LA FUNDACIÓN ARTÍSTICA DE LA COLECCIÓN CAJA SEGOVIA

14/12/2013


 

 

Ayer abrieron sus puertas las Salas del Palacio del Torreón de Lozoya para mostrar una selección de piezas de la colección artística que durante su existencia reunió Caja Segovia, ahora propiedad de la Fundación que lleva su nombre. El legado está constituido por un total de 3.396 obras de arte: pinturas, esculturas, estampas, monedas, dibujos, vidrios, mobiliario, cerámica, libros, fotografías, tapices, porcelanas... destacando, por su elevada cuantía -1.853 piezas-, la producción de artistas contemporáneos fundamentalmente segovianos, que contaron con el apoyo de la Entidad, tanto a través de adquisiciones como de exposiciones y otras iniciativas, lo que hizo de ella el principal mecenas de nuestros creadores durante el siglo XX. Buena parte de dichos artistas se encuentran hoy en activo, exponiéndose periódicamente sus obras tanto en el Torreón de Lozoya como en otras salas de la ciudad y provincia, de ahí que la Fundación Caja Segovia, queriendo mostrar una parte significativa de esta colección -el número de obras que integrará la exposición superará el centenar-, haya preferido hacer visible la obra de artistas ya desaparecidos, dado que ésta ha estado ubicada en lugares poco accesibles para el público en general: dependencias no visitables del Torreón de Lozoya, despachos, salas de reuniones y almacenes... abarcando un periodo que comprende desde el siglo XV hasta mediados del XX.

El objetivo de la exposición no es únicamente dar a conocer una parte significativa de este patrimonio u ofrecer al goce sensitivo una serie de piezas artísticas destacadas del mismo; antes bien, la Fundación Caja Segovia ha querido proponer un recorrido temático en el que muestra al visitante las diferentes posiciones intelectuales y estéticas que han mantenido los artistas representados en la exposición a lo largo de siglos.

El apartado dedicado al paisaje recorre en la muestra un largo camino, desde la naturaleza sublimada o idealizada de pinturas barrocas anónimas hasta el más detallado naturalismo de Francisco Núñez Losada. Entre ambos extremos, la actitud magnificadora del paisaje romántico en acuarelas de Pedro Pérez de Castro, las experiencias atmosféricas de William Miller Frazer y Jaume Morera, o el paisaje subjetivo e interiorizado de Ignacio Zuloaga, Darío de Regoyos, Aurelio García Lesmes o Eduardo Vicente.

La exposición Imágenes de Segovia en las Artes de la Estampa dio cuenta, hace algunos años, de una parte significativa del arte sobre papel de la colección, en la que el grabado tiene una destacada presencia. Ahora, aquellos horizontes se amplían tomando como hilo conductor al papel como soporte artístico, un elemento muy versátil, pero que tiene condicionantes como su tamaño reducido o su fragilidad. Una escena ambientada en el antiguo Palacio Real de Valsaín durante el reinado de Felipe II abre este capítulo, en el que iconográficamente se incluyen también la alegoría, el mundo taurino, el paisaje, la crónica o el retrato, recorriendo técnicamente los ámbitos de la estampa, el dibujo, la acuarela y la fotografía a través de un buen número de creadores: Juan Salvador Carmona, Tomás López Enguídanos, Luis Fernández Noseret, José Pedraza Ostos, Julio Prieto Nespereira, Manuel Castro Gil, Rafael Peñuelas, Eugenio de la Torre Agero o Jesús Unturbe.

 

 

La figura plantea la disyuntiva entre lo transitorio y lo eterno, siempre latente detrás de un género como el retrato. Partiendo de la obra Las Tres Edades, de Eduardo Chicharro Agüera, buena parte de este capítulo ofrecerá retratos e imágenes de personajes cuyas identidades han caído hoy en el olvido, pero cuya existencia, en un momento concreto de la misma, quedó para siempre reflejada en pinturas y esculturas. Frente a estas anónimas figuras se opondrán otras cuya memoria se conserva e incluso se ha tomado como ejemplo y referencia: héroes, grandes gobernantes, intelectuales, villanos y artistas, que mantienen vivo en estas obras el primitivo sentido que se dio al retrato en la antigua Grecia, sólo reservado a aquellos merecedores de la inmortalidad. También el símbolo y la alegoría estarán presentes a través de personificaciones de conceptos abstractos, otro recurso que en su origen remite también al mundo griego. De todo ello darán cuenta piezas de creadores como Emiliano Barral, Ramón Zubiaurre, Daniel Zuloaga, Eduardo Chicharro Briones, Aniceto Marinas, Inocencio Redondo, Pharamond Blanchard, etcétera.

