NUEVA OBRA DE ANTONIO YUSTE NAVARRO

Enrique Centeno González (27/11/2014)


 

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En esta pieza, tallada íntegramente en madera para la Cofradía del Nazareno de Bullas (Murcia), el escultor ciezano Antonio Jesús Yuste Navarro aborda por primera vez, a tamaño natural, la siempre complicada iconografía de Cristo Resucitado. Se trata de un tema situado en la frontera entre lo pasional y lo glorioso que, en la medida en que refiere el hecho milagroso más trascendental del Cristianismo, sitúa al artista ante la decisión de optar por una representación en términos puramente narrativos y anecdóticos -como hizo, con audacia irresistible, Venancio Blanco- o por una concepción centrada en su carácter de manifestación divina.

En este caso, la primera impresión está tan mediatizada por la importancia visual del lábaro -pieza antigua y de mérito artístico, heredada de la imagen sustituida- que podría apuntar a que el artista se decanta por la segunda opción, buscando el significado escatológico del milagro. Sin embargo, despejado este condicionante iconográfico que precede a la realización de la imagen, puede apreciarse que, desde el punto de vista escultórico, la obra está concebida como relato del episodio de la vuelta de Cristo: lo representado tiene mucho más de Cuerpo que abandona el sepulcro que de exaltación de la divinidad de Jesús.

La propia composición de la obra así lo aclara al representar a Jesús saliendo del lugar de enterramiento por su propio pie, que apoya en un plano superior para transmitir la idea de "subida" al plano terrenal desde la hondura mortuoria. Con este planteamiento Yuste Navarro insiste en algo que ya planteara en obras anteriores: el carácter voluntario y personal de la acción redentora de Cristo. Su salida de la muerte, arrastrando aún el sudario, se reviste aquí de la misma convicción que vimos en aquel "Despojado" de Cehegín, el cual decidía desprenderse por sí mismo de sus vestiduras para ser crucificado.

El lenguaje anecdótico, tan del gusto del autor, está verbalizado en las gotas de agua que aún brotan de las llagas, con la intención, más allá de la resonancia eucarística, de establecer la continuidad narrativa con los sucesos de la Pasión y la carnalidad de sus consecuencias.

Esta insistencia en que la humanidad siga presente en el Cristo que resucita, explica también el signo racial que preside la arquitectura morfológica de la cabeza, que toma como referencia en cuanto a sus proporciones la del Hombre Sindónico de Turín. Una cabeza, por lo demás, que resuelve a través del equilibrio la cuestión expresiva, asunto harto complicado en la iconografía del Resucitado porque una excesiva gravedad resultaría hasta cierto punto impropia del pasaje representado, y la sonrisa, en imaginería, casi nunca funciona. Yuste, a través de unos rasgos fisionómicos que en nada se parecen a los de sus anteriores obras cristíferas, opta por enmarcar con sobriedad una mirada que encuentra su personalidad entre lo solemne y lo amoroso, facilitando esa conexión con el espectador que sugiere la mano que se le ofrece.

En realidad, la naturaleza gloriosa del milagro se reduce, a efectos representativos, al sudario caído que aún envuelve la desnudez del Cristo, y cuyos tonos broncíneos y dorados rompen el parentesco con la muerte. Aunque, en cierto sentido, también podría hablarse de fulgor glorioso en la anatomía, representada con un grado de idealización superior al que nos tiene acostumbrado el escultor ciezano.

El fuerte sentido de lo natural que preside la trayectoria de Yuste Navarro encuentra, en esta ocasión, una expresividad volumétrica más comedida y elíptica, lo que termina resultando, desde esta perspectiva, en la obra que quizá más claramente emparenta al autor con su maestro, el escultor murciano José Hernández Navarro. Sin embargo, con el apoyo de una inteligente policromía, sigue siendo apreciable esa plasticidad orgánica que mantiene toda la realidad corporal en permanente movimiento: un rasgo que, a estas alturas, es ya característico de la personalidad de Yuste Navarro como artista figurativo.

La obra resulta, en fin, sustanciosa en su planteamiento cristológico, eficaz en términos de comunicación y con importantes valores estéticos. Un éxito considerable con el que Antonio Jesús Yuste Navarro solventa el reto de abordar la que es, en mi opinión, la iconografía más dificultosa de la imaginería procesional.

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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