NUEVA OBRA DE ANTONIO JESÚS YUSTE NAVARRO

Enrique Centeno González (14/04/2011)


 

Galería de Fotos

 

Después de la incontestable creatividad iconográfica del celebrado Despojado de Cehegín, y de la portentosa composición del Monumento al Nazareno de Cieza, el joven escultor e imaginero Antonio Jesús Yuste Navarro se enfrenta al reto de poner a prueba sus cualidades en el estrecho margen que permite la estampa procesional de Jesús Nazareno, encargado por la Cofradía del Santísimo Cristo del Calvario de Monteagudo (Murcia).

Se trata, probablemente, de la iconografía más incardinada en la esencia misma de la Semana Santa española, que en tantas localidades comenzó su andadura en torno a esa representación devocional de Jesús escarnecido y cabizbajo que carga hacia el Monte Calvario con su Cruz redentora. Y ésa es la primera sorpresa que ofrece esta obra: que no es un es un Nazareno salzillesco, ni mesino. No es -aunque no faltará quien se empeñe en lo contrario- un Nazareno cordobés, ni uno como el que hubiera realizado su maestro, José Antonio Hernández Navarro. El Nazareno de la Mirada es un Yuste Navarro claro, y no es poco mérito predicar eso de la obra de un artista que escasamente ha superado los 25 años de edad.

Una obra inmersa en el contexto artístico de la escuela mediterránea, con grandes autores desde Josep Clarà a Juan González Moreno, cuyo deje clasicista bien puede apreciarse en la estructura morfológica de la cabeza, alargada, de perfiles profundos, muy helénica, con esa disposición de cabellos que prefiere mil veces la prestancia en su caída y la naturalidad de su trazo que la recreación milimétrica de cada guedeja. Un rostro de espléndidas cualidades artísticas, el más sobresaliente, sin duda, de cuantos ha realizado el autor en su incipiente trayectoria.

Más allá de esas reminiscencias, se trata de una imagen muy personal, en la que se reconoce la caligrafía del autor. Empezando por esa deliberada carnalidad, que no se traduce en una contundencia anatómica sino en una marcada flaqueza, la misma que ya definía al Despojado de Cehegín. Sobre su rostro despunta ya la muerte, asomada en los pómulos que enmarcan la cuenca ocular, en lo escuálido de sus rasgos, en esa mejilla destrozada por un golpe, acaso aquél que recibió del escriba del sumo sacerdote. La luz se apaga en sus ojos, de extraordinario poder sugestivo y que atinadamente terminó dando apellido a la advocación. La boca, llamativamente abierta, estremece por la asfixia que demuestra: el Nazareno intenta hablar pero el aire se escapa por la comisura para no volver.

El magisterio con el que Yuste Navarro emplea la policromía, tan prolijo en matices, no busca el efectismo de lo anecdótico sino culminar la elevada tarea de dar vida a la madera convirtiéndola en carne que se retuerce y se muere ante nuestra mirada. La gota de sangre que resbala desde la frente, y que deja un larguísimo reguero que atraviesa el rostro, rebosa de intención narrativa, explicando lo largo del sufrimiento, lo interminable del camino al Calvario. La piel alcanza un verismo terrible en despellejaduras, hematomas y contusiones, y así y todo aún parece palpitar de vida: ése es el logro auténtico de una tarea de policromado que no está concebida a la mayor gloria del artista sino que se trabaja con esmero al solo objeto de culminar de forma plena la tarea representativa.

Una vez completada con rotundidad la ductilidad carnal de la obra, es cuando se impone la hondura de su mensaje. La clave comienza a desvelarse en ese entrecejo fruncido, tan preciso en su expresividad, tan poderoso en su impacto sobre el espectador, que resume la suprema aceptación, deslumbrante por emerger un físico destrozado por la barbarie del hombre. En ese sentido hay que interpretar la composición y la planificación del movimiento de la escultura, aun teniendo en cuenta que es una imagen de vestir; por un lado, da un contundente tranco, lo que podría sugerir una última reserva de energías, pero junto a lo decidido de ese paso, el contrapunto del otro pie, que se arrastra exánime por el camino. El dramatismo del contraste es terrible: de un lado, esa fragilidad que ya no tiene cura; de otro, el empeño superlativo de seguir hacia la cima del Calvario, llegar como sea para ser clavado en la Cruz y levantado ante el mundo hasta la muerte. Lograr esta emoción en el espectador otorga sentido a la tarea del artista y prueba el éxito absoluto de Yuste Navarro en este arte teleológico por naturaleza.

Pulsando sobre la imagen que encabeza la noticia, podrán ver una galería fotográfica de la obra. En la soberbia cabeza de este Nazareno de la Mirada siguen cristalizando las imponentes expectativas que genera este joven artista, cuyos logros reclaman proyectos de auténtica envergadura que prueben la dimensión de sus cualidades.

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com