ARTE, LUJO Y SOCIABILIDAD. LA COLECCIÓN
DE ABANICOS DE PAULA FLORIDO

29/05/2009


 

 

No es necesario subrayar la importancia del abanico en la cultura occidental, basta constatar su antigüedad -los primeros testimonios le remontan a la época de los Faraones de Egipto y a España llegó en tiempo de los romanos- y comprender su utilidad principal: contribuir al bienestar ofreciendo con su brisa un momento de solaz. Tampoco es necesario recordar que acabó siendo de uso común entre todas las clases sociales y un elemento característico de la indumentaria de la mujer española entre naturales y extranjeros.

Pero fue la nueva sociabilidad del siglo XVIII la que ofreció un nuevo contexto al abanico comenzando su época dorada. Se convirtió en un elemento fundamental del adorno personal que se lucía sobre todo en el paseo, esa actividad principal de la vida cotidiana moderna, cuyo desarrollo fue parejo al trazado y ejecución de las grandes reformas urbanísticas que tuvieron lugar en las principales ciudades españolas; en el caso de Madrid hablamos del Salón del Prado con sus frondosas arboledas y espléndidas fuentes.

En este renovado ceremonial social se desarrolló también un sugerente lenguaje que se sumó a la calidad y belleza material de muchos de ellos. Según el ilustrado José Blanco White, el abanico se convirtió en una verdadera necesidad porque tenía la gran ventaja de ser "capaz de transmitir el pensamiento a larga distancia" y de esta manera, según sus palabras "un buen amigo que se encuentre al otro lado del paseo es saludado cariñosamente con un rápido y trémulo golpe de abanico. Por el contrario, aquel por quien se siente una completa indiferencia es despachado perentoriamente con una lenta y formal inclinación del abanico, que helará la sangre de sus venas".

Continúa Blanco White diciendo que "el abanico sirve a veces para ocultar risitas y murmullos, y otras veces para condensar una sonrisa en los chispeantes ojos negros que se asoman justamente encima de él. Un gracioso golpe de abanico reclamará la atención del descuidado y un amplio movimiento ondulante llamará al que se encuentre lejos. El darle nerviosamente vueltas y vueltas entre los dedos indica duda o ansiedad, y el rápido abrir y cerrar de sus varillas muestra por el contrario impaciencia y alegría. En perfecta armonía con las facciones de las mujeres españolas, el abanico es una especie de varita mágica cuyo poder es más fácil sentir que explicar".

Los abanicos evolucionaron con la moda. Los del primer tercio del siglo XVIII eran de vuelo corto, su ángulo de apertura oscilaba entre los 90 y los 120 grados, pero a medida que avanza la centuria se va ampliando el vuelo, sofisticando el trabajo y la decoración del varillaje, sobre todo en los más ricos y lujosos donde predomina el uso del marfil y el nácar, y para el país también se empleó la piel de cabritilla, la vitela o pieles finas.

Los asuntos mitológicos, las escenas cortesanas, la exaltación de las artes o los más sugerentes pasajes fueron temáticas comunes y muchas veces exquisitas donde los artistas dejaron prueba de su talento. Cuando el tema envejecía o se pasaban de moda, el arte de componer abanicos alargaba su vida pasando a ocupar un lugar en las vitrinas y pequeños estantes que se distribuían en el gabinete, o integrándose en las colecciones que, como era de esperar, comenzaron a reunirse. Esta actividad también daba prestancia social, entre otras razones, porque una de las más reconocidas coleccionistas de abanicos fue la reina María Isabel de Farnesio.

En conclusión, si lucir abanico era un signo de distinción y modernidad en el siglo XVIII, dos centurias más tarde, era coleccionarlos. Sabemos que Paula Florido desarrolló ambas actividades a raíz de su matrimonio en el año 1903 con José Lázaro y probablemente por iniciativa de este último, ya que era él quien los adquiría para regalárselos en dos fechas señaladas: el 15 de enero y el 29 de junio, días en que cumplía años y celebraba su onomástica. Constituyen una selección excelente del arte, el lujo y la sociabilidad que significaron estas hermosas piezas que fueron disfrutadas y cuidadas y orgullosamente mostradas entre las paredes del palacio que se hicieron construir y que se inauguró con una gran fiesta el 27 de mayo del año 1909.

Con ocasión de este centenario y en recuerdo de ambos, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y la Fundación Lázaro Galdiano han organizado esta exposición.

 

Hasta el 16 de agosto de 2009 en la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid
(Calle Serrano, nº 122) Horario: de 10.00 a 16:30 horas. El martes, la muestra estará cerrada.

 

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