un buen acabado, un buen modelado, una naturalidad y un verismo muy desarrollado. Podrá gustar más o menos, podrá tener más o menos seguidores de sus pautas y modos de actuación en la talla de la madera, pero es obvio que posee unos valores como escultor que están ahí, jalonados por una carrera más que meritoria y prestigiosa. ¿Entonces qué ha ocurrido para que el sentimiento de decepción nos haya impregnado a más de uno estos dos últimos años? Pues sencillamente, que por mucho que se afanen en decirnos lo contrario, el artista, en algún caso, ha trabajado a contrarreloj, con la imperiosa necesidad de marcarse unos plazos muy ajustados, tal vez con la presión por parte de alguno de los comitentes a la hora de establecer hasta el canon a seguir en las imágenes, el tamaño de las mismas, etcétera. La presión, sí la presión, esa que cuando se encarga una talla a un escultor muchos de los representantes de la cofradía en cuestión que lleva a efecto dicho encargo le meten al artista.

Y digo yo, ¿no merece el escultor un respeto? ¿No se le debe dejar trabajar con absoluta libertad sin ningún tipo de cortapisa? ¿No es más lógico actuar así teniendo presente que si te diriges a ese artista directamente es porque confías plenamente en su modo de trabajar? Para el buen arte, el artista debe sentirse libre, sin objeciones, sin un rumbo predeterminado y establecido por terceros. En ese estado es como surge la inspiración, ese punto de inflexión que marca la diferencia entre un modelado adecuado o excesivamente blando, unas expresiones bien logradas o por el contrario frías, unas imágenes capaces de subyugar o únicamente decentes en su composición formal y tan alejadas de la espiritualidad precisa. El artista debe ser libre en su elección, en su idea, en su modo de expresión y, por supuesto, en la plasmación de ese pensamiento abstracto. De lo contrario, nos encontramos con sorpresas desagradables.

 

Nota: La Hornacina no se responsabiliza ni necesariamente
comparte las opiniones vertidas por sus colaboradores en la Web.

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com