BELLEZA ROBADA

Armando González Romero y Jesús Abades (12/02/2015)


 

 

El concepto estético del cuerpo humano, y especialmente su rostro, va ligado a los clásicos cánones de belleza. El conocimiento de dichos cánones debería ser obligado para el cirujano facial como lo es para el artista plástico, porque el trabajo de ambos es similar. Sin embargo, no siempre es así en el caso de los cirujanos, porque, aunque recomendable, pocos son los que estudian arte para conocer las proporciones estéticas.

Hay varias características anatómicas que hacen bello un rostro y varios los factores para que sea considerado, por así decirlo, "modélico". El primer factor es el concepto de belleza, variable según la época y la cultura que la aplica. Sin embargo, aunque no sean los mismos valores estéticos para un asiático, un africano o un occidental, la mayoría de los pacientes -mujeres en su gran mayoría, víctimas del patriarcado y el edadismo- buscan unos rasgos propios de los países nórdicos ante la indignante condena estética que siguen soportando físicos como el mediterráneo, el judío o el negroide. Y eso teniendo en cuenta que la mayor sensibilidad y cultura -en líneas generales hablamos- que posee Europa respecto a otros territorios donde mucha gente se deja tentar por el quirófano, caso de países americanos como Estados Unidos, Brasil o Venezuela, no siempre conlleva una utilización más sabia y moderada de la plástica reparadora.

El segundo factor a considerar es que los estándares de belleza han sido establecidos por estetas -masculinos casi todos, misóginos no pocos de ellos- cuyo prestigio ha hecho pública y reconocible una figura, una cara o un objeto de arte en general. Lógicamente, no es lo mismo hablar de artistas plásticos que con sus creaciones han influido en el concepto de belleza y han establecido a través de su estilo un tipo de modelo -en el mundo occidental tenemos a Fidias, Policleto, Praxíteles, Miguel Ángel, Leonardo, Botticelli, Durero, Rodin, Renoir, Modigliani, Picasso o Botero, entre otros maestros-, que hablar de los promotores de modelos y artistas proyectados desde Hollywood o desde los centros de moda y multimedia.

Precisamente, un buen puñado de "narcisos" dispuestos a acabar con la fuente de la eterna juventud -no por destrozar el mito, sino porque piensan bebérsela toda- habitan las hastiadas colinas de Hollywood y viven bajo la persistente amenaza de que una arruga mal hallada o una flaccidez impertinente pueden echar a perder la más meteórica de las carreras. Lo que para la mayoría de los mortales se presenta como una alternativa médica poco asequible cuyo fin es mejorar nuestras fachadas, para tan selecto grupo de celebridades supone una constante liturgia restauradora que garantice, el mayor tiempo posible, la victoria sobre los más terribles de sus enemigos: las cámaras, que todo lo ven y todo lo distorsionan.

Aunque lo anterior pueda parecer superficial, en las últimas décadas son los medios masivos de comunicación los que más han influido en la estética, influenciando el gusto de las masas a través de personajes del cine, televisión y revistas de moda. Son por tanto los publicistas -puede aplicarse a ellos lo mismo que lo dicho para los estetas- quienes imponen en nuestros días una moda o un "modelo" como estándar de belleza, no siempre afortunado y siguiendo, en la mayoría de los casos, un criterio consumista y un propósito económico.

De hecho, el infortunio no se limita ya a los resultados -el estropicio es frecuente, la medicina estética bien hecha es la que no se nota-, ahora se extiende también al atentado de cualquier fundamento quirúrgico: muchas clínicas de tercera regional -hasta en gimnasios se interviene clandestinamente-; jóvenes que con dieciséis años, en pleno desarrollo, moldean narices y pómulos como regalo de cumpleaños; padres que las incitan a hacerlo; empresas que subvencionan a sus empleados tratamientos de bótox -algunas chicas ya se lo inyectan sin haber cumplido los treinta-; campañas de marketing que recuerdan una y otra vez la "infelicidad" de los que deciden no operarse -Emma Thompson llegó a preguntar si tenía que disculparse por haber cumplido los cincuenta sin pasar por el quirófano-, a menudo expuestas de la manera más denigrante posible, etcétera.

Pero la última aberración es seguramente la más espeluznante. Consiste, más o menos, en robar la belleza real y sacrificar tu propia identidad para convertirse en un discípulo contemporáneo de Dorian Gray. Lo vimos hace poco con los actores Rupert Everett y Renée Zellweger y hace unos días con su colega Uma Thurman. Todos tenían poco más de 40 años y mayormente consistió en modificar los ojos, lo suficiente para matar la viveza individual y transformar radicalmente su aspecto. Lo del apuesto Everett y la deliciosa Zellweger clama al cielo, pero con Thurman el público ha quedado realmente conmocionado por sus impactantes facciones perdidas y porque a través de ellas se forjó una de las intérpretes mas talentudas de su generación. Lejos queda en estos casos cualquier acercamiento a la no menos polémica Orlan, la artista multimedia que decidió transgredir los límites del arte filmando sus múltiples intervenciones para, según ella, denunciar las presiones sobre el cuerpo femenino. Los otros tres son pura banalidad fracasada en el vano empeño de una piel adolescente.

Relacionando la belleza facial con su conocimiento estético y su experiencia visual, el especialista debe distinguir, entre miríadas de rostros, aquellos que son bellos, ya sea por su armonía, su simetría o sus perfectas proporciones. Reconocer estas características, preservarlas o, en su caso, corregirlas, es el éxito del pintor, del escultor y del cirujano estético, porque todos ellos son artistas plásticos (de plasmar o modelar) y la única diferencia entre ellos es el material con el que trabajan. Preservar o corregir, ojo, no vaciar ni desfigurar.

 

 

Nota de La Hornacina: Obras de las fotografías del artista británico Jonathan Yeo.
Armando González Romero es médico y profesor titular investigador de medicina en México.

 

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