NUEVA OBRA DE ANTONIO YUSTE NAVARRO

Enrique Centeno González (29/01/2019)


 

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En la trayectoria reciente del escultor ciezano Antonio Jesús Yuste Navarro, marcada por obras de la envergadura artística del "Cristo de la Redención" de la Archicofradía de la Sangre de Murcia, o la "Inmaculada Concepción" de la también murciana Parroquia de la Purísima de Zarandona (ver enlace), supone una relativa sorpresa este pequeño Cristo de oratorio, recientemente labrado en madera de cedro y policromado al óleo para devoción familiar. En sus 60 cm de tamaño, el escultor e imaginero se decanta por definir la filiación estilística de la obra en una dirección prácticamente unívoca que conduce directamente a Juan de Mesa, artífice del modelo cristífero por antonomasia del barraco andaluz.

La decisión, por tanto, supone esquivar en esta ocasión una de las singularidades de la trayectoria de Yuste Navarro, caracterizada desde sus orígenes por nutrirse de una diversidad considerable de fuentes para construir un discurso de fuerte carácter, muy reconocible, que enhebra su insistencia en el naturalismo y en el dramatismo con un hondo discurso catequético. No hay en esta obra, pues, esa renovación iconográfica que busca una nueva verbalización redencionista; en lugar de ello, el autor se reta a domeñar su propio impulso creador para poner sus cualidades al servicio del excelso lenguaje del gran genio del diecisiete, en un ejercicio de emulación que tantas veces, en el pasado, ha conducido al adocenamiento y a la vulgarización.

En esta pieza, el modelo iconográfico mesino supone, respecto de las anteriores obras cristíferas de Yuste Navarro, una abreviación de las proporciones buscando una mayor rotundidad anatómica, rasgada levemente con el apunte de fragilidad de la estrechez de las caderas. A partir de ahí, se plantea un ejercicio de minuciosidad en el modelado que se solventa con la exhibición superlativa de los recursos técnicos del escultor, logrando un verismo que hace olvidar, fuera de la contemplación física de la obra, el minúsculo tamaño de cada elemento de la anatomía, y de la obra toda. Como elementos personales de la propuesta de Yuste cabe señalar la búsqueda de un mayor contraste polícromo, que remite a latitudes mesetarias, y, eso sí, una cabeza cuya estilización y rasgos morfológicos difieren notablemente de los lacontianos crucificados del siglo XVII sevillano, y entroncan más claramente con el modelo acuñado por Yuste a lo largo de los años, de profunda orografía volumétrica y estudiada belleza de perfiles.

El resultado final no solo resulta convincente por las evidentes calidades alcanzadas, sino que además sorprende cómo consigue el artista imbuir al Crucificado, pese a sus reducidísimas dimensiones, de una portentosa presencia y sugestión devocional. Con ello, lo que surge como un propósito que tenía mucho de ejercicio de virtuosismo termina convirtiéndose en una obra imponente que, pese a suponer un paréntesis en su definición como creador, es reveladora del estado de gracia de un imaginero en plena conquista de la madurez escultórica.

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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