LUIS ALVAREZ DUARTE. EL CIELO PODÍA ESPERAR

Jesús Abades (15/09/2019)


 

 

Se ha ido demasiado pronto y sin la gran retrospectiva que merecía. Solamente por una trayectoria artística de más de cincuenta años y por haber creado un estilo escultórico vigente durante cinco décadas, a Luis Álvarez Duarte se le debería haber organizado una magna exposición en su Sevilla natal con plena implicación de las instituciones. El tan publicitado evento con dos sedes expositivas, promovido por una voluntariosa hermandad de penitencia, finalmente se frustró hace dos años por falta de patrocinadores, y desde entonces ni flores. Ahora se llevará a cabo a título póstumo con todos los oropeles. Es el trato que España suele dar a sus artistas: bofetadas sin mano en vida, adoración una vez se han ido. Y muchas veces ni esto último.

Escultor para unos, esteta para otros, Luis Álvarez Duarte emprendió desde casi un niño la actividad más importante que haya conocido la imaginería de los últimos tiempos desde diversos puntos de vista, sobre todo durante los años 70, 80 y 90 del pasado siglo, cuando no había cofradía de penitencia que no quisiera tener un titular de Duarte en su cortejo. Lo suyo fue un antes y un después sin contemplaciones.

Artísticamente, contó con el favor de numeroso público y de parte de la crítica, tomando como referente los modelos de sus maestros Antonio Eslava y Francisco Buiza -seguidores a su vez de los clásicos del barroco español- para crear una producción singular y perfectamente reconocible, donde brilló con luz propia desde sus inicios la iconografía de la Dolorosa de vestir hecha para procesionar bajo palio -quintaesencia del arte idealizado que caracteriza la mentalidad andaluza-, restituyéndole de paso la popularidad que los críticos del artificio e incluso algunos de sus compañeros le habían quitado. También el místico Juan de Astorga y el popular semblante de la Esperanza Macarena fueron arquetipos para Duarte. Obras como la Virgen de Guadalupe o el Cristo de la Sed en Sevilla, la Virgen de la Paloma en Málaga, la Virgen de los Dolores en Huelva, la Virgen de las Siete Palabras en Jaén o el Cristo Yacente en Zamora son ya clásicos modernos.

Ello no quiere decir que su trabajo no fuera cuestionado, máxime cuando afectaba a otros; es decir, cuando intervenía tallas ajenas siguiendo la tradición andaluza de artistas como Luis Ortega Brú o el propio Buiza, quienes siempre defendieron que las imágenes debían ser restauradas por los propios imagineros aunque ello fuera a veces con propósitos devocionales e irreversibles, muy alejados de los criterios conservativos y científicos actuales, que, por otro lado, tampoco son siempre el mejor de los aciertos.

Lo que jamás se le ha discutido a Luis Álvarez Duarte es su enorme influencia, tanto entre sus contemporáneos como entre los miembros de generaciones posteriores. Ya sea dentro o fuera de su taller, de forma confesa o no, son multitud los que han tenido sus obras -dolorosas, fundamentalmente- como punto de partida a la hora de construir su lenguaje estético. Una estética que a veces más que propia era un puro remedo, algo que el propio escultor definía como grotesco, pues además de impersonal solía copiar todos sus defectos.

Luis fue también un pionero a nivel mediático. A él se debe que el taller del imaginero dejara el blanco y negro del NO-DO y se metiera de lleno en el color de la por entonces incipiente televisión democrática, no como un mal llamado artesano sino como un artista con mayúsculas, en horario de máxima audiencia y a la altura de otros escultores sacros de renombre como Subirachs o Ávalos, mejor considerados por la naturaleza de sus encargos. Algo hasta la llegada de Luis insólito e impensable en su gremio. En verdad, hubiera sido toda una figura si se hubiese dedicado al mundo del espectáculo -que conocía muy bien y en el que tenía muchas amistades- porque se manejaba como pez en el agua entre cámaras y micrófonos, daba mucho juego en las entrevistas y sabía ser cómplice de todo aquel que jugara en su mismo bando.

Pero si en algo Luis Álvarez Duarte resultó fundamental fue en la dignificación que hizo del imaginero en el plano económico de cara a una clientela que con frecuencia pagaba el arte con raciones de pescaíto frito. Por eso yo le llamaba el Antonio Gala de la imaginería. Si el cordobés de Brazatortas pedía mucho dinero a las instituciones financieras, que solían pagar con ceniceros de cerámica a sus colegas mártires a pesar de disfrazarse de cultas a su costa, Duarte hacía lo mismo con su trabajo incluso si únicamente reportara el cambio de unas pestañas o la restauración de unas manos, cosas por las que los imagineros andaluces no solían ni cobrar ante la promesa, incumplida frecuentemente, de un encargo más relevante. Como vio la precariedad en muchos de los de su gremio por malvender sus esculturas, siempre tuvo claro que lo suyo era trabajar por amor al arte, pero nunca "gratis et amore". Y si acaso lo hacía, era por decisión, nunca por exigencia.

Por todo ello, gracias querido Luis. Y gracias también a título particular por lo generoso que siempre fuiste con La Hornacina, por tus palabras de afecto y ánimo en los momentos más difíciles, por las maravillosas entrevistas que nos concediste y por las largas charlas en tu estudio en las que hablábamos más de cine que de imaginería. Sabías coger el punto desde un primer momento y tocar las teclas oportunas para ganarte al personal.

La última vez que le vi fue hace tres meses en el homenaje del Ayuntamiento de Sevilla a Martínez Montañés por su 450 aniversario. Apenas pudimos saludarnos con tantas prisas y entre tanta gente, y ni le reconocí al principio por la frondosa barba que lucía y que le quedaba como un guante. Tuvo que ser mi querido amigo y compañero David Infante quien me llamara la atención. Puta vida que te llevas a los más carismáticos y a los que aún tienen tantas cosas que expresar. En dicha muestra presentó un Niño Pasionario que, como todas sus obras, gustasen más o menos, robaba las miradas a los presentes. Es otro fragmento de tu prolífico legado, con creaciones en medio mundo, algunas inéditas, que ahora nos toca catalogar con detalle. Y encantados.

 

 

Fotografías de David Infante y Sergio Cabaco

 

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