NUEVA OBRA DE VÍCTOR GARCÍA

José Antonio Zamora Gómez (13/11/2022)


 

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Jesús dijo: "Dejadlos,
no impidáis a los niños acercarse a mí;
de los que son como ellos
es el Reino de los Cielos"
Mateo 19:14.

La doctrina de la Iglesia nos invita a ser como niños, a participar del espíritu inocente, bondadoso y sencillo de la infancia. Y tal es la invitación que, a pesar de ser recogida escuetamente en los evangelios canónicos y poco relatada la infancia del propio Jesús, la espiritualidad paleocristiana se hizo eco con prontitud de la fuerza evangelizadora de la representación plástica de la inocencia infantil del Hijo de Dios. De hecho, nos encontramos con un primitivo culto a la infancia de Cristo, a través de un simulacro escultórico del niño Jesús, en la iglesia romana de Santa María de Aracolei, tallado en el siglo VII; siendo el propio San Francisco de Asís quién, en el siglo XIII, diera el mayor impulso a la devoción popular de la infancia de Cristo a través de la propagación de la instalación de "Nacimientos" en las fiestas de Navidad.

La religiosidad popular agradeció pronto, este acercamiento humano de la divinidad del Hijo de Dios y obligó al propio Concilio de Trento a regular su práctica y a formular su argumentación teológica como soporte de una fe cristiana vivida con rigor. Por lo tanto, el Arte de la Escultura, la Imaginería, en definitiva, se consolidó como el medio más eficaz por el cual el fiel devoto se acercaba, con extraordinaria familiaridad, a la figura divina de Jesús a través de su representación más dulce, amable e inocente cómo era su propia infancia, tan vulnerable y tangible como la del propio ser humano.

A partir del propio Renacimiento, los simulacros del Niño Jesús proliferaron en el mundo católico, como ayuda a la meditación personal y como alegoría pastoral y catequética del triunfo del cristianismo frente a la nueva espiritualidad luterana emergente en el Norte de Europa.

Estos simulacros, elegantes, sencillos y de potente unción religiosa, se popularizaron en suelo hispano y, gracias a la pastoral evangelizadora de los sermones y homilías -tanto del clero regular como del secular-, gozaron de gran difusión teniendo como modelo y referente iconográfico al Niño Jesús que tallara el abulense Jerónimo Hernández para el Dulce Nombre de Sevilla hacia 1572/82.

Pronto le siguieron artistas de la talla de Martínez Montañés, Juan de Mesa y Velasco, Alonso Cano, Pedro de Mena, la Roldana... principalmente en el entorno andaluz, ya que el estrecho vínculo con el Nuevo Mundo aumentó considerablemente la demanda de este tipo de iconografía cristífera, aportando un bagaje nuevo y variado a la tipología infantil de Jesús. Se trabajó tanto su nacimiento como su pasión, muerte y resurrección desde un absoluto individualismo de Jesús, aislado de todo conjunto grupal, a través de una plástica totalmente amable y dulce, así como bajo el prisma físico de una morfología infantil.

Y así lo recoge nuestro escultor-imaginero torrevejense Víctor García Villalgordo en este Niño Jesús para el altar mayor de la Iglesia de la Santa Cruz y San Cristóbal de Orihuela (72 cm, madera de cedro policromada y estofada), mostrándonos a un Cristo infante, sentado sobre un trono de nubes y querubines, abrazando el madero de la cruz -símbolo de su triunfo terrenal-, al que señala con su mano derecha -indicando el verdadero camino de la salvación-, a la vez que presenta su Sagrado Corazón -explícito manifiesto de su misericordia divina-, sobre un cuerpo completamente desnudo, sin las llagas de la pasión, pero como claro referente a su gloriosa resurrección.

Por lo tanto, nos encontramos ante un compendio teológico-pastoral de salvación, resumido y codificado en la tierna figura del Infante Redentor del Mundo, cuya plasticidad barroca levantina queda materializada en la utilización del trono de nubes como peana-asiento y en el tratamiento suelto y ligero de los cabellos (tan propio y característico de la imaginería valenciana de mediados del siglo XIX), así como en el brillo metálico de las policromías y estofados de los ropajes (herencia salzillesca de honda raigambre en la imaginería del levante peninsular). Además, la morfología infantil, de marcado naturalismo al acentuar la carnosidad y blandura de los volúmenes, sigue la estela marcada por la imaginería andaluza del XVII; sin obviar para ello, la utilización del contraposto clásico y el adelantamiento de las extremidades inferiores, con el fin de potenciar la solemnidad y majestuosidad de la estatuaria clásica puesta al servicio de la heroica nobleza del triunfo de Cristo.

Ante todo ello, el serpenteo manierista de la composición, cuyo esquema lo marcan las diagonales estructurales, es una constante en el trabajo del artista mediante la cual se imprime el “soplo de vida”del que gozan sus obras; así como la vibrante luz de sus pátinas en las distintas carnaciones que recrea, tan sorollescas y tan vaporosas, es el reflejo de la honda huella que la luminosidad levantina del mar, las salinas y el cielo de la mediterránea Torrevieja ha dejado en la obra de Víctor.

 

Nota de La Hornacina: José Antonio Zamora Gómez es Doctor en Historia del Arte. Acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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