VAN GOGH. LOS ÚLTIMOS PAISAJES
AUVERS-SUR-OISE, 20 DE MAYO - 29 DE JULIO DE 1890

12/06/2007


 

El 20 de mayo de 1890, Vincent van Gogh descendió del tren en Auvers-sur-Oise, un pequeño pueblo a una hora de distancia de París. Una semana antes había abandonado el manicomio de Saint-Rémy, tras pasar allí un año entero internado. Venía en busca de un lugar tranquilo en el campo donde recuperar la salud y la calma. Tenía la esperanza de comenzar una nueva vida y un nuevo ciclo en su trabajo como pintor. Pero sólo dos meses después, el 27 de julio, en los campos cercanos al château de Auvers, se disparó un tiro de revólver que le causaría la muerte, tras una larga agonía, en la madrugada del 29 de julio.

El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, con el patrocinio de Banco Caixa Geral y Fidelidade Mundial, presenta desde el 12 de junio la primera exposición dedicada en exclusiva a la obra realizada por Vincent Van Gogh en sus dos últimos meses de vida, que el pintor pasa en la localidad de Auvers; un periodo muy breve pero extraordinariamente fecundo. En esas semanas finales de su vida, Van Gogh se vuelve también más consciente de la deuda con sus precursores. 

La exposición, para cuya promoción se ha contado con la colaboración del Consorcio Turístico de Madrid, reúne veintinueve obras (veintiséis pinturas y tres dibujos) procedentes de museos y colecciones privadas de todo el mundo. En la muestra se incluyen, además, seis cuadros de los tres grandes precursores de Van Gogh, que habían pintado en Auvers antes que él y cuya presencia Vincent sentía en el paisaje: Daubigny, Pissarro y Cézanne. Todas las obras de Van Gogh presentes en la exposición pertenecen al periodo de Auvers, incluida una de las obras maestras de la Colección del Museo: “Les Vessenots” en Auvers.

 

El periodo de Auvers

En sólo setenta días Van Gogh produjo unas setenta y dos pinturas, treinta y tres dibujos y un grabado. Como si supiera que sus días estaban contados, como en una angustiosa cuenta atrás. Se levantaba a las cinco de la mañana y se pasaba toda la jornada pintando en los campos o en las calles del pueblo. En una carta escribió: “Estos días trabajo mucho y deprisa; al hacerlo así trato de expresar el paso desesperadamente rápido de las cosas en la vida moderna.” Ese ritmo frenético se traduce a veces en una ejecución pictórica impulsiva, arrebatada, pero también descubrimos en la obra de este periodo composiciones de una extraordinaria serenidad. Desde siempre se ha reconocido en esa producción algunas de las obras maestras más características del pintor pero, en conjunto, el periodo de Auvers ha sido considerado a veces como un declive y apenas se ha prestado atención a sus rasgos peculiares en contraste con otras etapas del artista.

Después de su estancia en Provenza, Auvers representa para Van Gogh el retorno al paisaje del Norte en el que había pensado durante tanto tiempo: en Auvers reencuentra los temas rústicos y la comunidad rural de su juventud, que había perdido desde que abandonó Nuenen. Y con los campos de Holanda, recupera también la mirada de los grandes paisajistas holandeses del siglo XVII, que nunca dejó de admirar profundamente.

Desde el punto de vista estilístico, la etapa de Auvers no supone una ruptura con el periodo anterior, pero su estilo se encuentra en plena evolución. La raíz del estilo de Van Gogh sigue siendo su formación como dibujante durante su etapa holandesa hacia 1880-1882. Todo el repertorio gráfico desarrollado por Vincent desde entonces, su léxico de puntos, trazos cortos y largos, líneas quebradas u ondulantes, ensayado primero con la pluma, será trasladado al lienzo; dibujar con el color es el rasgo dominante de toda su obra tardía. En el periodo de Auvers Van Gogh atiende menos a los detalles naturalistas, su trazo se multiplica y se retuerce, produciendo arabescos en los árboles y las casas, oleajes en los trigales, movimientos y ritmos curvilíneos de una enorme vitalidad dinámica. 

 

De Saint-Rémy a París

Entre febrero y abril de 1890 Van Gogh sufrió, en el manicomio de Saint-Rémy-de-Provence, la más larga y profunda de sus crisis mentales. Cuando se recuperó, se sintió convencido de que no debía prolongar su estancia allí, de que el tratamiento no mejoraba su estado y la convivencia con los otros enfermos agravaba sus propios males. Tras una última discusión con el doctor Peyron, director del asilo, se le concedió el alta. Y el 16 de mayo, a pesar de los recelos de Theo, que temía los riesgos de un largo viaje en solitario, Vincent tomó el tren para París. En la capital francesa pasaría sólo tres días, alojado en casa de su hermano, durante los cuales conoció a la esposa de Theo, Johanna, y al hijo de ambos, el pequeño Vincent Willem. La propia Johanna nos ha dejado una memoria de aquellos días, donde explica cuánto le sorprendió el aspecto de Vincent, que no era el de un hombre enfermo y consumido, sino robusto y saludable. Vincent salía cada día a comprar aceitunas e insistía en que su hermano y su cuñada las comieran como él. Volvió a ver a algunos amigos artistas, visitó exposiciones. Convivió con su pequeña familia, sin sombras, durante esos tres días. Nadie mencionó Saint-Rémy.

