ISBILYA. SUBASTA DE VERANO 2015

Con información de Enrique Valdivieso y Nicola Spinosa (11/06/2015)


 

 

Ya se encuentra abierta en la casa de subastas Isbilya de Sevilla (Jesús de las Tres Caídas, 3) la exposición de la próxima Subasta de Verano que tendrá lugar los días 24 y 25 de junio a las 19:00 horas. En ella encontramos interesantes obras de artes decorativas, joyas y pintura antigua y contemporánea.

Sobresale un gran oleo sobre lienzo realizado por el maestro barroco Luca Giordano (1634-1705) cuyo precio de salida es de 260.000 euros. Su título es El Arrepentimiento de David (164 x 207 cm) y, según señala el experto Nicola Spinosa, se halla recogido en la monografía sobre Giordano editada en el año 2000 por Ferrari y Scavazzi. Procede de la colección Salazar de Madrid y fue presentado por primera vez en venta en Edmund Peele & Asociados, de Madrid (31 de mayo de 1990, nº 10), fechado en los años de actividad del pintor en España; sin embargo, los especialistas mencionados la datan, sin otro argumento, en los años precedentes.

Luca Giordano pintó este mismo tema en los frescos con escenas de la "Vida de David" que, junto con episodios de la "Vida de Salomón", decoran la bóveda del crucero de la Iglesia de San Lorenzo, en el Monasterio homónimo de El Escorial (Madrid), pintada por encargo de Carlos II de Habsburgo en 1692-1693, a su llegada de Nápoles, al mismo tiempo que los frescos de la escalera. Esto podría explicar la datación propuesta en el catálogo de la subasta de 1990 en los inicios de la actividad del pintor en España.

 

 

Destaca igualmente esta representación de San Antonio con el Niño (125,5 x 97 cm) de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) que puede fecharse por sus características de estilo entre los años 1670 y 1680, en plena época de plenitud creativa dentro de la actividad del artista. En principio, puede advertirse que es una versión reducida a la mitad de tamaño de una de las mejores creaciones de Murillo con el mismo tema que se conserva actualmente en el Museo del Ermitage de San Petersburgo, lienzo de 250 x 167 cm. Esta circunstancia es habitual en la producción de Murillo, pues debido al éxito entre la clientela que alcanzaron algunos de sus prototipos, se produjo una demanda los mismos con un menor formato para acomodarlo mejor en las grandes casas y palacios sevillanos, ya fuera para colocarlos en alcobas o capillas particulares.

La devoción a San Antonio en Sevilla estuvo muy extendida a los largo del siglo XVII, y especialmente en su segunda mitad, por lo que fueron muy numerosas las pinturas que se solicitaban a los artistas con la iconografía de este santo. Fue especialmente Murillo su mejor intérprete, sobre todo a partir de 1656, cuando en la Catedral de Sevilla y en la capilla de este santo se colocó un enorme lienzo de 560 x 369 cm en el que el pintor consagró el tema del Niño Jesús descendiendo del cielo para refugiarse en los brazos que le extiende San Antonio.

Esta versión es una de las mejores obras documentadas de la producción de Murillo, puesto que existe un protocolo notarial de 1741 en el que se constata que la pintura fue adquirida por don Jerónimo Ortiz de Sandoval, Conde de Mejorada, quien señala que ha adquirido un Crucificado, una Inmaculada Concepción y un San Antonio con el Niño Jesús, los tres de la mano de Bartolomé Esteban Murillo. Las piezas fueron tasadas en 7.000 reales de vellón por el pintor Domingo Martínez, quien las consideró claramente como obras auténticas. La última pintura pasó después por mayorazgo a los IV, V, VI y VII Condes de Mejorada hasta que en 1896 pasó a propiedad de don Francisco Murube y Belloc y a principios del siglo XX a don Francisco Pagés y Belloc, cuyos sucesivos herederos han conservado la pintura hasta nuestros días.

Con respecto a la autoría de Murillo es necesario precisar que Domingo Martínez fue desde 1729 a 1732 asesor artístico de la reina Isabel de Farnesio durante la estancia de Felipe V en Sevilla. En estos años fueron numerosas las pinturas de Murillo que adquirió la reina siempre bajo la supervisión de Martínez, que conoció bien las obras del maestro del cual fue además un tardío seguidor. Además, fue recogida por don Angulo en su excelente monografía sobre Murillo (1981) y por Valdivieso en su catálogo razonado del pintor.

