NUEVA OBRA DE ANTONIO JESÚS YUSTE NAVARRO
PARA PUERTO LUMBRERAS (MURCIA)

Enrique Centeno (05/03/2010)


 

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Apostar por un escultor de corta edad y, consecuentemente, breve trayectoria artística, es siempre una decisión que, por arriesgada, cabe calificar de valiente, si bien no queda más remedio que suspender el juicio sobre su oportunidad hasta contemplar el trabajo finalizado. En el caso de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, de Puerto Lumbreras (Murcia), es obvio que los riesgos de la elección del joven imaginero ciezano Antonio Jesús Yuste Navarro quedaban, en parte, atemperados por los logros alcanzados en una importante serie de trabajos de pequeño formato pero ricos en hallazgos técnicos y expresivos, fecundos en lo que a temática mariana se refiere.

Sin embargo, había de comprobarse aún qué podía ofrecer el artista en su primera representación a tamaño natural de la Virgen, en este caso bajo la advocación de María Santísima de la Esperanza, habida cuenta de que se trataba de abordar la iconografía más repetida -no sería exagerado añadir “y agotada”- de la imaginería española: la Dolorosa de vestir. En un encargo de esta naturaleza, hablar de creatividad es, más que arriesgado, temerario. Pero no se caracteriza Yuste Navarro precisamente por dejarse amedrentar por los convencionalismos de la tradición; no cuando estamos hablando del artista que muy recientemente, con su instalación del Niño de la Pasión, ha dado vuelta con trágica efectividad a una serie iconográfica que de puro almibarada resultaba ya difícilmente digerible. Lógicamente tal audacia, ampliamente reconocida en su llamativa inclusión entre las obras triunfadoras de la cuarta edición del Premio La Hornacina, no podía trasladarse mutatis mutandi al presente trabajo, que lejos del entorno académico había de tener una finalidad esencialmente devocional.

Y sin embargo el resultado es plenamente satisfactorio, no solo por la idoneidad de la obra para conectar con la espiritualidad popular, sino también por ofrecer una pieza de indudable interés en lo puramente artístico, donde la creación encuentra un lugar claro sin menoscabo de los elementos distintivos icónicos. Es, sí, una Virgen Dolorosa de candelero, pero el artista toma las referencias inevitables para tamizarlas con su propia personalidad estilística, dominada por un fuerte sentido de lo natural, que comienza a ser -por fortuna- inequívocamente reconocible.

Yuste Navarro renuncia a la clásica Virgen-Niña de rostro afilado, gesto compungido en un mar de lágrimas y manos que estiran dedos interminables. La morfología del rostro, de delicado modelado y especial preocupación por la riqueza de volúmenes para matizar la expresión, sugiere una doble madurez: la de la edad, fraseada en la doble línea que se va abriendo desde la barbilla hasta cerrar con aplomo la mandíbula, aportando rotundidad a la presencia física de María a la vez que sugiere su fortaleza, y la de la aceptación responsable de los padecimientos del Hijo como Redentor, que se manifiesta en la contención emocional del rostro. En él, ajeno a cualquier tentación declamatoria, todo se plantea con un tímido apunte: el murmullo angustioso que se verbaliza quedamente entre los labios -de cálida morbidez-, el entrecejo levemente fruncido, y sobre todo la lágrima que escribe una larguísima línea de pesar sobre la mejilla. Una sola, no es necesario más para resumir la respuesta de suprema entereza ante el dolor más terrible, el de una madre ante la muerte de su hijo: lo acertado de este medio para concitar simbólicamente la hondura del sufrimiento y lo discreto de su exteriorización resulta, sin más, apodíctico.

El tono azulado de los ojos de la Virgen, más que concesión anecdótica, sugiere de nuevo lo eterno del drama mariano, añadiendo profundidad a la mirada y misticismo a la expresión, amén de realzar la profunda y serena belleza de un rostro en el que todas las decisiones del artista se decantan por subrayar la complejidad emocional por encima del drama, uno de los aspectos en que mejor se reconoce su personal sentido de la imaginería.

La preocupación por el acabado se evidencia en el gusto con el que el ciezano se recrea en la policromía, buscando carnalidades de eficaz verismo que han llevado a algunas voces a señalar una vinculación entre la presente imagen y los postulados de la escuela cordobesa contemporánea. Si bien es inevitable, en la exégesis artística, buscar parentescos que todo lo cataloguen, particularmente no encuentro más vecindad formal que esa búsqueda de tonalidades cromáticas realistas, ese respetuoso interés de dedicar, en fin, la importancia debida al tratamiento del color en la imagen procesional: por lo demás el hálito decididamente naturalista de la obra y su personal versión del lenguaje mediterráneo poco tienen que ver con el regusto barroco de las referencias andaluzas mencionadas.

Es evidente, en todo caso, que nos encontramos en el punto crucial de la evolución de Antonio Jesús Yuste Navarro. La dificultad de este reto, resumida en la limitación creativa que impone la temática, ha sido superada con evidente éxito tanto en su concepción como en su depurada ejecución. Sólo queda esperar un poco más, con verdadera expectación, elucubrando sobre qué sería capaz de realizar este imaginero con un proyecto que le permitiera expresar sin tan severos condicionantes su auténtica naturaleza como artista.

 

Nota de La Hornacina: Pulsando en la imagen que acompaña la noticia,
tendrán acceso a una galería fotográfica de la escultura.

 

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