VENANCIO BLANCO. UNA HISTORIA DIFERENTE

Jesús Abades y Sergio Cabaco (26/02/2018)


 

 

Hoy hace justo dos meses que hablábamos con Nuria Urbano, directora de la Fundación dedicada a difundir y tutelar la prolífica obra de Venancio Blanco. El motivo fue Procesos escultóricos, la última muestra del escultor, y nuestro propósito, realizar un reportaje en Salamanca, sede de la exposición, sobre una obra suya en concreto, como hacemos con un buen número de artistas en activo.

Procesos escultóricos, aún en exhibición en la sala salmantina de Santo Domingo de la Cruz, gira en torno a la escultura de Jesús yacente titulada Cristo vuelve a la vida (1991) -obra, por cierto, que en una macroencuesta sobre imaginería que realizamos hace ya algunos años se incluyó como una de las mejores esculturas sacras de la historia-, siendo Cristo vuelve al Padre (2017), la última creación de Venancio Blanco, una reinterpretación de la anterior. Nos surgieron dudas, ya que con ese mismo título creíamos recordar que se presentó hace dos años una figura del artista en otra exposición, no teniendo la total certeza de que ambas fueran diferentes.

Nuria, muy amablemente como siempre, nos informó que Procesos escultóricos giraba en torno al proceso escultórico de la obra en madera de 1991 -sus bocetos, la ampliación del boceto elegido en escayola y su traslado a la madera-, y nos aclaró, respecto a la pieza más reciente de 2017, que se trataba de una versión basada en el grupo escultórico propiedad de la Fundación Mapfre, que nosotros pudimos ver en 2015, en la iglesia de San Juan en Alba de Tormes, con motivo de la exposición organizada por Las Edades del Hombre en torno a la figura de Santa Teresa. La obra expuesta en la Sala de Santo Domingo, según Nuria, es propiedad de la Fundación Venancio Blanco, y presenta ligeras variaciones respecto a la de 2015 en la actitud de la figura de Jesús y en la terminación, pero ambas partieron del mismo modelo de 1991.

Hace cuatro días, organizando entre otros objetivos a corto plazo los preparativos del mencionado reportaje, nos cae como un mazazo la noticia del fallecimiento de Venancio Blanco, pese a que su estado de salud era frágil desde hace tiempo. Cierto es que nos queda su legado y, a título personal, el orgullo de haber publicado numerosas exposiciones y eventos relacionados con su trayectoria, pero también la tristeza de no haber podido abordar su obra en activo con una creación que, probablemente, hubiera sido póstuma.

Respecto al maestro, poco podemos decir que no hayamos ya dicho en La Hornacina sobre uno de los pilares de la escultura española tal y como hoy lo conocemos. Venancio Blanco fue uno de los abrazos más interesantes que ha recibido la imaginería a nivel técnico e interpretativo. Con una figuración bastante frugal, era el público el que marcaba el objetivo de unos santos que raras veces miraban a los ojos. A través de diferentes perspectivas estéticas, el autor conseguía enlazar esculturas de exquisita sencillez y rica simbología en las que cada arista, cada gesto, cada pliegue, cada movimiento era, simplemente, el que tenía que ser.

Empleando siempre un enfoque comprometido y humilde, el artista salmantino nos propuso un sentido debate interno sobre la fe cristiana, sobre la Pasión y la Salvación, la muerte y la vida, la sensibilidad y el amor. Y en estos momentos, no sabríamos decirles si el derecho al eterno recuerdo lo ha ganado Venancio Blanco en función de sus méritos artísticos o de sus buenas acciones, las que siempre deben esperarse de todo buen cristiano.

 

 

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