Dentro de esta representación de San Antonio con el Niño destaca el admirable dominio del dibujo que Murillo poseía, con el cual configuró formas físicas amables y bellas dotadas de una intensa corrección en sus aspectos corporales. Esta perfección anatómica le permite trasponer con facilidad todo tipo de sentimientos y emociones, por lo que a través de la contemplación de la pintura percibimos la intensa comunicación espiritual que vincula las figuras del Niño y el santo. Ambas aparecen rebosantes de afectividad en el momento en que el Niño se ofrece complaciente a que el santo, exultante y lleno de gozo, le acoja en sus brazos, como premio y recompensa a su permanente devoción. Notables detalles secundarios intensifican la calidad y belleza de la pintura, como puede apreciarse en la descripción del libro donde el santo lee textos sagrados y del tallo de azucenas que aparece en la parte inferior, alusivo a la castidad. Ambos detalles están bien resueltos y son testimonios de la maestría con que Murillo resolvía aspectos complementarios siempre de forma muy cuidada.

La composición de la pintura está espléndidamente ejecutada al plasmar con armonía técnica la relación física y espiritual entre los dos personajes que protagonizan la escena. Los gestos de San Antonio y del Niño están magníficamente coordinados a través de un movimiento corporal que les inclina levemente el uno hacia el otro. Muy significativo es el gesto que señala la unión de brazos y manos a través del cual se indica su vinculación espiritual. La grácil presencia del Niño desnudo apoyado sobre una peana rocosa permite que su figura se eleve ligeramente sobre la del santo, en clara evidencia de su superioridad espiritual. Esta acertada jerarquía entre las dos actitudes corporales es propia de la época barroca en la que fue realizada esta pintura. Murillo evitó siempre la agitación y el movimiento desmedido para captar las formas de manera pausada y concordante.

Muy bien logrados están los efectos lumínicos que Murillo ha dispuesto en esta composición para incrementar la percepción de su mensaje espiritual. En ella destaca principalmente el resplandor celestial que envuelve la figura del Niño, la cual está además aureolada por una cenefa de cabezas de pequeños ángeles. Por el contrario, en el espacio terrenal en el que se encuentra el santo se percibe una suave penumbra que se intensifica parcialmente merced a los fulgores de resplandor áureo que emana la presencia del Niño. Al fondo un suave paisaje tratado de forma desdibujada y diluida aparece inundado por las melancólicas luces del atardecer.

Una gran sobriedad preside la disposición cromática que Murillo ha otorgado a esta composición, donde aparecen tonos suaves perfectamente armonizados como es habitual en las fechas tardías de la producción del artista. Dominan en la parte superior de la pintura los fulgores áureos que envuelven la figura del Niño y que acentúan el tono rosado de su piel. Una leve túnica de suave color rosa envuelve su anatomía enmarcándola con un ritmo ondulante y resaltando la delicadeza de tonos de su desnudo físico. La otra tonalidad dominante en la composición se constata en las texturas marronáceas que emanan del humilde hábito franciscano que lleva el santo y que vibran en su parte superior al recibir la luz celestial. El fondo de paisaje está resuelto hábilmente con tonos fundidos en matices grises y verdes que contribuyen a crear una marcada lejanía en perspectiva, al tiempo que aportan un alto sentido de apacibilidad natural, en el cual se desarrolla esta escena.

 

 

Digno de mención es también este oleo sobre tabla (56 x 211 cm con marco) que representa a San Bartolomé y formó parte de un tríptico realizado para el Santuario de Nuestra Señora del Águila, de Alcalá de Guadaíra (Sevilla), cuyo contrato de ejecución fue fechado en 1508.

Fue restaurado en el siglo XIX, momento en el que se le añade el marco actual de estilo neogótico con motivos arquitectónicos. Representa al Apóstol, erguido sobre un suelo de baldosas y fondo dorado, junto a sus atributo más común: el cuchillo, en alusión a su martirio. Su precio de salida es de 20.000 euros.

La pintura se atribuye al sevillano Gonzalo Díaz y a Nicolás Carlos, de origen flamenco, ambos pintores góticos activos en Sevilla durante el siglo XVI, en cuyo trabajo se aprecia una gran influencia de Alejo Fernández. Entre sus obras cabe citar el retablo para la iglesia de la localidad de Espera (Cádiz), encargado en 1504.

 

 

 

Por último, destacar dentro del apartado de escultura una pequeña pareja de relieves en barro policromado que representan a Jesús Coronado de Espinas y la Virgen de la Soledad, obras del escultor granadino José Risueño (1665-1721) que miden 24 x 18 cm y se hallan en marco dorado (precio de salida: 20.000 euros), así como una importante talla italiana del siglo XVII de Cristo Crucificado en marfil (tronco, 85 cm; brazos, 30 cm; cruz, 65 x 86 cm; peana, 41 x 43 x 53 cm) que descansa sobre una cruz en metacrilato con aplicaciones en metal dorado en los extremos, apoyada sobre peana en madera tallada y policromada (precio de salida: 36.000 euros).

 

 

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