 

 

Pero lo esencial de aquellos tres días en París fue para Vincent la oportunidad de ver reunida (en el apartamento de Theo y en la tienda del Père Tanguy) toda su obra pictórica. En sus cartas siempre había sostenido que para juzgar una sola obra de un artista era esencial conocer la totalidad de su creación. Y ahora, gracias a la exposición improvisada en el apartamento de su hermano, Vincent posee por primera vez en su carrera una impresión directa de toda su creación. Esa perspectiva bastará para imprimir a la creación de Van Gogh en Auvers el valor de una recapitulación, de un epílogo al conjunto de su carrera. Ya no avanza a ciegas; por primera vez sabe de dónde viene y a dónde va.

 

Auvers-sur-Oise y la tradición del paisaje

Theo había estado buscando durante meses un lugar donde su hermano pudiera restablecerse, un sitio tranquilo en el campo pero no muy distante de París, donde llevara una vida independiente pero sometido a la vigilancia amistosa de alguien de confianza. Fue el pintor Camille Pissarro quien, tras declinar hacerse cargo de Vincent, sugirió el nombre de Paul-Ferdinand Gachet, médico y artista aficionado, viejo amigo de algunos pintores impresionistas, como del propio Pissarro, Cézanne, Guillaumin y otros. Gachet pasaba consulta en París tres veces por semana pero vivía en Auvers-sur-Oise, a unos treinta kilómetros al noroeste de la capital.

Auvers ha conservado todo su encanto milagrosamente intacto (no alterado por los turistas, especialmente japoneses, que viajan hasta allí para visitar el cuarto donde vivió y murió Van Gogh, la tumba donde reposa junto a su hermano y los escenarios donde pintó sus últimos cuadros). El pueblo, de forma muy alargada, se prolonga unos ocho kilómetros a lo largo del curso del río Oise y como agazapado en la cuenca del río. Pero si subimos por las laderas de ese pequeño valle llegaremos a una meseta con extensas llanuras de trigales. 

En la época en que Van Gogh lo conoció, Auvers contaba con unos dos mil habitantes (tres mil en verano) y era un pueblo de granjeros y agricultores, pequeños propietarios que trabajaban su propia tierra. Pero Auvers no era un pueblo como cualquier otro; desde mediados del siglo había atraido a grandes pintores de paisaje, como Daubigny, Pissarro y Cézanne. Daubigny, el gran exponente de la escuela de Barbizon, amigo y precursor de los impresionistas, se construyó un barco-atelier para recorrer el río Oise y pintar sus orillas, y hacia 1860 adquirió una casa en Auvers en la que recibía a menudo a sus amigos artistas de París (como Corot, Daumier, Dupré, Harpignies, Jacque o Berthe Morisot.) En 1866, Pissarro se estableció en Pontoise, muy cerca de Auvers, donde pasaría largas temporadas en el curso de los dieciséis años siguientes. Y fue Pissarro quien convenció a Cézanne de que viniera también a instalarse en la región. Cézanne vivió en Auvers entre 1872 y 1874, donde pintó unas decenas de paisajes del área alrededor de la casa de Gachet, en uno de los extremos del pueblo.

 

Lo pintoresco y el color moderno

Al día siguiente de su llegada a Auvers, Vincent escribía a Theo entusiasmado con las viejas casas pintorescas con tejado de paja, cada vez más raras. “Pero los chalets modernos y las casas de campo burguesas me parecen casi tan bonitos como esas viejas chozas que se caen en ruinas.” Este contraste entre las casas de tejado de paja y los nuevos chalets coloristas, entre lo viejo y lo nuevo, será una de las claves de las vistas de Auvers que pinta Van Gogh. Con ello parece querer plasmar su propia evolución como pintor, desde su aprendizaje en la tradición holandesa y pintoresca hasta el colorismo moderno aprendido entre los impresionistas franceses. Van Gogh concebía su creación tardía como una especie de síntesis entre las dos grandes etapas de su carrera.

El intento de síntesis entre lo pintoresco tradicional y el color moderno domina en muchos de los paisajes de Auvers. En una ocasión, Van Gogh pinta las orillas del río Oise un poco al estilo de Daubigny, con pastos y vacas y campesinos. Pero al mismo tiempo, en un cuadro más ambicioso, pinta un embarcadero en el río con algunos parisienses dispuestos a disfrutar de un paseo en barca, un tema típicamente impresionista, frecuentado por Monet y Renoir. Otro escenario de la pintura de Vincent será el campo abierto: los trigales en la meseta que domina Auvers. En una carta a su madre y a su hermana hacia el 11 de julio, el pintor describe su fascinación por este paisaje: “Estoy absorbido en la inmensa planicie de campos de trigo contra las colinas, ilimitada como un mar [...]”.

 

 

Chozas y chalets, calles y caminos, riberas y trigales: así irán desfilando por su obra todos los aspectos de la vida rural. Hacia finales de junio de 1890, Van Gogh comenzó a usar en Auvers un nuevo tamaño de lienzo estrecho y apaisado (50 x 100 cm) y pintaría una serie de cuadros, doce paisajes y un retrato, en este formato. La serie está en buena parte dedicada a los campos de trigo, pero también aparecen otros escenarios -bosque, jardín, trigales, camino, casas del pueblo- que recorren todo el mundo de trabajo y ocio en el campo; son una suerte de panorama de la vida campestre. Tres de las pinturas integrantes de esta serie están presentes en la actual exposición, Paisaje al atardecer, del Museo Van Gogh de Ámsterdam, Dos figuras en el interior del bosque, procedente del Cincinnati Art Museum, y El Jardín de Daubigny con un gato negro, prestado por el Künstmuseum de Basilea; tres cuadros fundamentales, cargados de sugerencias simbólicas y referencias a los maestros que Vincent admiraba.

 

Hasta el 16 de septiembre en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid

 

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