La muestra busca también incidir en los valores y contradicciones que recaen sobre la representación de la imagen sagrada. Aunque el arte religioso está concebido como mera representación o referencia visual de aquellas personalidades a las que se venera, a veces las propias imágenes son objeto de culto, atribuyéndolas incluso poderes sobrenaturales. Este hecho ha propiciado no pocas polémicas que, en ocasiones, han llevado a la destrucción de obras de arte religioso en periodos donde primó la iconoclastia. Aún así este tipo de imágenes ha sido de enorme efectividad a la hora de transmitir contenidos doctrinales y místicos, contribuyendo decisivamente a difundir elementos culturales aglutinadores con los que los fieles se identifican y que son aprobados como arquetipos por la ortodoxia eclesiástica. Sin embargo, en paralelo, la piedad popular ha sentido con el mismo grado de canonicidad ciertas imágenes y símbolos ajenos al corpus doctrinal; es el caso de representaciones que no cuentan con un soporte dogmático pero son bien recibidas por el fiel dado su poder para conmover e inspirar; caso del Niño Jesús con Elementos de la Pasión. Estas "contaminaciones", asimiladas por la Iglesia, han derivado igualmente de la aportación cultural de los pueblos adoctrinados, admitiéndose una cierta simbiosis con elementos del paganismo. Tal es el caso de las Sibilas o profetisas de la mitología antigua, a las que se atribuían dones especiales de inspiración divina; así, el cristianismo atribuyó a la sibila Eritrea profecías sobre el advenimiento de Cristo y el Juicio Final. Darán apoyatura a este capítulo obras, en su mayoría anónimas, de los siglos XV al XX, destacando dos esculturas flamencas fechadas a finales del Medievo -la Virgen con el Niño y una Sibila-; un Cristo Crucificado de plata, vaciado según un modelo perdido de Miguel Ángel; un magnífico San Francisco en Oración del siglo XVII; La Huida a Egipto pintada por Vicente López, y alguna curiosidad como una reliquia de Santa Margarita Cortonea.

No son demasiados los bodegones que la colección posee en el ámbito temporal de esta exposición. Existe, no obstante una pieza excepcional, anónima, cuyas características la sitúan en época temprana de la aparición del bodegón como género autónomo en nuestro país, durante el primer tercio del siglo XVII. En este bodegón se ejemplifican los rasgos esenciales que perdurarán largo tiempo en las producciones hispanas: serenidad, fondo oscuro, austeridad, pocos elementos bien ordenados y, en este caso, una seducción por los modelos norteños con la presencia del limón cortado y de un plato de mejillones, elemento este último de gran singularidad. Junto a él se expondrán naturalezas muertas de Eduardo Llorens, Pedro Pérez de Castro y Juan Martorell.

Aunque en relación con el libro, la actividad más reconocida de Caja Segovia fue la editorial, también este universo es uno de los aspectos interesantes de la Colección. La pieza más antigua es una edición de 1566 de la obra Acerca de la Materia Medicinal y de los Venenos Mortíferos, de Pedacio Dioscórides Anazarbeo, traducida y anotada por el doctor Andrés Laguna, que firma el volumen en calidad de médico del papa Julio III. Dos ediciones se cuentan entre estos fondos de un título significativo también para Segovia, la Historia de la Insigne Ciudad de Segovia, de Diego de Colmenares: una, impresa en Segovia en 1637; la otra, realizada en Madrid tres años más tarde. Fechada en 1645 es otra curiosa publicación, Honras y Funeral Ponpa con que la Insigne Ciudad de Segovia celebró las Exequias de la Serenissima Doña Isabel de Borbón, Reyna de las Españas, Sª Nuestra. Existen también libros de viajes, como los del Marqués de Laborde o los de Thomas Roscoe; obra, esta última, que contó con un ilustrador excepcional, David Roberts, de quien la colección cuenta con un buen número de estampas y algunos dibujos. Ocasionalmente el criterio de adquisición vino dado, no por el interés de la obra en sí, sino por su editor, caso de la Disertación Theológica en Defensa del Honorario o Limosna de la Missa, escrito por Fray José de San Pedro de Alcántara, pero editado por Antonio Espinosa de los Monteros, grabador principal de la Casa de la Moneda de Segovia desde 1774 e impresor en esta ciudad desde 1777. Junto a volúmenes como los mencionados figuran ilustraciones concebidas un día para complementar la lectura de los textos. Entre ellas destaca el ciclo que Gustave Doré realizó para El Quijote de Cervantes.

 

Hasta el 16 de marzo de 2014 en el Torreón de Lozoya (Plaza San Martín, nº 5, Segovia)
Horario: martes a viernes, de 18:00 a 21:00 horas; sábados y festivos de 12:00 a 14:00 y de 18:00 a 21:00 horas.

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com