EL SIMBOLISMO Y EL ARTE RELIGIOSO MODERNO

H. (15/05/2006)


 

 

El gran pintor simbolista cristiano comienza evocando, no sin cierta nostalgia, los principios del movimiento simbolista, tumultuosa protesta contra el naturalismo imperante, reaparición de un idealismo que porque es tan real como todo lo demás, no puede comprimirse impunemente.

El simbolismo fue favorable a la expresión del sentimiento religioso. Indudablemente, el misticismo simbolista no era, a decir verdad, muy ortodoxo. Denis escribe:

 

"Haríamos una mezcla singular de Plotino, de Edgar Allan Poe, de Charles Baudelaire, de Arthur Schopenhauer. Florecían pequeñas revistas teosóficas. Teníamos a Helena Blavatsky, a Joséphin Péladan, a las exposiciones de la Rose Croix. Sufríamos, por último, la influencia de la filosofía alemana que aprendimos en el colegio".

 

Todo eso ha pasado. El affaire Dreyfus dividió a los artistas que fraternizaban en los cenáculos simbolistas en dos campos opuestos. El simbolismo al modificar la concepción de la actitud del artista frente a la naturaleza ha prestado un gran servicio al arte religioso moderno. Veamos cómo.

El simbolismo no es otra cosa que el arte de traducir y provocar estados de alma mediante relaciones de colores y de formas. Esas relaciones inventadas o tomadas de la naturaleza se convierten en los signos o símbolos de esos estados de alma... El artista debe procurar, según la expresión de Azanne, no reproducir la naturaleza, sino represetarla mediante equivalentes plásticos. De aquí se deriva la existencia de correspondencia entre las líneas, las formas y los colores y nuestros estados de alma. Alberto Aurier dijo:

 

"En la naturaleza todo objeto no es más que una idea significada. Si el arte es siempre y en primer lugar la necesaria expresión materializada de una combinación espiritual cualquiera, hay que admitir que únicamente podrá escribir esta expresión el que conozca la significación de los términos empleados. El pintor que desprovisto de esta indispensable facultad, pinta un cuadro, se asemeja al hombre que se entretuviere en juntar al azar palabras de una lengua desconocida falta para él de sentido".

 

El artista, pues, debe traducir ante la naturaleza la emoción que ella le produce. Le es permitido el usar de la metafísica como al poeta. Si un árbol le parece encarnado tiene derecho a pintarlo encarnado. El ilustre pintor reconoce hoy que el sistema daba demasiado a la libertad del artista, que desconocía el respeto a la naturaleza, el espacio que es forzoso conceder a la imitación; pero hay que reconocer que se cerraba "la ventana abierta" por la escuela realista y que se convertía la atención hacia el objeto de arte y sus leyes propias.

Ahora bien: ¿cuáles son las ventajas que esta concepción del arte aporta al arte cristiano? En primer lugar substraerse a la alternativa absurda" (la de lo ideal y lo real sentada por David), ser a la vez decoración y expresión, ornamento y poesía, huir de la perspectiva y la mentira, ser lógico y verídico. En materia de arte religioso es inadmisible la mentira. ¿Qué buscamos en la religión? se pregunta:

 

"Ni una moral, ni un consuelo, ni una música conmovedora, ni el misterio que seduce nuestras íntimas aspiraciones. Buscamos la verdad. Pues bien, en la iglesia no quiero ver nada que no sea verdadero, que no sea sincero... La idea de un engaño, de una hipocresía... y, por lo tanto, la perspectiva, es insoportable para un cristiano".

 

El predicador que nos refiere anécdotas piadosas inventadas de la cruz a la fecha, el cuadro de la iglesia que quiere ser una restitución arqueológica y fotográfica de las escenas de la Escritura, el gótico imitado, el mobiliario de la mayoría de las iglesias modernas, el falso mármol, la plata falsa son otras tantas muestras de ese espíritu de mentira que se ha deslizado en los templos de Dios. Respetemos la sinceridad, la veracidad de las materias, criaturas de Dios. Y respetemos más todavía, la sinceridad de nuestro pensamiento. Evitemos la idolatría, es decir, el culto de nosotros mismos, el culto del artista.

Hay, pues, que llevar a la obra de arte la emoción que la naturaleza nos da. Esto pone al servicio del arte cristiano poderes de sugestión sin límites. Pero, además, el arte así comprendido nos obliga a un esfuerzo de sinceridad que excluye la convención y, por tanto, el academicismo.

Representar, simbolizar nuestras emociones, traducir por la plástica el sentimiento religioso es trabajar sobre nuestro fondo más íntimo, es extraer de los misterios de la vida interior la clara figura de nuestra fe... En vez de un sistema de alegorías o de jeroglíficos frío, banal y cristalizado, en vez de no sé que convencionalismos dulzones, de una imaginería hipócrita y azucarada, en vez de la pintura de historia aplicada a la religión, el artista cristiano debe darnos un arte vivo, sacado de su propio fondo... Adoptar un método semejante, buscar las correspondencias entre los signos plásticos y las modalidades de su propia sensibilidad religiosa es instituir una especie de ascesis, donde veo el mejor producto de la teoría simbolista.

Por medios que se renuevan sin cesar y bajo las múltiples influencias de lugar y tiempo, desde las catacumbas hasta nuestros días, el arte cristiano, siempre vivo, traduce lo esencial de las aspiraciones de cada época. Esta ascesis que pone al servicio de la fe nuestro exceso de sensibilidad ¿no es la forma de arte que conviene al tiempo presente?

 

 

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